[Prólogo al libro de Carlos Merchán Fernández, La hispanofobia desde Flandes al separatismo. Una revisión iushistórica de la Leyenda Negra (Castilla Ediciones, Valladolid 2024)]
De un tiempo a esta parte, son muchos los libros que abordan lo que, a finales del siglo XIX, Emilia Pardo Bazán bautizó como «leyenda negra». Los ensayos acerca de la leyenda negra constituyen hoy prácticamente un género propio. Algunos no pasan de ser poco más que enumeraciones de los hospitales, universidades e instituciones que España impulsó en el Nuevo Mundo. Otros cultivan, de manera más o menos disimulada, la leyenda dorada o rosa, contrafigura de la negra o de la amarilla, que en esto de las leyendas la paleta cromática es cada vez más rica. Bajo el rótulo «leyenda negra», en consonancia con otro muy en boga, «batalla cultural», no son pocos los intentos de deslizar cuestiones puramente ideológicas o pueriles anhelos restauratorios de un pasado que no puede regresar. Mientras unos se adscriben al lema «Por el imperio hacia Dios», entendiendo la obra española como puramente evangelizadora, otros lo hacen desde la perspectiva contraria, en la consideración de que «Imperio» es un concepto netamente negativo, hermano de un imperialismo necesariamente depredador. Existen, sin embargo, otras posibilidades de enfrentarse al ingente material historiográfico producido por un imperio que acumuló mucho papel y mucha piedra. Mucho documento y mucho monumento.
Una de esas posibilidades es la que ha explorado Carlos Alfonso Merchán, director de la Cátedra de Estudios Municipales de la Universidad de Valladolid y autor de este libro cuyo título, La leyenda negra: La revisión iushistórica, es revelador. La obra que nos ofrece Merchán, jurista, al cabo, se cimenta en los muy diversos aspectos normativos que, por decirlo con Nebrija, siempre fueron compañeros del Imperio. Una compañía que, como en el caso de la lengua, fue constitutiva, pues los imperios no obedecen a aspectos puramente psicológicos ni a voluntades de poder, por más ambición o vanidad que acumule quien posea las mayores cotas de poder. Dicho de otro modo, nadie gobierna solo. Por ello, el análisis de la estructura jurídica en la que se apoyó el Imperio español, que alude a diferentes colectivos, dada la estructura social en la que se desarrolló, se hace imprescindible. A esta tarea, pues Merchán no renuncia a afear algunos de los papanatismos que aquejan a los españoles, los de dentro de la Academia y los que viven extramuros de ella, dedica su obra el vallisoletano, cuya vida transcurre en algunos de los escenarios en los que se fraguaron las justificaciones y límites de la acción imperial española.
Qué mejor lugar para escribir este libro que Valladolid, ciudad cortesana en la que se celebró, durante una pausa inaudita, el debate entre Las Casas y Sepúlveda. En la ciudad del Pisuerga confluyeron corrientes teológicas y jurídicas cuyo origen, así lo demuestra Merchán, se remontan al primitivo municipalismo que siguió el curso de la Reconquista, hecha contra gentes que, de algún modo, por sus incompatibilidades con los fundamentos del cristianismo trinitario, anticiparon algunos de los contenidos de la controversia vallisoletana. Fruto de aquella larga experiencia, de la decantación normativa, de la acumulación de una compleja casuística, cristalizaron una serie de leyes que se exportaron a un Nuevo Mundo, en el cual, la llegada de los españoles no llevó aparejada la aniquilación de lo existente. Prueba de ello es el mantenimiento de señoríos indígena y el ingreso, incluso, de algunos distinguidos naturales en la alta nobleza española. Aunque cuando se produjeron los debates vallisoletanos la realidad había desdibujado la imagen idealizada, arcádica, del indígena, el excesivo relato de Las Casas, deseoso de transformar la conquista en un proyecto teocrático, dio una valiosa munición a los rebeldes de los Países Bajos, desde donde Furió Ceriol, cuya figura emerge poderosamente en el libro, envió una serie de informes críticos con algunos aspectos de la presencia hispana en los dominios de un César cada vez más español. Como es sabido, el hipercriticismo de Las Casas y de Ceriol fue oportunamente aprovechado en el momento en el que la imprenta despegó con fuerza.
Aunque la cuestión indiana, el supuesto genocidio sostenido por los cultivadores de la leyenda negra que se hacen visibles cada 12 de octubre, ocupa un amplio espacio en un libro de que tambiénse ocupa de los principales temasque dan cuerpo a un constructo ideológico, la leyenda negra, tan vinculado a España, que hace innecesario el adjetivo de «antiespañola». La Inquisición, que ofrece algunas de las más poderosas, por tétricas, imágenes de un pasado del que, por una suerte de inercia histórica, no podemos desprendernos, es analizada por Merchán tanto en sus aspectos teológicos como en los puramente técnicos, con una precisión no exenta de crítica, pues el Santo Oficio, tribunal en absoluto inaudito en la Europa de la época, juzgaba delitos relacionados con la fe, con «el pensamiento», en suma.
La leyenda negra: La revisión iushistórica, trata, en gran medida, de la constitución de los grandes Estados europeos. Del español, en concreto. De las tensiones que un proceso de perfiles totalizadores causó en los poderes particulares. Esta perspectiva permite a Merchán tratar tanto la revuelta comunera, hoy deformada para ajustarla a ideales totalmente ajenos a los que movieron a los Bravo, Padilla y Maldonado, como las fricciones que la presencia española causó en la Italia de los condotieros. También del desarrollo, nada particular con respecto al resto de regiones españolas, del derecho articulado en la Cataluña en la que se dio el Corpus de Sangre, hoy también deformado por sectas hispanófobas dedicadas al expolio del Estado y a la propagación de una leyenda negra hecha a medida de su, por decirlo con una fórmula clásica, dañado propósito.
El libro que ahora se abre, en definitiva, ofrece al lector una perspectiva jurídica debidamente contextualizada, pues España no fue (tan) diferente, que permite al lector acceder a muchos de los fundamentos que hicieron del español un imperio generador.