Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

La revolución de colores de George Floyd

El caos y la anarquía reinantes dejaron para el recuerdo imágenes de extrema violencia, combinadas con otras en las que el movimiento Black Lives Matter adquiría rasgos de devoción religiosa

Los periodos preelectorales suelen ser ricos en acontecimientos inusuales de efecto desestabilizador, bien lo sabemos en España. Precisamente esta semana se cumplirán tres años de uno que sacudió a la sociedad estadounidense con tal intensidad, en tantos órdenes distintos, que aún hoy resulta complicado poder hacer balance de lo ocurrido. La muerte de George Floyd y la impresionante ola de disturbios que desató tuvo lugar, recordemos, de forma inmediatamente posterior a la mayor pandemia mundial que se había visto en un siglo y pocos meses antes de unas elecciones trascendentales, asemejando el año 2020 a esas películas de serie z que intentan combinar zombies, alienígenas y vampiros. Pero a diferencia de estas no fueron eventos superpuestos sin orden ni concierto; a encontrar los hilos que los unen dedicaremos las siguientes líneas. 

2020 comenzó con expectativas prometedoras para que Trump renovase su mandato: la economía iba como un cohete, había cumplido promesas valoradas por su electorado como los nombramientos para el Tribunal Supremo y el escenario internacional estaba bastante calmado pues, lejos de los augurios de sus detractores, durante su gobierno no solo no había iniciado nuevas guerras, sino que alcanzó acuerdos de paz. Pero las cosas empezaron a torcerse en febrero con la pandemia de COVID-19 o, como él lo bautizó, «El virus chino». Los confinamientos masivos que se sucedieron tuvieron un gran impacto en el estado de ánimo de muchas personas —¡cómo olvidar aquello!— a lo que se sumó el considerable aumento en el consumo de medios de comunicación y redes sociales, pues al fin y al cabo no había mucho más que hacer. Cualquier excusa en ese momento hubiera servido para echar a la gente a las calles, reencontrarse unos con otros y, en cierta forma, exorcizar toda su ansiedad previa. La chispa saltó de una manera harto previsible en el contexto estadounidense, el agravio racial, motivo que ha desencadenado disturbios en sus grandes ciudades en 17 ocasiones diferentes desde 1990. 

Todo empezó un 25 de mayo cerca de las 8 de la tarde, con una llamada a la policía de Minneapolis advirtiendo sobre un hombre que «no tenía control sobre sí mismo» e intentaba pagar con un billete falso en una tienda. Lo encontraron dentro de su coche y ofreció resistencia física a bajar de él. Tras lograr esposarlo y mantenerlo 9 minutos en el suelo en una posición que se enseñaba en ese cuerpo de policía (detalle en el que se puso énfasis durante la defensa posterior del agente acusado) se desvaneció y tuvieron que llamar a una ambulancia, que lo traslado a un hospital donde acabaría muriendo poco después. El momento fue grabado en un móvil, subido a continuación a Facebook y ahí su viralidad se hizo explosiva. «Entre el creciente descontento e incivilidad, había una cosa que parecía cada vez más obvia: a nadie parecían preocuparle los hechos», dice la periodista Liz Collin en They’re Lying: The Media, The Left, and The Death of George Floyd. Presentadora de una televisión local y esposa de un policía compañero de los acusados, fue una testigo de primera mano de todo ese proceso y pagó caro su intento de contarlo, pues fue despedida, vejada públicamente como racista y tuvo que aguantar, además, manifestaciones frente a su vivienda, tal como cuenta en esta entrevista.

¿Y qué hechos sostiene que fueron ignorados? Su libro dedica una considerable atención a la autopsia, cuyo documento oficial puede verse aquí. En el informe encontramos que Floyd tenía enfermedades cardiovasculares y presentaba en su sangre restos de fentanilo y metanfetamina. En este punto hay que recordar que en Estados Unidos murieron solo en 2021 un total de 71.000 personas por sobredosis de la primera y 33.000 por la segunda. Ahora bien, ¿fue la dosis hallada en el cuerpo de Floyd lo suficientemente elevada como para haberle causado la muerte? Según el informe los niveles de fentanilo eran de 11 ng/ml y de acuerdo con el Centro Europeo de Monitorización de Drogas y Adicción a las Drogas: «Las concentraciones en sangre de aproximadamente 7 ng/ml o más se han asociado con muertes en las que estuvo involucrado el uso de múltiples sustancias». Que es justo lo que aquí encontramos. No obstante, durante el juicio al principal policía encausado, Derek Chauvin, expertos de reconocido prestigio negaron categóricamente que esa fuera la causa del fallecimiento y no tenemos por qué dudar de su palabra… Aunque ciertamente el juicio levantó una considerable expectación que intimidaría a más de uno. La emisión del veredicto en directo tuvo una audiencia de 23 millones de espectadores (para que nos hagamos una idea, la retransmisión de la gala de los Óscar este año fue vista por 19 millones) y, según hemos visto con Liz Collin, las consecuencias para ellos de haber sostenido otra cosa podrían haber sido apreciables por mucho que apelaran a su deber profesional.  La defensa pudo encontrar, pese a todo, un médico forense jubilado que testificó que la combinación de drogas y problemas cardiacos preexistentes es lo que pudo haber causado la muerte. No convenció al jurado y Chauvin fue condenado a 22 años de prisión.

Las revueltas

Más allá de informes forenses mucha gente tuvo claro a quién culpar. Desde el día siguiente a su fallecimiento, se sucedieron las protestas y muestras de indignación primero en Minneapolis y casi inmediatamente en el resto del país y hasta del mundo (en Madrid llegó a haber una concentración de varios miles de personas). El gesto de hincar la rodilla en el suelo imitando al policía fue una forma un tanto desconcertante de homenajear a Floyd, cuyas palabras de «I can’t breathe» se trasformaron en lema junto a «defund the police», pues se señalaba como culpable el abuso policial supuestamente generalizado contra la minoría negra. Lo cierto es que esta supone el 13% de la población estadounidense y representa en torno al 25% de las muertes a manos de la policía, pero si tenemos en  cuenta que su tasa de criminalidad per cápita es en torno a 2.5 veces mayor que la del conjunto del país, entonces estadísticamente la muerte de personas de raza negra estaría, de hecho, claramente infrarrepresentada.  Hay causas que explican esto, como por ejemplo lo que se conoce como «suicidio por la policía», pero deja claro que hablar de un racismo sistémico policial no tiene mucho sentido. 

Nada de esto importó a las masas agitadas por un aparato mediático pendiente de las elecciones en noviembre, lo que se tradujo en al menos 25 muertos —todos menos uno causados por civiles— y en torno a 2.000 millones de dólares en pérdidas por los incendios, saqueos y destrucción de propiedad pública y privada. El caos y la anarquía reinantes dejaron para el recuerdo imágenes de extrema violencia, combinadas con otras en las que el movimiento Black Lives Matter adquiría rasgos de devoción religiosa, como esta escena en la que un grupo de blancos pide perdón de rodillas delante de varios negros en pie ante ellos. O esta otra, en la que blancos lavan los pies de negros en imitación de Cristo. 

Consecuencias

Que Biden participara en el funeral de Floyd da idea del alcance político que se le quiso dar al acontecimiento desde el primer momento. Dado que ahora es el presidente cabe concluir que el objetivo fundamental se cumplió, pero los efectos no acabaron ahí. Desde 2020 las grandes corporaciones estadounidenses han destinado la asombrosa cifra de 83.000 millones de dólares a movimientos vinculados a Black Lives Matter, de los que esta organización se ha embolsado directamente 123 millones de dólares. La propia cofundadora de la asociación empleó 6 de esos millones en comprarse una mansión.

Por otra parte, los llamamientos de los manifestantes a desfinanciar y abolir la policía se llevaron a cabo y, como no es difícil deducir, cuando la presencia policial disminuye, la criminalidad aumenta. El analista político Steve Sailer ha estudiado en profundidad las estadísticas de criminalidad desde el 25 de mayo de 2020 y el resultado es incontestable. En Portland, una ciudad donde las protestas fueron particularmente intensas y se toman el progresismo muy en serio, el índice de homicidios aumentó un 167%, mientras que en Minneapolis, donde todo comenzó, el incremento ha sido del 67%. Como afirma aquí respecto a la media anual previa en todo el país «ha habido un incremento de alrededor de 13.000 asesinatos con armas de fuego desde que se declaró el ajuste de cuentas racial el 25 de mayo de 2020, y cerca de 8.000 de los muertos adicionales fueron víctimas negras (o el doble de la cantidad de afroamericanos linchados en toda la historia)». El impacto incluso alcanzó a los accidentes de tráfico, dado que la menor presencia policial en barrios y localidades de población negra ha tenido como consecuencia que el número de muertes en la carretera de este colectivo haya aumentado un 36% respecto a 2019. 

En definitiva, son muchas las conclusiones que pueden extraerse de todo este episodio histórico: desde la facilidad con que en nuestra época unas imágenes virales se imponen a la realidad aburrida de las estadísticas, pasando por la enésima constatación del enorme poder de manipulación de los medios, hasta la sombría sospecha de que Estados Unidos parece que nunca podrá sobreponerse a su historia y superar sus agravios raciales. Me gustaría concluir con unas palabras de Sailer, de costumbre comedido pero aquí categórico: «la evidencia ahora es abrumadora: las élites estadounidenses tienen sangre en sus manos por su respuesta histérica a un incidente de la policía local que desde entonces ha dejado muchos miles de cadáveres en las calles. El fiasco de Floyd ha sido el equivalente en política interna de la invasión de Irak: una enorme herida nacional autoinfligida».

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

Más ideas