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Las serpientes de Ernst Jünger

Aparte de por los diferentes tomos de sus Diarios, la fama literaria de Ernst Jünger está ligada a su novela, fábula, cuento o apólogo Sobre los acantilados de mármol (1939). Considerada como una metáfora de la Alemania de entreguerras, incluso con tintes visionarios que el propio autor se habría encargado de subrayar con inevitable ambigüedad, la lectura política de esta obra ha sido hasta tal punto histórica, por no decir historicista, que ha querido absorber sus elementos simbólicos y míticos con el fin de protegerse razonablemente de su inquietante energía alquímica, por no decir más exactamente onírica.

Andrés Sánchez Pascual resaltó que “lo que da grandeza a su libro es que sus personajes no son alegorías, sino símbolos. Y, además, símbolos vivos, que es lo esencial del mito”. Es cierto, tanto como que se han atribuido habitualmente a esos símbolos conceptos abstractos, desencarnados, como la Nada, el Poder, la Civilización, que, aun plausibles, también contribuyen a desactivar una parte sustancial del “estilo inspirado” que, por oposición a la escritura por conceptos y por imágenes, Jünger elogiaba en las primeras entradas de su diario Jardines y carreteras al hablar de su novela.

Cuando un escritor así afirma que “es preciso que las frases hagan su entrada en la consciencia del lector igual que hacen su entrada en el circo los luchadores”, la comparación no puede ser reducida a un sentido solo translaticio, sino que debe comprenderse también en la dimensión literal de su simbolismo: en una materialidad incandescente que, reconozcámoslo, asusta. 

Sería injusto limitar al ámbito reaccionario e incluso conservador este desafío crítico a la Ilustración

Aunque quisiera zanjarse esta pretensión asociándola a elucubraciones reaccionarias próximas a un paroxismo entre lúcido y enloquecido que arrastró a Europa a la gangrena nacionalsocialista, seguiría quedando en cuestión una de las aporías no menores de la dialéctica ilustrada. Tras negar la realidad de la magia y de los poderes primitivos en nombre de la Razón, se había dedicado a descomponerlos científicamente. Presa del terror por sus consecuencias, se apresuró, como sigue apresurándose, a asegurar que lo que decretó inexistente está bajo su control. Los profetas del Antiguo Testamento negaban la existencia de otros dioses fuera de Yahvé; por responsabilidad, sin embargo, prohibían terminantemente juguetear con los ídolos.

Sería injusto limitar al ámbito reaccionario e incluso conservador este desafío crítico a la Ilustración. No basta con remontarse a la influencia de Nietzsche. Los mismos avances de la antropología cultural de la segunda mitad del siglo XIX en campos tan dispares como la etnología, la historia del arte o la herbología, tan afines a las aficiones jüngerianas, también mostraban que la tensión entre la razón y las fuerzas oscuras era un dato que difícilmente podía darse por extirpado de la naturaleza humana

Podría verse así toda la novela como la narración precisa de un sueño que observa como una tragedia sublimada la destrucción de un mundo en que resurge con fuerza un neopaganismo acrónico

Recientemente reeditada por Sexto Piso, la conferencia El ritual de la serpiente (1923), de un personaje tan poco sospechoso de pangermanismo ario como Aby Warburg, reflejaba un estado de ánimo común de esa época alrededor de las diversas formas que adoptaba el diagnóstico sobre el destino trágico de la cultura humana. Leyendo a Warburg, se siente la tentación de afirmar que en realidad los protagonistas secretos de Sobre los acantilados de mármol, cuyo título provisional cabría recordar que había sido La reina de las serpientes, son las víboras lanceoladas como Grifona, o el espejo y el llantén que guarda la casa-universo de la Ermita custodiada entre las rocas por el niño Erio, hijo y hechicero-sabio. Todos ellos no son meros objetos o instrumentos técnicos. Al contrario, son prolongaciones simbólicas, entre lo totémico y lo racional, cuya posesión otorga a los hermanos protagonistas la identidad y el sentido que les quedaban en falta

Podría verse así toda la novela como la narración precisa de un sueño que observa como una tragedia sublimada la destrucción de un mundo en que resurge con fuerza un neopaganismo acrónico. Como había afirmado Warburg en su conferencia, el narrador habría mostrado con su relato que cualquier pueblo “vive entre el mundo de la lógica y el de la magia, y su orientación es el símbolo. Entre el hombre salvaje y el hombre racional, se sitúa el hombre de las interconexiones simbólicas”. Con la escritura de su novela Jünger se habría adentrado, definitivamente, en ese espacio.

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