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Los intelectuales de la División Azul

Una gran parte de la juventud mejor formada de España fue a luchar contra el comunismo, muchos de ellos a morir

Del mismo modo que en las Brigadas Internacionales que vinieron a luchar contra los nacionales en nuestra Guerra Civil, organizadas por la Komintern, encontramos algunos grandes intelectuales disueltos entre una canalla ignara y criminal de truhanes y gazapina, también en las tropas extranjeras que fueron a luchar contra la Rusia comunista en la IIª Guerra Mundial (fineses, húngaros, rumanos, búlgaros, italianos, noruegos, franceses, estonianos, letones, lituanos, polacos, búlgaros, suecos, daneses, eslovacos, yugoslavos y españoles) encontramos muchos grandes intelectuales europeos. En nuestra misma División Azul se encuentra un gran número de intelectuales, como cosa propia de un ejército que había nacido principalmente a propuesta del falangista Sindicato Español Universitario (SEU). Sólo con citar aquí parte de la nómina de los jóvenes intelectuales y universitarios que fueron a combatir al comunismo en Rusia sería suficiente prueba: José Manuel Castañón, escritor, Fernando María Castiella y Maiz, historiador y ensayista, Luis Ciges Martínez, actor, Álvaro de Laiglesia, escritor, José Díaz de Villegas y Bustamante, militar, escritor y gran geógrafo, Luis García-Berlanga Martí, director de cines, Gerardo Oroquieta Arbiol, escritor y memorialista, José Miguel Guitarte  —precisamente Jefe Nacional del SEU—, Antonio José Hernández Navarro, escritor y periodista, David Jato Miranda, ensayista y crítico de literatura, Víctor José Jiménez y Malo de Molina, escritor, Francisco Labadíe Otermín, escritor y economista, Pedro Lazaga Sabater, director de cine y guionista, Antonio de Mastaza Rodríguez, canónigo, teólogo e historiador, Armando Muñoz Calero, Presidente de la Organización Médica Colegial de España y Presidente de la Real Federación Española de Fútbol —cuando aún no brotaban rubiales—, Teodoro Palacios Cueto, escritor con la colaboración de Torcuato Luca de Tena, Silverio Palafox Marqués, médico e historiador, Pedro Pimentel Zayas, Director del Museo del Ejército, José Luis Pinillos Díaz, el mayor pensador de psicología de su tiempo, Dionisio Ridruejo, escritor y poeta, Rodrigo Royo Masía, escritor, Ángel Ruiz Ayúcar, escritor, Tomás Salvador Espeso, escritor, Víctor de la Serna Gutiérrez-Répide, nieto de Concha Espina y uno de los más grandes directores de periódico de los años cuarenta y cincuenta, Enrique Sotomayor Gippini, tan admirado por Ramiro Ledesma Ramos por su pasión de justicia social y que murió combatiendo en Rusia, Director de la revista Haz y de FE, y Secretario General del SEU, José Lisardo Suárez Sánchez, grandísimo actor, Miguel Javier Urmeneta Ajarnaute, humanista y gran mecenas, Ricardo Villalba Rubio, estudioso de la guerra, o el gran poeta Antonio de Zubiarre Martínez, son buena muestra, entre otros miles de universitarios, de que una gran parte de la juventud mejor formada de España fue a luchar contra el comunismo, y muchos de ellos a morir bajo la sagrada nieve de Rusia, nación de la que todos vinieron prendados de amor por la bondad innata de aquel desafortunado pueblo y el misterio melancólico de su paisaje inabarcable que festonea el alma triste de la bella Rusia “iustissima tellus”. Por otro lado, en 1941, cuando se inicia la historia de la División Azul, a partir de una intención programática pergeñada por tres amigos, Serrano Suñer, Dionisio Ridruejo y Manuel Mora-Figueroa, estaba muy vivo aún el recuerdo de los italianos y alemanes que habían luchado junto al bando nacional en la Guerra Civil. En realidad, ya desde la Guerra Civil los falangistas venían proponiendo la idea de lanzar una gran “cruzada” multinacional contra el comunismo. Uno de los intelectuales falangistas, Federico de Urrutia, lo había expresado con meridiana claridad en su libro El nacionalsindicalismo es así, una obra de 1939: “El día en que el perfil imponente de cien millones de bayonetas de todos los pueblos unidos avance sobre Moscú (…), ese día el Imperio del Mal se vendrá abajo. Y la humanidad, santificada en redención, podrá otra vez vivir para el espíritu en los tiempos de Dios y de la Cultura. El dilema, pues, está claro. O con la Bestia rusa o contra Ella.” El aplauso que recibió la acción alemana de atacar a Rusia por parte de muchos europeos le permitió a Alemania presentarse como campeona de un frente europeo contra el comunismo, y el Pacto Antikomintern, del que no se hablaba desde septiembre de 1939 por motivos obvios, volvió a reaparecer en escena, y hasta amplió sus firmantes con la adhesión de Rumanía, Finlandia, Bulgaria, Eslovaquia, Croacia, Dinamarca y el gobierno chino projaponés de Nanking. Lord Moran, el médico de Winston Churchill, nos cuenta que aquella noche del 22 de junio de 1941 Churchill durmió, por primera vez en casi un año, siete horas seguidas por tres razones buenas para él: el ataque al comunismo en sí, la aniquilación del pacto germano-soviético-japonés que se podía comer al mundo fácilmente, y la entrada en una hura de la que Alemania no saldría viva. Tres razones para despertar el Primer Ministro en plena forma y con sentido del humor. Serrano Suñer visitó a Franco el mismo día del ataque a fin de convencerle de la conveniencia de enviar una unidad de voluntarios falangistas en apoyo de Alemania en su lucha contra el comunismo. Con esas dos premisas combatiría España: un ejército de voluntarios y sólo para luchar contra el comunismo. Franco diferenciaría muy bien ante Hitler la guerra en el Oeste contra Gran Bretaña, de la que no quería saber nada, y esta nueva campaña contra el comunismo. Autorizó a su cuñado para que formase esa unidad de falangistas, y hay quien ha pensado que Franco prefería a la Falange luchando en el frente ruso que haciendo una revolución antiburguesa en aquella España exhausta de revoluciones. Desde el inicio del ataque, Alemania contó con el Ejército Rumano y el finlandés, y después se sumaron los ejércitos de Eslovaquia, Italia y Hungría. El martes 24 de junio los activistas del SEU organizaron en Madrid una entusiasta manifestación, que pronto fue masiva —tenemos fotos de la misma— para pedir el envío de “voluntarios falangistas contra Rusia”, según se leía en las pancartas. Se veía a los estudiantes falangistas de todas las facultades portando banderas de Falange y de España. En el 70% de las capitales de provincia y en los pueblos más importantes se repitieron las entusiastas manifestaciones en el mismo sentido. El no poder lucir en sus uniformes falangistas condecoraciones ganadas en la Guerra Civil era un auténtico trauma, y por eso para quienes no podían hacerlo por haber estado presos o por ser demasiado jóvenes la División Azul iba a ser la ocasión que esperaban. A la hora de entrar tuvieron preferencia los falangistas que sobrevivieron presos de la Guerra Civil. Como miembros entusiastas del SEU hubo centenares de soldados con la estrellita blanca de seis puntos sobre fondo negro que representaba a los famosos alféreces provisionales que con tanto valor lucharon y dieron sus jóvenes vidas en la Guerra Civil, y que en las tierras de Rusia mostraron el mismo heroísmo, impulsados por su ferviente ideología nacionalsindicalista y su oposición cerrada al comunismo. La izquierda nacional entraba en combate épico y feroz contra la izquierda internacional pilotada por el imperio comunista desnacionalizador. Ya en Rusia Dionisio Ridruejo escribía: “El reverso del horror de la guerra es una cierta exultación entregada en la que el nosotros vence y arrastra al yo”. El yo individual se entregaba a los ideales del colectivo falangista en aras de un imperio cultural, la Hispanidad. En seguida se escribió un himno oficial de la División Azul, que compusieron al alimón José María Alfaro y Agustín de Foxá, con música de Juan Tellería. Es curioso que Falange siempre pergeñó sus himnos a través de la labor colectiva de sus intelectuales (cfr. el “Cara al sol”). Dionisio Ridruejo también escribió un bellísimo himno alternativo, pero definitivamente triunfó el de Alfaro-Foxá. Nunca hay que dejar de subrayar que la guerra de la División Azul en Rusia fue ante todo y solamente un fenómeno ideológico; en donde la cultura política falangista es tan fuerte que en realidad tenía razón José Antonio cuando afirmaba que los camaradas de Falange debía ser mitad monjes, mitad soldados. La Falange antes de ser un movimiento político fue sobre todo un movimiento cultural para remover la conciencia de la patria, algo así como lo que hacía Sócrates en Atenas. También tenemos que reconocer, empero, que muchos divisionarios marcharon a Rusia por asuntos más personales, como los que habían perdido a sus familiares asesinados cobardemente por los rojos en las checas de Madrid. Padres asesinados, hermanos asesinados e hijos asesinados. El propio Dionisio Ridruejo y Enrique Errando recuerdan en sus memorias el caso de un camarada mayor, arquitecto vanguardista de gran prestigio, al que habían asesinado a su hijo y que hizo la durísima campaña de Rusia. O casos más curiosos, como el del comunista José Robles Pazos, buen conocedor del ruso, profesor de literatura americana y el gran traductor de Dos Passos, asesinado durante una de las purgas de Stalin en Rusia, y que su hermano falangista “vengó” alistándose a la División Azul. Por cierto, cuando Dos Passos se enteró del asesinato de su traductor, el comunismo se convirtió para él en una bestia del Averno, se convirtió en un intelectual ultraconservador nacionalista, mitificó los orígenes de los EEUU y cortó relaciones para siempre con Hemingway por no importarle a éste las víctimas que generaba el comunismo, manteniendo cariñosas relaciones vitalicias con el hermano divisionario. Los divisionarios que marchaban a Rusia lo hacía como los antiguos cruzados que marchaban a Tierra Santa, y no se paraban en Constantinopla, claro. Junto a los estudiantes falangistas del SEU también había muchos falangistas de los pueblos de Castilla, y es que el falangismo no perderá jamás un hondo espíritu campesinista, fundamentado en los ciclos de la naturaleza revelado en fiestas y tradiciones, incompatible con el comunismo. Pero a la División Azul también se incorporaron, contra el criterio de “las buenas gentes”, gentes de la izquierda vencida en la Guerra Civil, y es que el falangismo, como izquierda nacional, siempre quiso atraerse a sus filas a antiguos izquierdistas, con quienes compartían el deseo de justicia social. Así, Nicolás Miranda Marín, o más conocido por sus pseudónimos, Joe Sheridan y Cameron Jones, autor de novelas del oeste, con la calidad de las de Zane Grey, aunque partidario del Frente Popular, no sólo se alistó en la División Azul, sino que llevó a cabo hazañas heroicas que lo mutilaron. Otras veces, antiguos comunistas, como Óscar Pérez Solís, acabaron siendo falangistas y lucharon en el duro frente ruso. Obviamente también hubo cambios en dirección contraria, como el del joven falangista Luis García Berlanga, el que llegaría a ser uno de nuestros mejores directores de cine, que participó con pasión y valor en esta campaña de Rusia, falangista entonces hasta la médula si leemos sus encendidos textos. Los falangistas hacían quinielas sobre quién pilotaría la división expedicionaria. Unos apostaban que Ramón Serrano Suñer, quien aunque no había sido falangista de las primeras horas, era entonces una de las mejores cabezas de Falange. Otros que José Antonio Girón de Velasco, otro falangista, además de la Falange de las primeras horas, que concitaba mucha simpatía, y otros, finalmente, aventuraban que el general Juan Yagüe, el general más cercano a Falange. Pero ocurría a la sazón que Franco estaba muy enfadado con Yagüe, la antítesis del adulador, y, por otra parte, pensaba que hacer piloto de la División Azul a su cuñadísimo Ramón Serrano Suñer era darle un poder demasiado peligroso, sobre todo en su vuelta de Rusia. Al final optó por Agustín Muñoz Grandes, que entonces se dedicaba a elaborar planes militares para reconquistar Gibraltar. La decisión de Franco no fue errónea; sin ser falangista, Muñoz Grandes sentía la pasión por la justicia social como un falangista. Hitler, que consideraba que la guerra de Rusia terminaría en el invierno de 1941/42, pensaba que dado el clima que tenía España enviaría a la División Azul, como Spanische Korps, a guardar los territorios del Cáucaso. Pero la guerra salió de otra manera. Ya Eneas aprendió una máxima que transmitió a la posteridad: “Cede deo!”, ¡cede ante un dios! Si descubres que un dios está contra ti, ¡cede! Serrano Suñer se despidió de la División con poética falangista: “El heroísmo de esta División Azul hará florecer en los campos torturados de Rusia las cinco rosas de nuestra anunciada y esperada primavera”. Hoy España no podría mandar a Rusia, la Madre Rusia, ni la décima parte de jóvenes talentosos que componían la División Azul. Como mucho un pelotón de gramáticos de primera tonsura. Tampoco hoy hay razones para atacar a Rusia.

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