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Los toros y lo Nacional

En la polémica taurina, de largo tiempo atrás, cohabitaron, junto a los defensores, detractores -políticos, religiosos o intelectuales-

Todos conocemos la controversia histórica existente en torno a estos dos términos, toros y nacional. Una disputa que ha ido creciendo en lo que llevamos de siglo XXI. La caja de Pandora abierta alrededor de los Nacionalismos en territorio de España en la etapa de la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero comenzó a urdir de nuevo uno de los aspectos de dicha discordia alrededor de los toros —ahora acondicionada: la inconveniencia de la fiesta de los toros desde el punto de vista político y moral en ciertos territorios españoles—, acompañándose el tema con la actualizada incompatibilidad de la tauromaquia con la vida social en nuestro mundo moderno. Todo ello desembocó en la tan conocida y mediática —y muy divulgada— prohibición de la tauromaquia en Cataluña en julio de 2010, más adelante derogada por el Tribunal Constitucional en octubre de 2016. El ataque a la fiesta taurina en Cataluña fue un arma de segregación política adoptada por los partidos políticos separatistas catalanes —principalmente— que durante unos años comandaron tal ofensiva y que ha quedado en un hecho no legal pero efectivo.

Desde antiguo se ha debatido en la cultura española la conveniencia o no de la fiesta de los toros. No es una novedad y ahí tenemos toda una materia de estudio que se puede seguir con lectura iluminadora y amena —para aquellos que tengan curiosidad en conocerla— en la enciclopedia Los Toros de José María de Cossío. Desde tiempos remotos aparece en los textos dedicados a la práctica del toreo —la tauromaquia— como un asunto plenamente español. Sin tener que irnos muy atrás en el tiempo histórico, que es posible emprender si nos pusiéramos a ello, lo encontramos recogido —por ejemplo— en la tauromaquia a caballo de Pedro Jacinto Cárdenas y Angulo, Advertencias o preceptos del torear con rejón, lanza, espada y jáculos (1651): «el ejercicio de torear a caballo no le hallo usado en otra provincia, ni reinos, que los de España». Un juego, el taurino, que era de uso común como nos dice Juan de Mariana en su ya crítico Tratado contra los juegos públicos (1609), razón por la que éste historiador lo trata, y así lo expresa, «porque se usan mucho en España», por ser un peligro, entre otras contingencias, para la vida de los hombres.

La existencia del toreo en España fue entendida por muchos aficionados y tratadistas del toreo como que daba carácter a los habitantes de la península ibérica —no olvidemos que es un suceso portugués; y, por correspondencia, de América— como observamos señalaba Gregorio de Tapia y Salcedo en su escrito Exercicios de la gineta (1643), al ser su práctica una «tan encarecida demostración del valor de los Españoles». Muchos otros ejemplos de comentarios similares existen, aportados por caballeros de aquella época, de personajes que eran al mismo tiempo escritores y toreadores. No quiere decirse que todos los habitantes de nuestra península ibérica fueran aficionados a los toros, ni tampoco que en todos los territorios se sintiera de la misma manera el hecho taurino, si fuéramos de Galicia a Andalucía o de Cataluña al Alentejo, pues ciertos determinantes pudieron influir en la manifestación de la acción táurica, ya fuese la existencia de ganado bravo en la zona o de implicaciones festivas religiosas o de la vida política —lejanas o cercanas para cada localidad— que favorecieran que se diera toros en fechas concretas.

Como hemos apuntado, en la polémica taurina, de largo tiempo atrás, cohabitaron, junto a los defensores, detractores —políticos, religiosos o intelectuales— que se oponían con sus críticas al fenómeno de los toros. Entre estos, ya en el siglo XVIII, destacó la figura de Gaspar Melchor de Jovellanos que en su alegato antitaurino de componente ilustrado —donde él veía, tanto ejemplo social poco aleccionador y escaso rendimiento económico en las labores agrícolas e industriales— quiso resaltar que los toros no se encontraban extendidos en España, ni se producían de forma tan frecuente, y con este propósito lo atacó en su conocida Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y su origen en España (1796): «La lucha de los toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y dondequiera que fueron celebrados lo fue solamente a largos períodos».

Podríamos continuar añadiendo consideraciones y juicios de reconocibles polemistas a través de distintas épocas, situados a uno y a otro lado del posicionamiento ante lo taurino. Sobre la relación entre los toros y lo nacional el asunto se recrudece en su trama si entramos en lo expuesto en los siglos XIX y XX. Como muestra más representativa tendríamos la obra del bibliógrafo Juan Gualberto López-Valdemoro (Conde de las Navas), El espectáculo más nacional (1899), donde el autor destaca para cimentar su tesis de la oportunidad de profundizar en el tema de los toros, que se relaciona con «la coexistencia del progreso moderno», además de sus beneficios económicos y artísticos y «a la intervención que todas, absolutamente todas las clases sociales tuvieron en España, ya como actoras, ya como espectadoras de la única función cobijada por la bandera de la patria». Sin tener que entrar en argumento tan vernáculo, hoy algo disonante, nos viene a la memoria una disertación comparable que enunció «el viejo profesor», don Enrique Tierno Galván, allá por 1951, en su Los toros, acontecimiento nacional: «en la plaza (de toros) los espectadores son en absoluto iguales (y) es una igualación que afecta a los últimos resortes de la personalidad».

Si nos mantenemos en las propuestas dejadas en su escrito por Tierno Galván hallamos una previa reflexión sobre esa igualdad entre los asistentes al espectáculo de correr toros: «el acontecimiento taurino (es) capaz de unimismar situaciones sociales distintas, puntos de vista diferentes y (afecta) al pueblo en conjunto de modo radical». Para el que fuera una celebridad del espectro político español de finales del siglo XX, al respecto, concluye: «Los toros son el acontecimiento que más ha educado social, e incluso políticamente, al pueblo español». Y que le compromete ante la sociedad, pues, conforme afirma Tierno: «El espectador de los toros percibe tal autenticidad y ve la fiesta como la verdad, sin ambages. De aquí que acudir a los toros sea un acto de brutal sinceridad social, que nos delata, en cierto modo, ante los demás». No cabe más claridad en su manifestación sobre una función pública donde se revelan, según él, «los fundamentos de España en cuanto nación». Vemos pues, en un fondo temático, el de los toros y lo nacional, numerosas ponderaciones a lo largo de nuestra historia.

Si volvemos al análisis de Enrique Tierno Galván podemos cerrar este artículo con esta consideración: en los toros se interioriza y se exterioriza una catarsis de conjunto social, al ser, nos dice, «el lugar físico, social y psicológico (la plaza de toros) en el que la totalidad del pueblo convive intensamente una misma situación psicológica en que las actitudes profundas son substancialmente análogas. ¿Con qué otro acontecimiento (nacional) ocurre esto?». Nos gustaría saberlo.

(Ilustración de José Manuel García Hernández: «Acontecimiento», 2013, acrílico sobre tabla).

Bujalance (Córdoba), 1957. Doctor en Historia. Profesor de Historia de España y Cultura popular española en la Universidad Wenzao, Kaohsiung, Taiwán. Autor de El toreo caballeresco en la época de Felipe IV: técnicas y significado socio-cultural (Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Universidad de Sevilla, 2007), y Toreo clásico contemporáneo (Ediciones Catay, Taichung, Taiwán, 2018).

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