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LOS CLAVELES DEL PSOE

La influencia en España de la Revolución de los Claveles, de la que se cumplen cincuenta años

Aunque los españoles y los portugueses viven dándose la espalda (con cierta suspicacia por parte de los portugueses, cuyos vecinos les cuadruplican en número), las influencias entre los dos pueblos son numerosas.

Los movimientos constitucionalistas de principios del siglo XIX en España provocaron imitadores en Portugal. Y la primera guerra entre absolutistas y liberales comenzó en la Península Ibérica en Portugal en 1832. El rey Miguel I ofreció asilo al infante Carlos, hermano de Fernando VII, hasta que en 1834 éste tuvo que salir en un buque británico.

En el siglo XX, el Estado Novo (el régimen autoritario de derechas que gobernaba Portugal desde 1926) constituyó un ejemplo de orden para muchos españoles ante la marcha revolucionaria de las izquierdas locales. Y la victoria de Aníbal Cavaco Silva, del PSD de centro-derecha en 1985, animo de tal manera a la Coalición Popular de Manuel Fraga que en la campaña de 1986 copió el cartel. Los republicanos españoles quedaron deslumbrados por el asesinato del rey Carlos y de su heredero en Lisboa en 1908. Y la Revolución de las Claveles, de la que este 25 de abril se cumplen cincuenta años, hizo soñar a las izquierdas españolas con que los militares derrocaran al régimen franquista.

A Portugal el salazarismo había dado paz pero no prosperidad. En los años inmediatos posteriores a la guerra española, la pobreza de Portugal era superior a la reinante en España. En una discusión sobre la orientación de la política económica, Franco le dijo a su ministro de Hacienda, José Larraz, empeñado en equilibrar el Presupuesto y reducir la deuda pública:

“Es imposible, Larraz. Estamos condenando al país a una vida misérrima. Usted piensa en Villaverde y usted debe ser más que Villaverde. Usted piensa en Oliveira Salazar y no ve que en Portugal se vive ínfimamente.”

La industrialización de los años 60 no había sido tan potente como la realizada en España; la tasa de analfabetismo era la más alta de Europa Occidental; la población emigraba a Europa para encontrar trabajo y escapar del reclutamiento militar; la guerra en las colonias africanas, duraba casi 15 años y lastraba la economía (en 1973 el Ejército encuadraba a 170.000 soldados y el gasto militar absorbía el 43% del Presupuesto General). Pero la oposición era casi inexistente.

De pronto, unos conspiradores militares se alzaron contra el régimen en el que habían crecido y habían sido educados, y todo el Estado se desmoronó en cuestión de horas.

CONSPIRACIÓN MILITAR EN ESPAÑA

A muchos franquistas, el golpe les preocupó, pues era la institución guardiana del régimen luso la que le ponía fin; en cambio, en la pequeña oposición provocó alborozo, pues se creyó posible imitarlo en España. Sin embargo, como subraya el historiador Pío Moa (La Transición de cristal), “el ejército español era franquista con pocas excepciones”, aunque “un grupo de militares fundaría pronto la Unión Militar Democrática, que intentaría aprende de la experiencia portuguesa”.

En el verano de 1975, los úmedos fueron detenidos y luego se les juzgó y expulsó. Uno de los principales militares del final del franquismo y del comienzo del régimen democrático, el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, aprobó el castigo a los conspiradores y siempre se opuso a su reingreso en las Fuerzas Armadas.

En Estoril, el conde de Barcelona empezó a hacer unas declaraciones a la prensa lusa en las que se presentaba como “amigo y admirador del general Spínola”, nombrado presidente de la república en mayo, y afirmaba que lo que éste había realizado en su país era “lo que él siempre había propugnado para España”, tal como recogió el entonces ministro Laureano López Rodó (La larga marcha hacia la monarquía). Se las envió en un sobre María de las Mercedes a su hijo, el príncipe Juan Carlos, con una tarjeta adjunta en la que había escrito «Estoy aterrada». Sin duda, ella pensaba en las consecuencias que podrían tener semejantes indiscreciones en la situación de su hijo como heredero de Franco.

TAMBIÉN CAEN LOS CORONELES GRIEGOS

En el verano de 1974, cayó el régimen de los coroneles en Grecia, de manera también pacífica. El presidente griego, el general Phaedon Gizikis, llamó al político de centro-derecha Konstantinos Karamanlis, exiliado en Francia y le nombró primer ministro. En noviembre se celebraron elecciones y el nuevo partido de éste ganó con mayoría absoluta.

Por el contrario, en Portugal el régimen se iba radicalizando hacia la izquierda con el partido comunista más rojo de Europa Occidental (rechazó la orientación eurocomunista, que elaboraron los PC de España, Italia y Francia para presentarse con una cara más amable) y el Movimiento de las Fuerzas Armadas, la organización golpista.

Entre julio de 1974 y septiembre de 1975, el gobierno del general Vasco Gonsalves, apoyado por los comunistas, retiró apresuradamente a los militares de las colonias (lo que implicó abandonar a miles de civiles, que en el caso de Luanda, sufrieron asesinatos y violaciones), nacionalizó numerosas empresas de todos los sectores, subió los salarios, hizo caer el PIB un 5%…

EL MIEDO BENEFICIA A LOS SOCIALISTAS

Entre las consecuencias que tuvo para España la conmoción en Portugal destaca la recuperación del PSOE, el partido responsable de la guerra civil y desaparecido en la oposición al franquismo.

El minúsculo grupo de los socialistas españoles se benefició del miedo en la OTAN (de la que Portugal era miembro) y en las cancillerías a que la inestabilidad se trasladase a España a la muerte del octogenario Franco. Para evitarlo, Occidente se apresuró a poner en pie un partido socialista moderado. En esta operación intervinieron el SECED, el servicio de información del franquismo; la embajada de EEUU en España, junto con la CIA; y varios partidos socialistas, sobre todo el SPD alemán y su Fundación Ebert. Sobre los jóvenes socialistas españoles, perfectamente identificados por la policía del régimen, cayeron pasaportes, retirada de multas, invitaciones a viajes, dinero, asesores…

Entre el 11 y el 13 de octubre de 1974 se celebró en Suresnes (cerca de París) un congreso del PSOE, en el que Felipe González y su equipo desplazaron a Rodolfo Llopis y otros viejos exiliados. Entonces, los militantes socialistas no llegaban a los 4.000.

Uno de los miembros de la nueva comisión ejecutiva, Francisco Bustelo, cuenta (La izquierda imperfecta. Memorias de un político frustrado): “Las embajadas en Madrid empezaron a recibir entonces instrucciones de que se pusieran en contacto con nosotros. Acompañé a González a visitar a algunos embajadores, entre ellos al estadounidense, y tuve que entrevistarme con otros diplomáticos de menor categoría”.

En diciembre de 1976, el PSOE celebró su XXVII congreso, el primero en España desde la guerra. A él asistieron como invitados el alemán Willy Brandt, el francés François Mitterrand, el sueco Olof Palme y el británico Michael Foot. González fue reelegido.

Aunque el congreso definió al PSOE como un «partido de clase», consideró el marxismo como esencial en su doctrina y se declaró partidario de un Estado federal y del autogobierno de las nacionalidades históricas, en 1979 los socialistas renunciarían a casi todo este programa para alcanzar el poder.

Ya teníamos un partido socialista más o menos homologable con los otros europeos. En seguida, con el entusiasmo de casi todo el pueblo, España entraría en el club europeo. ¡Por fin éramos europeos!

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