Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Trump contra el mundo

El juicio será una permanente fuente de titulares en su contra

A seis meses de unas elecciones generales en las que, sin exagerar, se puede decir que se juega el futuro de Occidente, el favorito para ganarlas en las encuestas va a pasarse varias semanas encerrado en un juzgado presidido por un fan declarado de su mayor rival, con un jurado elegido entre la gente que más le odia en el planeta. Bienvenidos a EEUU, 2024.

El juicio que afronta Donald Trump en Nueva York es tan ridículo que haría enrojecer a cualquier chekista endurecido en Moscú o Madrid en 1936. Está en el banquillo respondiendo a 34 acusaciones de delitos graves, todas relacionadas con algo que ni en EEUU ni en España es delito, la falsificación de documentos privados que nunca se utilizaron para perjudicar a otro.

Veo que los corresponsales que cubren en el caso intentan darle un aire de seriedad. Voy a hacerlo también: la idea es que Trump tenía que esconder una relación consentida con una actriz porno, y le dio dinero a su abogado para que el abogado pagara la actriz porno por callarse al respecto. En el proceso, Trump ajustó registros de mercantiles que controla, para mover dinero de una a otra y poder sacarlo en metálico. Esto, para la fiscalía (controlada, como en España, por el gobierno) es un intento de vulnerar los límites de gasto en campañas electorales y fraude fiscal, y Trump puede ser condenado a 20 años en prisión si el jurado le encuentra culpable de cinco o más de los cargos.

Aquí tengo que avisarles de algo que es triste, que es doloroso, y que es cierto. Conozco a mucha gente que creció viendo El Equipo A y Los Simpsons y tienen una idea absolutamente anacrónica de lo que es ahora mismo EEUU. El país que ellos vieron de niños y jóvenes, el país donde Homer Simpson podía mantener a una familia con tres niños con un solo sueldo de operario industrial, ya no existe.

La inundación de casos legales contra Trump es algo que no se la habría ocurrido ni a Stalin, que habría encontrado alguna otra forma de empapelar a un rival político: porque la fiscalía alega que, aunque la falta no delictiva de falsificar registros propios ya habría expirado, en realidad el plazo de expiración no cuenta porque se utilizó para encubrir en la comisión de un delito más grave. Es más: no está muy claro ni qué norma sobre violación de límites de gasto se está incumpliendo, ni qué tipo de fraude fiscal se habría cometido.

El juez Juan Manuel Merchán, nacido en Bogotá, lleva el caso. Es donante declarado a causas izquierdistas y la campaña electoral de Joe Biden contra Trump en 2020. Su hija es consultora para el Partido Demócrata de Biden. Es también un hombre dedicado a su trabajo, que es hundir la carrera de Trump: ésta es la tercera causa relacionada con Trump que preside en dieciocho meses: la primera fue contra la Organización Trump a finales de 2022; y la segunda contra el encargado de finanzas de Trump, Allen Weisselberg, en 2023.

Puede parecerles un misterio por qué todos los casos de Trump terminan en manos de este amante de Biden en particular, pero los que hemos seguido la carrera de Baltasar Garzón en España sabemos que todos los jueces tienen sistemas (legales) para quedarse con los casos que prefieren llevar.

Ése es el problema: que nada de lo que ha hecho la fiscalía, de lo que hace Merchán, es ilegal. No es que, como alegaría la estrella de Hollywood que hace de abogado heroico en un drama legal, se esté retorciendo o manipulando el sistema. Éste es el sistema.

Fíjense que, al menos, Merchán es juez del Estado de Nueva York, que no tiene una tasa de éxitos tan alta como los jueces federales: el año pasado, un 99% de los casos ante jueces a nivel federal en EEUU acabaron con veredictos de culpabilidad, vía juicio o por acuerdo antes de juicio. Una vez más: Stalin sólo podía soñar con tener ese tipo de judicatura.

La comparación con Stalin puede parecerle odiosa a algunos, pero es perfecta, por la característica suprema del comunismo es que lo que no es obligatorio está prohibido. Eso es algo de lo que me di cuenta inmediatamente cuando pisé Cuba o Vietnam, o cuando me fui a vivir a China: el estado posee una interminable maraña de leyes sobre todo, con lo que un fiscal y un juez pueden destruirle la vida a cualquiera en cualquier momento, con solo lanzar una investigación. Porque nadie es capaz de entender qué es legal y qué no, lo que te deja siempre a merced de la decisión de actuar contra ti.

¿Nunca se preguntaron por qué es tradición del PSOE felicitarse en las ruedas de prensa de haber aprobado tantas leyes y tantas directrices en tal periodo de tiempo, como si ello fuera un éxito? Lo hacen porque, desde su punto de vista, lo es. Lo que está sufriendo ahora Trump es las consecuencias de este sistema diseñado para que el candidato favorito de los votantes nunca jamás llegue a gobernar. En Europa, Alternative fur Deutschland (AfD) ya está probando la misma medicina, ahora que se acerca al poder; que Vox se vaya preparando.

No sé qué va a ocurrir con el caso de Trump. La selección de jurado ha sido compleja, y algún fan de Trump puede colarse, aunque en el distrito de Manhattan donde se celebra el juicio solo le votaron a Trump un 15% de los que se molestaron en votar en 2020. Lo que sé es que este caso va a ser una permanente fuente de titulares en su contra, y es ya una herramienta perfecta para debilitar a una persona que, de acuerdo con la ley del Estado de Nueva York, no se puede ausentar del tribunal mientras está siendo juzgada.

Éste no es el caso en todas partes. Por ejemplo, en Washington DC, mi lugar de residencia durante años, es común que los acusados pasen de presentarse en el tribunal a menos que estén detenidos o tengan que testificar: para eso pagan a sus abogados. Ahí ven lo bien que está diseñada la campaña contra Trump: al menos hasta el verano no podrá hacer otra cosa que contemplar a sus enemigos y las cuatro paredes del tribunal que ellos controlan. Tiene muy poco que ganar, aunque gane el juicio.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

Más ideas