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López-Linares y la tarea pendiente del cine español

Triunfa en los cines 'Hispanoamérica, canto de vida y esperanza'

En un panorama cultural como el de nuestros días donde está todo atado y bien atado fue una grata sorpresa en 2021 el documental España: la primera globalización. Financiado en parte mediante micromecenazgo por internet, contó con 39 historiadores dispuestos a desmontar una leyenda negra que, no solo es caldo de cultivo del separatismo en España al alentar su discurso de colonias subyugadas por un imperio depredador y oscurantista, sino, en añadidura, dentro de un contexto mucho más amplio como el de toda la Hispanidad, dicha narrativa con toda su carga de agravio y culpa erosiona la propia identidad compartida dificultando cualquier posibilidad de cooperación entre más de 500 millones de habitantes. Divididos y resentidos unos con otros raro será que podamos prosperar.

Lo cierto es que aquella producción no solo contó con apoyo popular para su realización, sino que posteriormente se convirtió en un éxito inaudito en salas de cine y emisiones televisivas para lo que cabría esperar de un documental histórico. Había hambre de algo así. Según explicó su director, José Luis López-Linares, fue fruto de la lectura de Imperiofobia, de Elvira Roca Barea, que a su vez tuvo una considerable repercusión logrando nada menos que 25 ediciones. Otras obras de similar temática como las de Marcelo Gullo están logrando un alcance comparable, mientras que en YouTube encontramos canales aparecidos en los últimos tiempos de rápido ascenso como los de Brigada Antifraude o HispaUnidad , así como proliferan eventos y congresos como el de Santa Pola. Es innegable que estamos ante una corriente cultural-política de profundidad y quién sabe qué cambios llegará a traer consigo. Se hacía inevitable, por tanto, que aquel documental tuviera una continuación que hace unos días ha llegado a nuestras salas: Hispanoamérica, canto de vida y esperanza.

De nuevo reúne a una serie de intelectuales como Dalmacio Negro, el ya citado Marcelo Gullo, Guadalupe Jiménez Codinach, Juan Manuel Zunzunegui y otros muchos (mayoritariamente americanos, lo cual es un acierto) que prolongan lo ya dicho en el anterior, aunque desde un enfoque algo diferente que ya se intuye desde el mismo título. Esta vez el énfasis se presenta no tanto en aquello a lo que se opone, sino en lo que se reivindica: los valores compartidos, el idioma español, la religión católica, las tradiciones artísticas de origen peninsular pero fundidas con otras precolombinas y reinterpretadas en cada una de las regiones americanas, así como aquellas otras que siguieron la vía opuesta, como es el caso del flamenco. ¿Podemos extrañarnos de que haya extranjeros que esperen encontrarse mariachis en España si al fin y al cabo cantan en español, con guitarras españolas y con trajes de charro originarios de Salamanca?

Además de una cuidada fotografía que se deleita en un folclore colorista, la arquitectura virreinal y el arte barroco (con localizaciones en Argentina, Bolivia, Estados Unidos, España, México, Perú, República Dominicana y Venezuela), diría que lo más destacable del documental es la manera en que se muestra todo ello como genuinamente propio de los americanos, desde Tierra del Fuego hasta bien entrados en territorio estadounidense. De forma que los discursos académicos de cariz histórico y antropológico van siendo intercalados con fluidez con interpretaciones musicales, desfiles y procesiones protagonizadas por hispanoamericanos legítimamente orgullosos de su legado mestizo. ¿Por qué tendría que ser de otra forma? Así como el feminismo se empeña en emancipar a quienes ya se saben libres y hacen lo que hacen porque les da la real gana, el indigenismo se construye desde la misma perspectiva paternalista, pretendiendo despojar de su patrimonio cultural e identidad más íntima a alguien al que se le dice que tradiciones de siglos en las que fue educado no son en realidad las suyas. Algo así como tirar abajo el acueducto de Segovia por no ser verdaderamente español sino una imposición imperialista de los romanos.

Pues bien, esta producción, estrenada el pasado 12 de abril, ha replicado la buena acogida de la anterior y se ha situado en la semana de su estreno entre las diez más taquilleras. Logro notable si tenemos en cuenta que se trata, como venimos diciendo, de un documental, y si nos fijamos además en que se ha proyectado en 58 salas, mientras que las nueve que la preceden lo han sido en más de 200 cada una de ellas. Es un fenómeno que los medios oficiales del régimen ya no pueden silenciar, así que han pasado, como era de esperar, al ataque. A El País, por ejemplo, le ha disgustado notablemente, y eso es buena señal. Recordemos, por cierto, que en su día ese medio le dedicó una agria crítica a Elvira Roca por su libro Imperiofobia a la que esta respondió. Entre las labores de este medio está la de vigilar que nadie se salga del corral, se ve.

Solo nos cabe desear, en conclusión, que esta segunda parte tenga continuación y así la obra conjunta pueda completarse como una trilogía. Y ya puestos, esperar que siente un precedente en un terreno tan poco propicio para la causa que defiende como lo es el cine. He ahí su tarea pendiente. Es significativo que otros canales de creación cultural, tal como hemos señalado anteriormente, cuenten con una variada oferta en torno a España y la Hispanidad mientras que la producción audiovisual ―fuera de Internet― sea tan raquítica en comparación. Salvo para denostarlas, claro. Un factor que ayuda a entender esto es que el cine y la televisión han gozado de un enorme reconocimiento popular y el poder político fue perfectamente consciente de ello desde sus mismos orígenes, así que ha puesto siempre un gran empeño en atarlos en corto. Tarea que ha sido facilitada por el coste económico y la dificultad técnica que han entrañado, convertidas en un poderoso filtro para que solo unos pocos creadores y mensajes pudieran acceder a esa difusión masiva.

Pero las nuevas tecnologías están cambiando este panorama y abriendo nuevas oportunidades. Además, el reiterado fracaso de audiencia de aquellas producciones que se empeñan en perpetuar los clichés antiespañoles juega en su contra. Qué le vamos a hacer, el público se empeña en premiar con su atención aquellas como los documentales de López-Linares y en dar la espalda a bodrios de los últimos años como Oro o 1898: los últimos de Filipinas. De la primera, el autor del relato en el que se basó terminó reconoció años después del estreno que «en el guion base había crueldad y épica, dureza y luz; al llevarlo al cine, el equipo no vio la épica y dejó una banda de delincuentes. La parte admirable ha desaparecido». Y ese autor era nada menos que Pérez-Reverte, ¡cómo debía ser la cosa para que hasta a él le pareciera demasiado leyendanegrista!. Respecto a la segunda, que pueden ver aquí, hay que señalar que si bien técnicamente es de una notable calidad, los dos historiadores que asesoraban al equipo de filmación pidieron que no se incluyeran sus nombres en los títulos de crédito avergonzados del tratamiento que se dio a la historia. En ella son recurrentes las alusiones a un patriotismo español que se busca ridiculizar y el héroe termina siendo el desertor, más masticado no pudieron dejar el mensaje.  

Comprobamos entonces que ambos casos (como ejemplos de otros muchos) fueron ocasiones perdidas. Había medios, había profesionales solventes y una buena historia que narrar; el problema fue el guion, o más concretamente la consigna que se quiso dar a través de él a un público que a estas alturas ya está bastante escarmentado del cine español, por lo que ambas pincharon en la taquilla. Por lo tanto, podemos concluir, el obstáculo no es infranqueable, no hay una falta congénita de talento artístico en nuestro país, en realidad la solución podría ser sencilla si se cambiasen ciertos prejuicios ideológicos. Cuando estos no operan porque la narración no toca cuestiones históricas y políticas el resultado puede ser magnífico, ahí tenemos bien reciente una coproducción hispana con una excelente acogida a escala mundial como La sociedad de la nieve. Rodada en Granada por el mejor cineasta español de nuestros días, Juan Antonio Bayona, con un reparto argentino/uruguayo para contar la conocida historia del avión estrellado en los Andes ¡Hay vida y esperanza!

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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