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Miguel Pardeza: «La vida es lo que te pasa, sin despreciar lo que no te pasa ni jamás te pasará»

El escritor, que publica nuevo libro, conversa con LA GACETA

Confiesa el escritor y exfutbolista Miguel Pardeza (La Palma del Condado, Huelva, 1965) que nunca le había ocurrido que un título fuera tirando del libro, y no al revés. “Pero eso fue lo que pasó” con Teoría general del abandono (Newcastle Ediciones), que tan poco tiene de teoría y menos de general, “aunque sí bastante de la melancolía de las cosas que, sea por la razón que sea, se van perdiendo por el camino y ya no vuelven jamás, unas veces para nuestra satisfacción, pero otras muchas para nuestro más hondo desconsuelo”.

Muchos recordarán aquel artículo de Julio César Iglesias sobre la quinta de El Buitre y lo que decía de Pardeza: “Tenía la sagacidad de los linces de Doñana y, sobre todo, su misma rapidez. Para Pardeza, el gol es, antes que una jugada, un presentimiento”. Y no iba desencaminado el periodista. Aquella época de Madrid auguraba ya el punto de inflexión que sucedería en su carrera, en su vida. Donde descubrió que los libros y la literatura salvan. Se doctoró en Filología Hispánica y se hizo especialista en González Ruano —lean la edición antológica de la labor en prensa de César González Ruano, recogida en Obra Periodística (1925-1936) y Obra periodística (1943-1965), tomos a los que sumó un tercero, Necrológicas—. Esta semana, IDEAS conversa con Miguel Pardeza a propósito de Teoría general del abandono, su quinto libro tras Torneo y La cola del cometa, entre otros.

Una especie de catálogo de esas cosas que dejas atrás, unas para bien y otras no tanto, para gran disgusto: la casa materna, los álbumes de cromos, los amores de la adolescencia, el descubrimiento de la sexualidad, las noches de Malasaña –sí, Pardeza tenía también esa parte festera-, el servicio militar, las amistades, las salas de cine o aquella pequeña navaja que perdió su padre antes de morir…  Recuerdos que hacen de este libro un trabajo lleno de melancolía, pero también de humor y de amor a la vida. Y de celebrar que al nombrar las cosas a las que decimos adiós de algún modo no desaparecen. Un texto precioso, con una elegancia nada impostada, que da forma a todo un territorio emocional.

No encuentro mejor descripción para esta Teoría general del abandono que las palabras que dedicó a Aquellos días, de su editor y amigo Javier Castro Flórez: “Un ramillete de textos breves, lúcidos, sinceros y divertidos en los que es muy fácil reconocerse porque nos interpela a todos por lo que realmente somos: hombres y mujeres que estamos de paso, que no sobrevivirán, pero que en su idéntico destino siempre merecerán una oportunidad para seguir creyendo en la amistad, en la belleza, en el amor…”.

Un canto al hecho de estar vivos a la vez que homenaje a aquellos que marcharon. Escrito desde la vida para la vida.

Teoría general del abandono es un caudaloso río de días felices y otros no tanto. ¿Es momento de volver a la emoción? ¿En qué momento vital se encuentra?

Bien, la literatura en general es el terreno de la emoción. Da lo mismo que la emoción se dé en un poema, un cuento, una novela o en unos cuantos textos autobiográficos. Sin emoción no se entiende la literatura. Dicho lo cual, no conviene confundir la emotividad creativa con la cursilería plañidera. No tienen nada que ver, como cualquiera que haya leído dos ratos comprenderá. Por lo demás, en mi caso al menos siempre escribo echando la vista atrás. De dónde iba a sacar uno si no temas para escribir. No es que no aprecie el trabajo de figuras importantes que exploraron el futuro, Isaac Asimov, Stanislaw Lem, Philip K. Dick, etc., sucede que en mi caso sólo me sale acudir al pasado para recrearlo.

¿Cuál fue ese impulso definitivo que le condujo a escribir Teoría general del abandono?

Ninguno en particular. Quería publicar con mi amigo Javier Castro en su estupenda editorial, Newcastle, dedicada a la literatura de la memoria, y se me ocurrió modificar una vieja idea que llevaba rondándome hacía tiempo: escribir sobre lugares abandonados, edificios, fábricas, prostíbulos, balnearios, estaciones de ferrocarril, granjas, cosas así, cuya ejecución me superaba porque requería de una documentación que me echaba para atrás. Por si esto fuera poco, la escritora Cal Flyn se me adelantó con un volumen estupendo, Islas del abandono. Así que le di la vuelta a esa idea y la convertí en un breve prontuario de las cosas que nos van abandonando con la edad, ya fueran experiencias, lugares o personas. De eso trata mi libro: de todo aquello que por unas u otras razones vamos dejando arrumbado en el camino de la vida, algunas de manera irreversible, otras por desidia o cansancio. Y otras porque resulta inevitable que sea así.

No hay forma de poder anticiparnos a lo que la vida nos va a ofrecer. Nos sorprende siempre, ¿aprendemos a vivir mientras estamos en ello?

Sin duda, la vida es lo que te pasa, sin despreciar lo que no te pasa ni jamás te pasará. Hay una nostalgia del pasado, cierto, del tiempo ido, de lo que fuimos y ya no somos, pero también podemos hablar de una nostalgia hacia aquello que nunca seremos ni viviremos. Supongo que por eso al fin y al cabo se escribe, para compensar el sentimiento de pérdida y desarraigo, tanto de lo que hemos perdido como de lo que nunca vamos a ganar. En cuanto al aprendizaje que nos merecemos por el hecho de vivir, siento ser pesimista. La vida no siempre enseña de igual manera a todos. Por desgracia, hay mucha gente que se muere en la misma indigencia cultural, intelectual y moral con la que ha vivido.

Teoría general del abandono tiene un leit motiv: “Las cosas si suceden es porque tenían que pasar, no hay que darle más vueltas, es la vida”. Como Ovidio, no quiere consumir su alma con continuas preocupaciones que irrumpen y penetran a donde se les ha prohibido…

Bueno, es una forma de verlo, pero no creo que el libro arroje esa visión determinista. Yo desde luego no soy determinista. Ando, creo, en las antípodas de cualquier idea del destino entendido como un guion escrito que precede a la existencia, o como el resultado de una voluntad divina que está más allá de la comprensión humana. Me inclino más bien a considerar al hombre como una consecuencia de su carácter, como insinuó Heráclito, o como una pasión “inútil”, como sostenía Sartre, porque será “inútil”, pero es una pasión suya, individual, sin la intervención de agentes sobrenaturales. Es deprimente pensar que el hombre no tiene margen para forjar su destino, aunque no me pondré tan dogmático como para negar la posibilidad de ignotas fuerzas que actúan, no sabemos de qué forma, en la trayectoria de todo ser humano.

¿Con qué criterio ha ido escogiendo cada capítulo? Momentos que dan forma y sentido a nuestra vida: la casa familiar y los padres, los inicios de una carrera, el amor, los estudios, el adiós, la muerte…

La elección me fue saliendo sin pensar, no creo que en esto haya sido original. Cualquiera ha abandonado su casa familiar, ha perdido la virginidad, ha ido relegando aficiones, amores, juegos, estudios, ha perdido a un padre o a los dos, y superado alguna que otra etapa personal, que sólo a él importa. La clave, creo yo, está en el punto de vista con que se escribe acerca de esas cuestiones. Ese es el aporte genuino del escritor. En mi caso me he tratado con bastante distanciamiento, incluso con humor. Y es que me cuesta hablar de mí si no lo compenso con la ironía de verme como un personaje errático, contradictorio, risible, al que hay que bajar los humos para que lo humano no le sea ajeno, como aconsejó, creo, Terencio.  

¿Qué le debe usted a los libros?

Todo. He escrito en más de una ocasión que me salvaron dos veces la vida. La primera cuando era un adolescente y, perdido en Madrid, no sabía qué iba a ser de mí. Los libros no me dieron la respuesta, obviamente, pero me ayudaron a sobrellevar la pena de no saberlo. Y la segunda, cuando dejé mi carrera profesional con treinta y cuatro años, y tuve que meterme en otra piel, en otra persona que nada o poco tenía que ver con la que había sido, todo para no caer en la quejumbrosa nostalgia, a veces paralizante y resentida.

Qué importante dejar semblanza y testigo de aquello que hemos vivido. Siempre necesitaremos a alguien que cuente estas historias a otros, el porqué de las cosas que existieron: los quioscos, las primeras veces, las salas de cine, cómo nos enamorábamos, ahora que parece que va desapareciendo todo…

En efecto, creo que es importante, aunque no sabría decir por qué, ni para quién. Supongo que ese testamento del que hablas se escribe por y para uno mismo. Detesto la vanidad de pensar que se escribe para la posteridad o para un lector que aún no ha nacido. Lo normal es que cuando ese lector nazca uno esté más olvidado que los que fueron condenados a la “damnatio memoriae”, así que en lo que a mi respecta, escribo por necesidad, pero por necesidad presente. Lo que vaya a ocurrir con la memoria que uno deja en sus libros es una cuestión que no me interesa, ni me compete. En este sentido me regocija estar de acuerdo con uno de mis ídolos, Woody Allen, que en una entrevista llegó a decir que le daba igual el porvenir que esperase a sus películas, porque, fuera cual fuera este, él ya no lo iba a saber.

Concluye con un capítulo que emociona, la muerte de su padre. Epicuro decía que cuando nosotros somos la muerte no es, y que cuando la muerte es, nosotros no somos. ¿Está de acuerdo en que sufrimiento y alegría son dos hermanos gemelos unidos de la mano?

No sabría decir, más que dos hermanos gemelos, el sufrimiento y la alegría son dos desconocidos que no se llevan muy bien, pero que, por otro lado, no pueden evitar estar cerca uno del otro. Es verdad lo que decía Epicuro. La vida y la muerte no pueden estar en el mismo sitio ni al mismo tiempo. Los antiguos es que eran muy sabios. Y sí, el capítulo en el que evoco la muerte de mi padre me salió de las tripas. Creo ser un escritor más racionalista que visceral o lírico, pero en el fallecimiento de mi padre fue imperativo dejarme llevar por el corazón, que suele hablar mejor que la cabeza, y desde luego siente mucho mejor que ella, aunque luego a la hora de plasmar esos sentimientos en un papel convenga preguntar primero a la gramática. Ya que a veces el corazón también dice muchas tonterías, y no siempre las dice bien.

Luis Rosales decía que el niño no sabe que vive mientras juega. Usted ha disfrutado con su vida, y sigue disfrutando. Ha tenido la curiosidad de un niño, porque la vida es probar, equivocarse, apasionarte, caer y levantarte, ¿qué le transmite todo esto?

Que es muy sensata esa reflexión. Dejamos de ser niño físicamente muy pronto, pero no hay razón para dejar de serlo mentalmente. Un artista, un escritor, bien pensado, no es más que un tipo maduro que lucha contra todo y todos por seguir instalado en la infancia, aquella edad dorada en que todos o casi todos fuimos felices.

¿Qué le ha enseñado la vida hasta el día de hoy (y lo que queda por venir)?

Como a cualquiera, supongo, muchas cosas buenas y muchas que no lo son tanto. Pero la vida no tiene miramientos con nadie, ni ocurre con la intención de dar lecciones, como si fuera un profesor de instituto. En cierto sentido, la vida es neutra, ciega, indiferente; y sin olvidarme de la suerte que representa el lugar y la fecha de nacimiento, quiero pensar que contamos con una relativa libertad para hacer con nuestra vida lo que queramos y podamos. Sé que esto no siempre es así. Pero, insisto, sería bonito que, resueltas las principales necesidades de la existencia, podamos tener la oportunidad y las facilidades de llegar a ser lo que un día soñamos.

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