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Nolo episcopari

La lucha contra la tiranía ha sido también una preocupación de los conservadores

Uno no se asombra de que alguien como Proudhon, anarquista de primera hora al que no cuesta imaginar en la barricada o con una bomba de mecha bajo el brazo, considerara que “cualquier hombre que me obligue a hacer lo que no quiero es mi enemigo”. Más desconcertante, en cambio, es descubrir opiniones muy semejantes en autores de vena conservadora, como Jorge Luis Borges, o incluso tradicionalistas como Tolkien.

“Algún día mereceremos no tener gobiernos”, suspiraba el primero, mientras que el segundo escribía a uno de sus hijos: “La tarea más inadecuada para cualquier hombre, aun para los santos (que, de todos modos son los menos dispuestos a asumirla), es mandar a otros hombres”.

La historia de los sistemas políticos de gabinete es la crónica de una búsqueda fútil: encontrar el método que haga imposible la tiranía.

O, como nos recordaba Hughes en una de sus columnas recientes, cómo evitar la patocracia teorizada por el psiquiatra Andrzej Lobaczewski, que se da cuando una minoría de psicópatas gobierna a una mayoría de personas normales.

El error de nuestro tiempo es suponer que la democracia, por sí sola, anula la patocracia, como si la palabra misma fuera el antónimo de tiranía. Pero la democracia tiene, en este sentido, al menos, el mismo problema que el cesarismo (de hecho, todo cesarismo parte de una democracia): que los aspirantes a tirano basculan indefectiblemente hacia los accesos al poder, del mismo modo que el pedófilo ronda las guarderías.

Y no solo tiene el psicópata —para desmedicalizar: el hombre entregado a la libido dominandi, la lujuria del poder— en mayor medida que el resto el deseo de mandar, sino también, con él, rasgos que le dan una abrumadora ventaja y mayores probabilidades de lograrlo: mayor constancia, mayor concentración en el proceso, menos escrúpulos por alcanzarlo. Mientras su rival potencial, el hombre normal, dispersará sus energías en diversos intereses, amores y placeres -una familia, los consuelos de la amistad, Dios o incluso la partida de mus del sábado con los chavales-, el ambicioso centrará todos sus esfuerzos y todo su tiempo en la consecución del poder. Es como uno de esos santos cuyas vidas leemos en la Leyenda Áurea que hubiera sustituido Dios por el dominio sobre los otros hombres.

El propio Dios del Antiguo Testamento tiene un discurso aparentemente filolibertario cuando el profeta Samuel le transmite la petición del pueblo, que quiere tener un rey como las naciones vecinas. Así, el profeta transmite al pueblo este mensaje de Yahwé:

“ Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los reclutará para sus carros y su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Yahwé no os responderá en aquel día”.

La Iglesia Católica, una institución a la que solo su pervivencia bimilenaria convierte en maestra de humanidad, ve en el mismo postularse para puestos de dominio un indicio del fomes peccati que de un modo a otro nos afecta a todos. Es decir, intuye que el hombre menos adecuado para mandar es el que lo procura. De ahí la tradición del Nolo episcopari, de la costumbre de que aquel a quien el Papa propone para el episcopado decline por dos veces la oferta (“No quiero ser hecho obispo”).

De ahí que estén igualmente afectados por esta maldición la dictadura y la democracia, ya que en ambos casos es la persona que persigue incansable y vehemente el poder el que suele conseguirlo, ya mediante un golpe de mano o aupándose a la cima de los partidos o, como concesión a los conspiranoicos, quien pueda estar detrás de ambos moviendo los hilos.

De hecho, mientras que en nuestros días es habitual llamar dictadura a todo lo que no nos gusta en política, como los vergonzantes tejemanejes y traiciones de Pedro Sánchez, los clásicos hablaban de tiranía, que para Aristóteles se da sencillamente cuando el gobernante gobierna en su propio interés en lugar de hacerlo en interés de los gobernados. En Santo Tomás, “el gobierno se hace injusto, en cuanto se aparta del bien común de muchos, y se busca el particular, de quien gobierna; y así cuanto se apartare más del bien común, tanto será más injusto […] y así el gobierno del Tirano es injustísimo”.

Este problema de que casi siempre nos mande quien más lo desea y, por tanto, menos debería, no ha afectado solo a los pensadores occidentales, sino que, siendo un fenómeno común y universal, se ha buscado todo tipo de remedios más o menos pintorescos.

Un ejemplo es la limitación de mandatos, que teóricamente impediría que el mal gobierno se prolongue en exceso. Reyes temporeros ha habido en culturas de toda la tierra, y ha sido incluso habitual en numerosos pueblos que el mandato del monarca no acabe con su abdicación forzada por la costumbre, sino con su muerte.

En La Rama Dorada, Sir James George Frazer se complace en apilar ejemplos de tribus que dan a sus monarcas un plazo, fijo o condicionado (por ejemplo, hasta que se le caiga el primer diente o le salga la primera cana), acabado el cual son sacrificados. Un caso extremo es el de Ngoio, en el antiguo reino del Congo. Allí, escribe Frazer, “la regla es que al jefe que se ponga la birreta de la soberanía se le mate siempre en la noche siguiente a su coronación. El derecho de sucesión pertenece al jefe de los Musurongo, que no es de extrañar que no quiera ejercer su derecho y que el trono siga vacante, que a nadie le gusta perder la vida por unas pocas horas gloriosas en el trono de Ngoio”.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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