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Pavlik Morozov se va a Occidente

Nuestros gobernantes aborrecen la democracia. Han ensalzado hasta la divinización la palabra, pero cada vez más separada del concepto

En la Rusia de Stalin no había ciudad que se preciara que no le hubiera dedicado una estatua, y su nombre se lo disputaban decenas de institutos y colegios. Porque el pequeño Pavlik Morozov era un verdadero héroe de la Unión Soviética, el Hombre Nuevo del socialismo real en versión reducida, un ejemplo para todos los niños de la patria soviética.

Según la vulgata oficial, Pavlik Morozov, hijo de campesinos pobres en Gerasimovka , una aldea a 350 kilómetros al noreste de Yekaterimburgo (entonces, Sverdlovsk), era un entusiasta comunista que dirigía a los Jóvenes Pioneros en su colegio y un decidido partidario de la colectivización de las granjas preconizada por Stalin.

En 1932, a la edad de 13 años, Morozov denunció a su padre a la policía política la temida GPU, que acabaría siendo conocida como KGB décadas más tarde. Supuestamente, el padre de Morozov, el presidente del Sóviet de la aldea, había estado “falsificando documentos y vendiéndolos a los bandidos y enemigos del Estado soviético ”. El mayor de los Morozov, Trofim, fue condenado a diez años de prisión en el gulag y luego ejecutado.

La familia reaccionó horrorizada por la delación del niño, y el 3 de septiembre de ese año, su tío, su abuelo, su abuela y un primo lo asesinaron, junto con su hermano menor. Todos ellos, excepto el tío, fueron detenidos por la GPU y condenados a muerte por fusilamiento.

Años después de la caída de la Unión Soviética los investigadores descubrieron la verdad: el ubicuo Morozov, protagonista de tantos monumentos y homenajes, nunca existió. Pero daba exactamente igual, porque el niño ficticio había cumplido sobradamente su misión: dejar claro en las mentes de todos los súbditos de Moscú que la lealtad al Estado estaba muy por encima de cualquier otra, y que la familia es, después de la fe religiosa, su peor enemigo.

A este lado del muro se conoce la lección igual de bien que la conocía Stalin, que la lealtad familiar, que la propia vida privada, es un espacio intolerablemente situado al margen del poder público. La diferencia es que el capitalismo -o, al menos, este capitalismo- ha sido hasta ahora más sutil y bastante más eficaz.

Doy por cosa sabida que nuestros gobernantes aborrecen la democracia. Han ensalzado hasta la divinización la palabra, pero cada vez más separada del concepto, que con la creciente captura de todas las instituciones sociales intermedias se hace cada día más irritante. Y así observamos que, mientras se mantiene la estructura exterior, el andamiaje, todo el mensaje del poder es una negación de la cosa.

Si la democracia significa algo, significa que el ciudadano común sabe lo que se hace y lo que le conviene. Si no fuera así, dejar en sus manos la elección de los gobernantes sería una irresponsabilidad a la altura de darle un Kalashnikov a un chimpancé.

Sin embargo, en sus actuaciones y mensajes concretos, no hay un solo gobierno —a nivel estatal, autonómico o municipal— que no trate a sus representados como menores de edad a quienes hay que salvar de sí mismos y sus estúpidas decisiones personales, una actitud un poco desconcertante en quienes, en teoría, son meros representantes de la voluntad colectiva de esos débiles mentales.

Pero la situación no sería tan alarmante si esta comprensión de las relaciones entre gobernante y gobernado no hubiera sido totalmente asumida por los segundos, que aceptan sin levantar la voz -incluso agradeciéndolas- las intrusiones más escandalosas en su intimidad. Quien ha visto a un tipo recorriendo el monte en solitario con una mascarilla sabe de qué estoy hablando. Los diarios y telediarios abundan cada vez más en sermones sobre los detalles más íntimos de nuestro quehacer cotidiano, desde qué comer a cómo ir al cuarto de baño.

La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero, acompañada por la Secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez «Pam», acaba de presentar la campaña del Plan Corresponsables ‘¿Dónde has estado?’ y una nueva aplicación para cronometrar las tareas del hogar para que «no recaigan en las mismas de siempre». Con el nombre «MeToca» y bajo el eslogan «¿Agotada de que te toquen siempre a ti las tareas del hogar? Descarga la app MeToca, crea tu equipo de trabajo y… ¡a compartir!», Igualdad ha gastado en este dispositivo de ingeniería social 211.750 euros.

Naturalmente, la parte del león de la indignación pública, cuando la ha habido, se la ha llevado el precio del capricho, lo que da idea de hasta qué punto ha dejado de indignar al común la idea misma de que el poder tenga algo que decir sobre lo que un ciudadano libre haga en su vida privada, siempre que no sea delictivo.

Por su parte, el político olvida que la familia es la madre del Estado, y no al revés. Si tuviera un ápice de sentido, la trataría con la reverencia que merece y recordaría las lecciones que aprendió en la suya propia en lugar de sermonearla desde el lugar más inadecuado -el de mero representante- sobre cómo debe organizarse.

Cualquiera de nosotros, cuando un amigo o conocido opina sobre cómo debemos organizar nuestra vida en familia, tendemos a reaccionar comprensiblemente indignados. Pero un amigo y aun un compañero de trabajo nos conoce y nos es mucho más cercano que el funcionario de Igualdad que se arroga el derecho a decirnos cómo tenemos que distribuir las tareas del hogar mi mujer y yo.

Si dejamos que un burócrata remoto e ideologizado nos diga cómo debemos vivir nuestras vidas, habremos renunciado a toda semblanza de libertad y —aunque de menor importancia— democracia que si hubiéramos destruido todas las urnas del mundo.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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