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Perreo trumpista, bajona progresista

La música popular de Hispanoamérica sonó casi siempre afín a la izquierda, pero ahora se ve más claro que su vocación es el antielitismo

Las mayores estrellas de reguetón están apoyando la campaña de Donald Trump. No con posts en las redes sociales, sino acudiendo a sus mítines. Hace pocos días fue el turno de Nicky Jam (en la foto), pionero del género que todavía conserva el fuego musical, con 29 millones de oyentes mensuales en Spotify y casi 44 millones de seguidores en Instagram. “No es habitual que la gente que viene de los barrios de donde yo vengo tenga la oportunidad de hablar con presidentes, así que estoy feliz de poder decir hoy al señor presidente que le necesitamos, necesitamos que vuelva”, afirmó el músico entre aplausos de los asistentes a un acto de campaña en Las Vegas.

Pocos días antes, había sido el turno de Anuel AA, la mayor estrella del trap global, que acudió a Pensilvania acompañado del pujante Justin Quiles. Anuel describió a Trump como “el mejor presidente” de Estados Unidos que ha visto el país y el mundo. Mientras las élites demócratas cultivan intensamente su relación con los artistas de éxito, los apoyos a Trump son totalmente espontáneos, hasta el punto de que el líder republicano no conocía ni siquiera de oídas a los tres artistas que pidieron el voto para él. Cuando presentó a Nicky Jam lo hizo en femenino, pensando que era una chica; con Anuel y Quiles, Trump preguntó al público si sabían “quién demonios eran”.  

Se ve más claro que tampoco estamos ante una moda o cálculo mediático: ninguno de los artistas que apoyan a Donald Trump obtiene beneficios por su decisión. Al contrario: Nicky Jam encontró sus redes sociales inundadas de insultos después de aparecer con el candidato y los poperos progresistas mexicanos Maná bajaron de todos sus servicios de streaming la canción “De pies a cabeza”, su colaboración conjunta, alegando que “Maná no trabaja con racistas”. Ya sabemos que todo el que no está de acuerdo con la izquierda actual es machista, homófobo o racista (de manera llamativa, nadie es clasista en su esquema mental).

Los superventas caribeños favorables a Trump ya sabían a lo que venían: el apoyo del reguetón al partido republicano se remonta al menos a las elecciones de 2008, cuando un Daddy Yankee consolidado tras el fenómeno “Gasolina” decidió pedir el voto para John McCain en vez de para Barack Obama, que contaba con el respaldo casi unánime del mundo del espectáculo (por supuesto, criticaron con ferocidad al disidente). Cuando tenía dieciséis años, Raymond Luis Ayala —nombre real del músico— fue herido en un tiroteo durante un incidente relacionado con bandas, un suceso que cortó sus aspiraciones de convertirse en jugador de beisbol profesional. Nicky Jam tampoco disfrutó de una juventud fácil: tuvo que superar una intensa adicción a las drogas y reinventarse como artista tras desaparecer unos años. Ambos son chicos de barrio conflictivo, que colaboraron estrechamente en sus comienzos. El nexo común con los candidatos republicanos radica en abrazar la cultura del esfuerzo y rechazar el elitismo cultural, actitud que los demócratas exudan por litros.

¿Es normal que la música popular de América Latina este girando a la derecha? Recuerdo un momento del año pasado en que algo me descolocó. Había acudido a un pase de prensa de El sonido de la libertad, la película financiada por Eduardo Verástegui que la derecha religiosa y popular americana había convertido en un éxito de taquilla, mientras el progresismo la atacaba por todos los flancos. En la escena cumbre, cuando el protagonista se infiltra en un campamento de mafias pederastas, aparecen unos planos majestuosos de la jungla mientras suena “La maza” (1979), himno clásico de Silvio Rodríguez en versión de Mercedes Sosa. ¿Cómo podía encajar tan bien la canción de un símbolo del castrismo en una película de la nueva derecha?  La respuesta es bien sencilla: porque es un canto universal de rechazo a poderes que te superan en fuerza. En los años setenta se usaba contra gobiernos militares apoyados por Estados Unidos y ahora encaja en la rebelión de clases sociales plebeyas contra los dogmas del izquierdismo. No es cuestión de que los músicos populares latinos se hayan hecho de derechas, un eje de análisis en claro declive, sino que las izquierdas se han elitizado hasta abandonar (y sentir incluso asco) por la que fuera su base social.

El ejemplo más evidente es el del cantautor Carlos Mejía Godoy, emblema musical de la revolución sandinista de finales de los setenta. Desde 2018 vive exiliado en Costa Rica por miedo a las represalias de Daniel Ortega, el líder al que él ayudó a tomar el poder. Mejía Godoy estaba tan comprometido con el sandinismo que grabó el disco Guitarra armada (1979), cuyas letras eran instrucciones musicadas para que los milicianos aprendiesen a usar el arsenal que les proporcionaba el Frente Sandinista de Liberación Nacional. El álbum contiene títulos como “Carabina M-1”, “Los explosivos” y la pegadiza “¿Qué es el FAL?”, siglas del Fusil de Asalto Ligero, que utilizaba la guerrilla.  

Hoy ya no quedan apenas músicos comprometidos con los regímenes de izquierda en el continente. El popular salsero Willie Colón fue el primero en ponerse frente al régimen chavista, al que insultaba abiertamente en redes sociales desde tiempos de Hugo Chávez. Muchos de estos músicos supieron de primera mano la realidad de los gobiernos revolucionarios y del socialismo del siglo XXI a través de las oleadas de compañeros que tenían que abandonar sus patrias para sobrevivir o desarrollarse, muchos de ellos refugiados en Nueva York o Miami (los izquierdistas de la época les llamaban “gusanos”).  

Cuando Maduro consumó su reciente pucherazo electoral, el primer personaje público en ponerse enfrente fue el prestigioso Rubén Blades, adorado por la izquierda pero nada dispuesto a apoyar el chavismo. Tras el anuncio de la victoria, acusó al gobierno de Venezuela de “no ser transparente con los resultados de la elección al evitar la supervisión imparcial del proceso electoral y los supuestos totales ofrecidos por oficinas controladas por la dictadura. Ese 51% versus 44% no se lo cree ni el pajarito que conversa con Maduro”, denunció en su cuenta de Twitter. El autor de “Plástico”, “Desapariciones” y “Pedro Navaja” compartía en sus redes poco después que “los trolls, blogueros y call centers del dictador Maduro” intentaban enfrentarle con Silvio Rodríguez, difundiendo una “falsa información” relativa a que el cantante cubano había criticado a Blades por su derechismo.

Más allá de las posiciones personales de Silvio, su música señala o intuye la traición al pueblo de los líderes revolucionarios, una vez que estos llegan al poder. “Qué fácil es agitar un pañuelo a la tropa solar/ del manifiesto marxista y la Historia del hombre”, apunta en “Canción en harapos” (1986). Luego sigue recitando: “qué fácil de apuntalar sale la vieja moral/ que se disfraza de barricada de los que nunca tuvieron nada/ que bien prepara su mascarada el pequeño burgués”. Aunque Silvio sigue apoyando la necesidad histórica de la revolución, en una docena de versos retrata la falta de lealtad de tantos líderes sociales apoltronados que terminaron oprimiendo a quienes prometieron liberar. Por eso el estribillo estalla como una moraleja: solo quien no desprecia a los pobres, quien vive mezclado con ellos, puede contribuir a su causa. “Viva el harapo, señor, y la mesa sin mantel/ viva el que huela a callejuela, a palabrota y taller”. En otra palabras, vivan las clases populares, incompatibles con el catecismo puritano woke.

Los reguetoneros crecieron con estas lecciones bien aprendidas. En el año 2005 tuve la oportunidad de entrevistar en un hotel de Madrid a la futura estrella del reguetón Pitbull, que ya andaba disparado gracias al éxito global de “Culo”. Allí me contó su historia familiar, con una abuela que había participado en la revolución cubana militando con Castro y el Che en Sierra Maestra, pero que “muy pronto empezó a darse cuenta de que aquello era más rollo que película, así que en 1980 nos fuimos a Miami con los ‘marielitos, la migración masiva de cubanos que se hizo famosa por la escena inicial de Scarface (1983), escrita por Oliver Stone”. Allí se encontraron con más generaciones de compatriotas que habían abandonado la isla, consiguiendo con trabajo y talento integrarse en la ciudad, e incluso hacerla suya, convirtiendo el español en un idioma tan importante como el inglés (sino más).

La tradición de exilio de los jóvenes músicos cubanos llega hasta nuestra época, con los procaces reparteros (equivalente local a nuestros traperos y poligoneros), procedentes de los barrios más pobres de la isla. El ‘reparto’ tiene a su mayor estrella en Estados Unidos, Chocolate MC, e incluso a un mártir de gran carisma como Elvis Manuel, que recién alcanzada la mayoría de edad se ahogó intentando llegar a Estados Unidos, junto a su madre y otras dieciocho personas en abril de 2008. ¿Cómo podría la juventud hacerse castrista con situaciones como esta? Los inicios del reparto fueron muy duros, perseguido por la seguridad del estado, que llegaba a bajar a artistas de las tarimas con el concierto preparado. Según explica hoy el propio Chocolate, la represión de los comienzos ha sido sustituida por apoyo del régimen, ya que sostener este género popular es una forma de tener contenta a una población juvenil sin dinero ni oportunidades.

La medida es inteligente, pero llega demasiado tarde, ya que hace años que la población vive desconectada de la mitología comunista. El grupo argentino de izquierda Kumbia Queers explicaba en 2020 que al llegar a la isla, como invitadas del gobierno, alucinaron al encontrar que “la moda principal entre la gente joven es vestir con la bandera de Estados Unidos. Ves a muchos adolescentes así, con una remera (camiseta) o una cartera de las barras y estrellas. Incluso decoran de los taxis con la bandera estadounidense”, lamentan. “Tuvimos la impresión de que la revolución suena como algo obsoleto para la juventud, que no se siente interpelada por los viejos mitos”, admitían en 2017.

Superventas españoles como Ismael Serrano, muy comprometidos con cualquier causa de izquierda, dejaron claro hace años que la revolución cubana no despierta el entusiasmo de hace medio siglo. “He estado allí varias veces pero tengo cierto sentimiento de culpa, que deberíamos compartir quienes creímos en la revolución y en todo lo que representó en su momento. Cuba ha sido rehén de las fantasías de ciertos sectores de la izquierda: hemos depositado tantas esperanzas e ilusiones en el proyecto de la isla que hemos creado una especie de proyección. Hoy Cuba tiene muchos problemas de libertad de expresión y sabemos que no es perfecta. Hasta el propio Silvio Rodríguez se ha pronunciado muchas veces en ese sentido. Es verdad que hay elementos que distorsionan el debate, por ejemplo el bloqueo, pero creo que hoy Cuba es como un rehén, como muchas personas son rehenes de su personaje”, explicaba durante la entrevista en un podcast en 2021.

Una última observación, obligatoria cuando se escribe desde España. Hace treinta y pocos años, con los fastos del Quinto Centenario del descubrimiento de América, un gran número notable de músicos populares de ambas orillas exhibían actitudes negrolegendarias sobre la llegada de los españoles a América (Los Fabulosos Cadillacs, Extremoduro, León Gieco, Attaque 77, Todos Tus Muertos…). Hoy esa postura se ha superado por completo, con estrellas globales como Romeo Santos, Karol G, Sebastián Yatra, Rauw Alejandro y Anuel AA agitando con entusiasmo la rojigualda en sus conciertos. Es la enésima señal de que el relato cultural de la izquierdismo antiespañol vive momentos de bancarrota, de los que será difícil que se levante.  

Víctor Lenore (Soria, 1972) es periodista cultural. Ha colaborado en distintos medios, entre ellos El Confidencial, Vozpópuli, El País, La Razón y Rolling Stone. Es autor de los ensayos 'Indies, hípsters y gafapastas' (Capitán Swing, 2014) y 'Espectros de la movida. Por qué odiar los años ochenta' (Akal, 2018)

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