La Historia de España está jalonada por grandísimos traidores. Desde el conde don Julián —«don Illán, el malo», lo llamó el canciller López de Ayala— a los borbones Carlos IV y Fernando VII, por citar un ejemplo remoto y otro no demasiado reciente. El pasado sirve para tomar ejemplo de él y extraer enseñanzas. En la Grecia clásica existía la institución de la proxenía, de la que se hicieron eco Heródoto en su Historia y Aristóteles en su Política. El próxeno era «el individuo al que una ciudad extranjera encargaba la misión de defender sus intereses en la patria de éste», explica Carlos Schrader, traductor y editor del historiador de Halicarnaso. Esto es, el próxeno es el tipo que defiende en su casa los intereses del vecino.
En la antigüedad era una ocupación que tenía ciertas similitudes a las que hoy desempeña un cónsul honorario. Pero si nos atenemos a su etimología, próxeno es el que trabaja a favor —pro— del extranjero —xeno—. Ni el fantástico diccionario de Maria Moliner ni lo que edita la Academia de la Lengua recogen esta palabra. La realidad va siempre por delante de las capacidades lingüísticas para describirla. La innovación acude a cubrir las nuevas necesidades para las que no existen capacidades. Las más de las veces, la creatividad lingüística está en los clásicos y en voces griegas y latinas que sirven para crear palabras que describan con la mayor precisión posible las novedades que el devenir del tiempo trae consigo.
De este modo, la voz próxeno retrata con acierto y de forma nítida el trabajo que una multitud de actores políticos, periodistas, analistas, profesores, escritores y buzos realizan a favor de intereses exteriores que están en conflicto con los intereses de España y de los españoles. De hecho, el próxeno es la imagen exacta del 78, que no es la-Constitución-que-con-tanto-trabajo-nos-dimos, sino el instrumento con el que terceras potencias satisfacen sus conveniencias. El 78 está integrado en una cadena de proxenías que acaba en la Casa Blanca de la misma forma que las cadenas tróficas terminan en el animal más poderoso de cada ecosistema. Pero esta es una cuestión que analizaremos próximamente en otro artículo.
Llamemos, pues, próxeno al español que trabaja, escribe o habla en beneficio de intereses de terceras potencias y en contra de los españoles. Sin duda es más elegante esta expresión helénica —y, por tanto, más afín a España— que su equivalente importado de la cultura anglosajona que sí recoge la Academia —cipayo—. Un próxeno es un esbirro del extranjero. Vertido este vino añejo al odre penal, el próxeno actual es reo de traición.
Una taxonomía a bote pronto y sin afán de exhaustividad podría ser la siguiente: los próxenos que actúan de forma abierta y los que, al contrario, lo hacen de tapado. Veamos en primer lugar estos últimos.
Tenemos el caso de un periodista que fue presidente de una agencia de noticias durante décadas. Durante la segunda etapa de La Clave, ya en Antena 3 TV, su director —José Luis Balbín— dedicó un programa al patio de Monipodio que fue la llamada Transición. Alguien aludió al presumible papel useño. De inmediato, el jefe de Europa Press interrumpió para cubrirse y tratar de cerrar la cuestión: «¡El embajador de los EEUU no se enteró de nada!». Años después se supo que este señor había sido informante del Departamento de Estado de los EEUU durante toda la Transición. Para dar un poco de perspectiva, el primer encuentro entre los señores Suárez y Carrillo fue organizado por este periodista y tuvo lugar en su casa.
Luego están los plumillas y analistas que también actúan de tapadillo y probablemente gratis. A éstos basta con enviarles informes para comprarlos. El refinado reportero recibe argumentarios y propaganda, pero, henchido de vanidad, cree que es información confidencial. Abundan en tertulias y redes sociales, donde imparten lecciones de desconocimiento —en el mejor de los casos—. En este grupo no faltan los expertos de secano y bandería.
Próxenos también los culturillas de la cátedra, del cine, de la novela y toda clase de mercachifles de las artes. Todos los que, de una u otra forma, reniegan de su españolidad. Reptan e insinúan que ser francés, inglés o alemán —¡oh, Uropa, diosa de los catetos!— es mejor que ser español. Pero no se van. Aquí siguen, con el jamón y el aceite, con las gambas y el cochinillo, con el lechazo y el rodaballo, con la colocación, la subvención y el premio del gremio. Pagan los infelices a los que traicionan. Entre los próxenos hay mucho majadero que ignora las implicaciones de lo que dice y escribe, aunque esto no les disculpa.
No obstante lo anterior, los próxenos que más daño hacen son los que trabajan abiertamente contra los intereses de España y de los españoles y a favor de los de terceras potencias desde puestos que forman parte de la estructura del Estado: Gobierno, liberalios de la oposición que invocan espíritus de potencias ajenas, golpistas, terroristas, separatistas y nacionalistas —en activo y ex—. Todos próxenos en beneficio de Marruecos, de Francia, de Inglaterra y de los EEUU en tanto que debilitan la integridad de España, sus potencialidades, sus relaciones con la América española y atacan denodadamente el español —la mejor arma que tenemos en este momento si hubiera un Gobierno que supiera y quisiera utilizarla—.
Es enorme el deterioro que ha dejado el próxeno a nivel interno. No hay mayor proxenía que las «nacionalidades y regiones» del artículo 2 del 78. Su desarrollo en el Ciclo Cacique federalista ha dejado a España en los huesos, devorada por una camada de alimañas engendradas en el exterior y paridas en el interior. A este respecto, es muy esclarecedora la incapacidad de las élites intelectuales y políticas españolas para tomar ejemplos de los padres Vitoria, Mariana y Suárez, de Saavedra Fajardo, de Dalmacio Negro o de García–Trevijano, pero que siempre tienen a mano una cita de Churchill, de Reagan o de la Thatcher —grandes amigos de España, como todo el mundo sabe—.
Toda la estructura del Estado está infestada de enemigos pagados. Igual sucede en los medios de comunicación, en las cátedras, en las firmas editoriales… Donde alguien recurre a «Europa» como solución a cualquier problema español, he ahí un próxeno.
Si la pena capital llegara a recuperarse algún día para castigar la traición, faltarían garrotes y sogas para tanto próxeno.
(Ilustración: Batalla de Guadalete. Marcelino de Unceta y López)