Entre el panteón de héroes en la treintena de países que conforman la región iberoamericana y caribeña, ninguno alcanza la mitología, admiración y el culto alrededor de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el «Libertador de América». Simón Bolívar. Su nombre mismo, que está grabado en cientos de plazas, palacios y avenidas de Hispanoamérica, provoca emoción y exalto. Por razones ajenas a su obra, genera también división y animosidades, tanto a lo interno de nuestros países, como con nuestros amigos al otro lado del Atlántico.
Explotación de la figura
En la reciente Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Lima (octubre 2022), Zelenskyy invocó la figura del Libertador. En su mensaje hizo, con su característico atrevimiento, la siguiente pregunta a los líderes iberoamericanos: «¿De qué lado estaría Bolívar?», en un esfuerzo por articular a una región de paz que, sin embargo, se ve impactada por las consecuencias de su conflicto foráneo.
Esta es la última instancia de la frivolización fácil que impera alrededor del legado bolivariano. Las últimas décadas han dejado en evidencia la explotación de sus ideas, sus luchas y su visión en nombre de ideologías antitéticas a aquello que él defendía. Estos malentendidos bolivarismos han perpetuado sistemas de opresión en mi América Latina y ahora algunos quieren que lo hagan por guerras ajenas.
Su legado: la libertad
Para los desconocedores y críticos, Bolívar es la bandera del chavismo. Es considerado un símbolo del distanciamiento, supuestamente «anticolonialista», con Europa, que perpetúan políticos oportunistas que apelan al discurso indigenista e identitario y que solo exacerba la polarización en nuestras frágiles sociedades. Ante el abuso generacional de su figura, se vuelve necesario resignificar a Simón Bolívar por lo que fue: un hombre imperfecto, con opiniones controversiales, pero con un sueño que, a pesar de implicar la disolución de los lazos políticos con la Madre Patria España, reivindica su legado cultural y lingüístico como elementos unificadores de todo un continente.
Simón Bolívar no es el caudillo con el que se comparan los charlatanes que mencionan su nombre en cada intervención pública
Simón, criollo descendiente de españoles, era un hombre plenamente occidental, inspirado en las ilustradas ideas de Rousseau y las gestas del general Washington al norte. El cruzador de los Andes y el artífice de Ayacucho fue el libertador que condenó «las barbaridades» cometidas por «los destructores españoles» en su referente Carta de Jamaica (1815), mas no es el caudillo con el que se comparan los charlatanes que mencionan su nombre en cada intervención pública. Bolívar fue un hombre producto de la época de la libertad en las Américas, donde el clamor de los estudiados era el L’injustice à la fin produit l’indépendance, como lo describe Marie Arana en su exquisito trabajo biográfico sobre el Libertador. A todas luces, era un hombre de Libertad, precisamente el valor que aplastan aquellos que corean más fuerte su nombre.
Fue también la Carta de Jamaica el documento que propuso la confederación más espléndida jamás imaginada, una «Gran Colombia» de México hasta Tierra de Fuego al Sur. Proclamó desde su exilio en Kingston, «Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…».
Bolívar luchó contra un imperio, no contra un pueblo, contra una lengua o contra la religión
Bolívar reconocía que los climas y «los intereses opuestos» entre los nuevos Estados dificultaban la hazaña. Pero, si existía una condición necesaria para su realización, era sin duda el legado de nuestra herencia común española. Fue el hispanismo vuelto visión el que facilitó el nacimiento del multilateralismo como lo conocemos hoy, con el primer foro multilateral de la historia, el Congreso Anfictiónico (o Congreso de Panamá) (1826) y sus descendientes, la OEA, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y hasta las Naciones Unidas.
La reflexión y la lección de este legado es separar los imperialismos de las culturas y de los valores. Bolívar luchó contra un imperio, no contra un pueblo, contra una lengua o contra la religión. Siendo un hombre ilustrado, estratega y amante de la Libertad, no hay que prolongar la apropiación de aquellos que defienden justamente lo contrario.