En las novelas de James Bond de Ian Fleming, SPECTRA, la asociación criminal que dirigía el archivillano Ernst Stavro Blofeld (en la foto, interpretado por Donald Pleasence) para dominar el mundo, era una empresa comercial. En las películas (Operación Trueno), opera tras la máscara de una organización internacional de ayuda a refugiados. La transición es acertada.
George Soros es un personaje que hace imposible la conspiración al uso, esa que presentaba una cábala internacional secreta moviendo en las sombras los hilos del poder mundial. Y no porque el famoso/infame multimillonario ponga reparos en mover hilos por todo lo largo y ancho del panorama geopolítico, sino porque, lejos de mantener en secreto sus tejemanejes, se ufana de ello. Y todo lo hace a través de una fundación matriz, la Open Society, de la que penden centenares de ONG y desde la que financia sus proyectos favoritos, ya sea un golpe de Estado en Ucrania, disturbios raciales en Estados Unidos o la elección de jueces y fiscales que pongan palos en las ruedas de la Administración Trump.
Pero uno no se hace multimillonario regalando el dinero, por más que las donaciones tengan en Estados Unidos un régimen fiscal muy favorable, de modo que las fundaciones del financiero se benefician de un pequeño secreto: la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) canalizó más de 160 millones de dólares a ONG y asociaciones de George Soros.
Las llamadas Organizaciones No Gubernamentales han sido el gran descubrimiento político de lo que llevamos de siglo. Sus pretensiones de independencia del gobierno (lo llevan en el nombre), de hijas de la cacareada ‘sociedad civil’, le da de cara al público una pátina de independencia e incluso bondad presunta. Por otra parte, al carecer supuestamente de ánimo de lucro –y entrar dentro de la categoría que los británicos llaman ‘caridades’ (charities)–, eluden no solo la hostilidad y sospecha que generan las empresas comerciales, sino también su pesada fiscalidad, sus agobiantes controles o su estricta rendición de cuentas. Lo mejor de dos mundos.
En la práctica, naturalmente, tienden a convertirse en pantallas de intereses multinacionales o, más frecuentemente, en agencias gubernamentales externalizadas para aplicar políticas de las que el gobierno no tiene que responsabilizarse ni la oposición fiscalizar.
O en agencias de colocación de correligionarios para generar presión política en tiempos de oposición y mantener clientelas ideológicas cuando no se dispone directamente del presupuesto público. Así lo entendió –y, más descaradamente, lo explicó– el defenestrado político de izquierda radical Íñigo Errejón en mayo de 2017 en un vídeo dirigido a los diputados de Podemos. Errejón se dirige sin tapujos a los compañeros que obtengan poder en las cercanas municipales para que preparen su futuro. “Cuando perdamos las elecciones hay que dejar sembradas instituciones populares para refugiarse cuando gobierne el adversario”, declara Errejón, quien añade: “Hace falta que para cuando se acaben los ayuntamientos del cambio haya asociaciones de vecinos saludables y enraizadas y con poder en cada distrito”.
Las ONG son como el Cambio Climático para el poder político: una idea tan provechosa que, de no existir, tendría que crearse; un modelo perfecto para que la acción ideológica alcance hasta el último aspecto de la vida de los ciudadanos, y con la excusa más virtuosa.
La tendencia natural del poder político, que actualiza sin límite cuando no encuentra la adecuada oposición, es hacia el control total. El problema es que, en una democracia moderna, funciona dentro de un esquema teóricamente diseñado para prevenir el abuso de poder. Hay áreas en las que el gobierno querría actuar y no puede por miedo a perder votantes, a ser acusado de intervencionismo agobiante o por encontrar demasiado oneroso el proceso político normal. En ese caso, se recurre a las ONG, financiadas muchas de ellas, pese a su nombre, por el gobierno en una proporción desmedida de sus fondos totales.
Hay que advertir, sin embargo, que este recurso a las ONG para gobernar por proxy no es paritario en el espectro político: la izquierda lo usa con muchísima mayor profusión que la derecha, como está comprobando en carne propia Trump en Estados Unidos.
O en Alemania. Hay “una red de grupos de presión de izquierdas, una especie de burocracia paralela integrada por diversas iniciativas y asociaciones que se han convertido en el brazo extendido de la política”, denuncia el periodista alemán Björn Harms, autor del libro recién publicado Der NGO-Komplex. Wie die Politik unser Steuergeld verpraßt (El Complejo de las ONG: Cómo la política derrocha el dinero de nuestros impuestos). A veces también impulsan la política influyendo en el debate público y garantizando el predominio de la izquierda en la hermenéutica política”.
Para Harms, el fenómeno trata de perversión de un principio sanísimo, incluso necesario: la participación de la sociedad en su propio diseño. Se trata de un verdadero ‘secuestro’ por parte de los grupos de poder, fundamentalmente de izquierdas, de lo que originalmente eran verdaderas iniciativas de la sociedad civil.
Causa y consecuencia, a la vez, de este fenómeno ha sido la transformación del concepto mismo de Estado en el último medio siglo. Cuenta Harms: «En casi todos los países occidentales hemos pasado de un Estado liberal a un “Estado terapéutico”, un término acuñado por el psiquiatra húngaro-estadounidense Thomas Szasz y desarrollado por el politólogo estadounidense Paul Gottfried : el Estado ya no sólo cumple sus funciones básicas, como establecer la seguridad y el orden, sino que se ve a sí mismo como una autoridad moral y educativa. Interviene activamente en el pensamiento y el comportamiento de sus ciudadanos para “curar” supuestas “enfermedades” sociales como el racismo, el sexismo u otras actitudes “reaccionarias”».
Y un área en la que han demostrado ser especialmente útiles para el poder ha sido la de la censura y condicionamiento del discurso. El autor alemán lo explica con un ejemplo. El Ministerio Federal de Asuntos de la Familia encargó a la Red de Competencia contra el Odio en Internet que realizara un estudio sobre el mismo tema. La red está formada por grupos de presión que recibieron financiación adicional para el estudio. «El estudio reveló luego el resultado “sorprendente” de que el odio es omnipresente en Internet y que es necesario hacer más para combatirlo. Entonces, ¿cuál es el requisito crucial? Se necesita más dinero: ¡el gobierno debe proporcionar a estas organizaciones y otras similares millones más!».
El final de este proceso es la muerte de la democracia real, ya que apenas importa qué partido obtenga la victoria en las urnas. Mientras la enorme red de ONG que presuntamente representan a la sociedad civil y aplican su propia agenda ideológica bien financiada no se desmantele, las directrices políticas seguirán siendo las que son y se asentará la cosmovisión de la izquierda.
En resumen, dice Harms, un «totalitarismo blando» muy distinto en su apariencia de los que dominaron el panorama político en el siglo XX. «Por ejemplo, en el Ministerio Federal del Interior se está creando actualmente una unidad para la detección temprana de la desinformación, naturalmente con la participación de ONG. Esto recuerda al éxito de ciencia ficción Minority Report con Tom Cruise, en el que una fuerza policial “pre-crimen” supuestamente debe prevenir los delitos antes de que ocurran en el futuro».
Pero en Estados Unidos se han dado los primeros pasos para desmantelar esta malla asfixiante con la creación del DOGE a cargo de Elon Musk, un organismo dedicado a la racionalización del gasto público que, sobre todo, está eliminando la financiación de cientos de poderosos ‘chiringuitos’.