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Una España fuerte y soberana

¿Cuántos españoles están dispuestos a defender España y cuántos a hacer lo mismo por sus derechos individuales? Esta pregunta formulé la semana pasada a mis compañeros de tertulia, con los que me reúno todos los martes, con verdadero desprecio de la climatología.

Como era de prever, la respuesta fue que hay muchos más individualistas que defensores de la patria. Seguro que muchos lectores están de acuerdo: el de entrega a España no es el sentimiento que más abunda entre nuestros compatriotas. Me resisto a utilizar la palabra «conciudadanos», por ser cursi y del gusto de gentes flojas y acomplejadas. Aunque «compatriotas» tampoco me parece la más adecuada, porque hay muchos de nuestros “compatriotas” que no se consideran «patriotas», lo cual es un contrasentido lingüístico.

Si mis amigos y los lectores tienen razón (y no creo que haga falta organizar una consulta ni un referéndum para comprobarlo), hemos de partir del hecho de que el individualismo de los derechos, en la mente de muchos españoles, está por encima de otras consideraciones generales, incluido el amor a la patria. Por consiguiente, deberíamos ser conscientes y tenerlo en cuenta a la hora de elaborar nuestro discurso. No sólo para patriotas, sino para todos los españoles.

Si «la política es el arte de lo posible» –y sobre tal aserto coinciden tres personajes tan distanciados en la historia como Aristóteles, Maquiavelo y Churchill—, no se puede ejercitar tal arte sin apoyarse en las premisas de la realidad. Una de las más importantes es qué piensa y qué siente la gente. 

Explicar las causas por las que el individualismo se ha convertido en un principio rector del pensamiento y del comportamiento de los españoles obligaría a escribir un ensayo de muchas páginas. Una de las más claras la expone George Lakoff en Política moral, su libro del año 2016, cuando explica el modelo moral del “Progenitor Atento” (Nurturant Parent model, en inglés). 

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, tal modelo ideológico se ha ido imponiendo progresivamente en las sociedades occidentales. Es un modelo que incita al individualismo, inclusive en la propia familia, por ir en contra de principios fundamentales para la cohesión de cualquier grupo, como son los de autoridad y jerarquía.

Son los gobiernos, las universidades, los psicólogos, los medios de comunicación, el cine… los causantes de que España esté poblada por ciudadanos que aspiran a tener muchos derechos y pocas obligaciones

El modelo del Progenitor Atento fomenta, entre otras cosas, el desarrollo de seres autocomplacientes, portadores de derechos más que de obligaciones, poco disciplinados y menos dispuestos a servir que a ser servidos. Cuando J. F. Kennedy pronunció la tantas veces repetida frase de «no preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer por tu país”, a mi juicio, empezó a vislumbrar en lo que se han convertido las hedonistas y fantasiosas (por poco realistas y reflexivas) sociedades occidentales. 

Alguien tan poco sospechoso de conservadurismo como Herbert Marcuse, al revisar las tesis freudianas relacionadas con las masas (Psicoanálisis y política, 1968), reconoce que «el padre moderno no es un representante muy efectivo del principio de realidad, y la relajación de la moral sexual facilita la superación del complejo de Edipo». De manera que ya no es la familia la fuente de las bases morales (principio de realidad), sino que “los modelos y ejemplos son tomados de fuera”, por medio de los instrumentos de la propaganda económica y sociopolítica. Como advierte Noam Chomsky en un libro de 1988, para que la propaganda sea más eficaz no es conveniente que se sepa que se está haciendo.

Son los gobiernos, las universidades, los psicólogos, los medios de comunicación, el cine e incluso, en algunos casos, los ministros de las confesiones cristianas, entre otros muchos, los instigadores del individualismo imperante y los causantes de que España, como casi todas las naciones occidentales, esté poblada por ciudadanos que aspiran a tener muchos derechos y pocas obligaciones. 

El ciudadano «portador de derechos» podría ser el lema que se ha levantado progresivamente en nuestras sociedades desde hace más de sesenta años. España entró con un breve retraso en esta vorágine individualista porque el Franquismo la mantuvo, durante unos pocos años, apartada de algunas corrientes ideológicas internacionales. Sin embargo, no fue completamente impermeable a las citadas corrientes, por más que Franco definiera España como un “Estado totalitario”. Palabra que significa que la totalidad (la nación) está por encima del individuo, aunque la ciencia política se haya encargado de desprestigiar su semántica.

A finales de los años sesenta, por mor de multitud de razones que aquí no caben, se produjeron cambios en la moral y en las costumbres españolas que pocos lustros después hicieron de nosotros un país completamente equiparable, en los arriba citados términos morales, a cualquier otra nación occidental. 

Así pues, hablemos a nuestros «compatriotas» de sus derechos, que están siendo mermados por supuestas razones económicas, políticas, energéticas, bélicas y sanitarias (y otras muchas que vendrán). 

Aunque no sea el orden lógico, empecemos hablando de los derechos, por mucho que España sea imprescindible para poderlos mantener. Como he dicho o escrito en otros lugares, sin nación no hay Estado y sin Estado ni Estado del bienestar ni Estado de Derecho. Esto último ya se lo diremos a nuestros “compatriotas” a su debido tiempo, cuando hayan entendido que es necesario que salgan a la calle a votar y a proteger sus derechos. 

Pronto llegará el día en que la mayoría se dé cuenta de que la única manera de defender sus derechos individuales es por medio de una España fuerte y soberana

Sólo un partido, en todo el arco parlamentario español (Vox), ha defendido con palabras y acciones, incluso ante las más altas instancias jurisdiccionales, los derechos de los españoles. Esto no lo pueden decir los demás partidos, por mucho que ahora Ciudadanos haga proclamas de refundación, donde incide, por encima de otras cuestiones, en la defensa de los derechos fundamentales. Bien está que lo proclamen, e incluso se les agradece el carácter didáctico de sus manifestaciones (ver la Tribuna del diario El Mundo del pasado 26 de julio); pero mejor sería que hubieran votado en contra del Estado de alarma y sus prórrogas mientras los españoles estaban injustamente confinados y sometidos, incluso después del encierro domiciliario, a severas restricciones de sus libertades. 

La libertad ganada por otros, aunque a veces lo creamos, no es nuestra libertad. A cada generación le corresponde su lucha

Nación y derechos podría ser nuestro lema. Pero también podemos decirlo al revés, si es más fácil de asimilar: «derechos y nación». El orden de las palabras, como dije, no es lo más importante. De lo que se trata es de que los españoles entiendan. Con perseverancia, pronto llegará el día en que la mayoría se dé cuenta de que la única manera de defender sus derechos individuales es por medio de una España fuerte y soberana. De momento, me conformaría con que muchos salieran de su letargo y empezaran a defender con convicción sus derechos. La libertad ganada por otros, aunque a veces lo creamos, no es nuestra libertad. A cada generación le corresponde su lucha.

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