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We few, we happy few, we band of brothers

En la noche iluminada por la luz azul de las lecheras policiales y las ocasionales bengalas -tan denostadas por los búmers transicionitas-, están paladeando un sabor que no conocían

Recuerdo unas viñetas de autor desconocido (para mí) que corrían por X, antes Twitter, y que en cuatro cuadros tocaban un punto muy delicado pero crucial en nuestra civilización. La primera viñeta y la última eran prácticamente idénticas: un señor de mediana edad, gafas y tripa incipiente, paseando aburrido entre los estantes de un moderno supermercado del brazo de su mujer. En las otras dos, que debemos suponer representaban sus sueños, ese mismo hombre, desnudo, se enfrentaba violentamente a un jabalí armado solo con un cuchillo y le daba muerte en una lucha feroz.

Es la nostalgia inextirpable del varón civilizado, sobre todo en nuestra castrante sociedad postindustrial.

La realidad histórica depende de un número tan inabarcable de factores que, como el clima, resulta impredecible en el momento en que se produce una decisión política. El hombre inteligente y estudioso quizá podrá acertar en dos o tres de las consecuencias más inmediatas y de mayor bulto de cualquier iniciativa. Pero estas son como un turno en una partida de billar de infinitas bolas: pueden preverse los primeros movimientos, pero no todos.

Viene esto a cuento de un curioso fenómeno que vengo observando en los testimonios, fotos y vídeos que nos llegan de las protestas ante la sede del PSOE en Ferraz y que, estoy seguro, el poder no había previsto: los chavales de derechas están descubriendo los ritos de paso de la hombría, esa misma masculinidad que el sistema califica de tóxica cuando en realidad es eterna y esencial para la supervivencia de la manada.

Es peligroso para el enemigo. En la noche iluminada por la luz azul de las ‘lecheras’ policiales y las ocasionales bengalas —tan denostadas por los búmers transicionitas—, están paladeando un sabor que no conocían y que, sin embargo, reconocen en su memoria genética, en su maldito cromosoma Y. Y han descubierto que les embriaga, que lo quieren, que no van a renunciar a él fácilmente.

Es la épica. Es ese prurito masculino de ponerse a prueba, de resistir a pie firme, solos y superados en número y fuerza como los trescientos de Leónidas, o como en el canto del poeta británico Macaulay:

And how can man die better

Than facing fearful odds,

For the ashes of his fathers,

And the temples of his Gods?

¿Y cómo puede morir mejor un hombre que enfrentando terribles opciones, por las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?

Han descubierto, de golpe, tantas cosas dormidas. Han descubierto que España es más que una palabra o una pulserita. Que es algo demasiado grande para renunciar a ello, porque está inconsciente en lo que dicen, piensan, hacen y hablan.

Han descubierto el orgullo de sentir la boca seca antes de la carga y no salir corriendo. Ha descubierto que ser pocos no es, a veces, una contrariedad sino un orgullo, porque la manada debe ser abarcable, en la Männerbund hay que recordar todos los nombres.

Todos los varones llevamos dentro, como en las viñetas del principio, un cazador miembro de una partida de camaradas contra cuya existencia se han conjurado todos los poderes de la tierra, decididos a deconstruir —léase: extirpar— la masculinidad.

Pero lo que llaman ‘masculinidad tóxica’ es, simplemente, masculinidad. Y aunque expulses a golpes la naturaleza siempre vuelve a entrar por la ventana, como nos recordaba Horacio.

Acostumbrados a que sean siempre Antifa y la izquierda radical la que se enfrenta a la no tan delgada línea azul, sorprende ver a esta muchachada ‘de orden’ frente a los guarnecidos chicos de Marlaska, compartiendo luego ante unas cañas las anécdotas de la lucha, “y nuestros nombres serán para todos tan familiares como los nombres de sus parientes y serán recordados ante jarras rebosantes”.

Cuando se haga la crónica definitiva de nuestra decadencia, apenas se podrá encontrar factor más crucial que la castración psicológica deliberada del varón, la buscada feminización y confusión de sexos, porque la partida de caza está en los cimientos de toda sociedad que haya valido su sal en la historia, y su añoranza sobrevive en nuestra biología a cualquier intento de supresión.

Esto están descubriendo ahora tantos jóvenes, y ya no lo olvidarán jamás.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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