Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Adiós a Luis Martín Arias

Un hombre de la gran cultura silenciosa; médico de formación y humanista de vocación, realizó un infatigable trabajo educativo en el terreno del cine

La cultura española ha perdido a uno de sus trabajadores silenciosos e infatigables. A uno de los mejores, de esos obreros imprescindibles que construyen el tejido del pensamiento y la reflexión fuera de los focos mediáticos y de las alharacas de la farándula, pero con un impacto duradero en las personas y los espíritus. Luis Martín Arias era de esa estirpe, un humanista completo y ambicioso capaz de moverse con soltura y con rigor en dos mundos tan distintos como los de la medicina y el cine, a los que dedicó su vida.

Fue, además, hasta su último día, hasta que un traicionero infartó acabó con su vida y nos dejó huérfanos a tantos, un hombre generoso, de gran calidez y nobleza humana. Un auténtico héroe fordiano, un fabuloso amigo de sus amigos y un entregado padre de familia, activamente católico. Amante de la polémica, pero más aún de la verdad, y siempre libre y receptivo a las opiniones de los demás, vivió sus días más amargos cuando fue víctima de acoso personal por su defensa del valor cultural de la fiesta del Toro de la Vega, en Tordesillas, cuando era atacada por los animalistas.

Nacido en Puertollano en 1956, pero afincado en Valladolid desde hacía décadas, la vida laboral de Martin Arias se movió durante mucho tiempo entre la Facultad de Medicina, de la que era profesor, y el Centro de Farmacovigilancia de Castilla y León, que dirigió durante algunos años. Pero su verdadera vocación giraba en torno a la filosofía, el pensamiento y el arte, a los que dedicó sus mayores esfuerzos y dedicación.

Su libro El cine como experiencia estética es un tratado imprescindible que reivindica el valor del cine como arte, más allá de los demás elementos que se le puedan adherir, como la sociología o la política. En esa misma línea, muchos años después publicó Contrapolítica. Manual de Resistencia, ensayo en el que se rebelaba contra la tendencia de la política a invadirlo todo, y en el que reivindicaba la importancia de espacios como el arte, la fiesta o la religión.

Fue el codirector (junto con Pedro Saiz Guerra) de una Filmoteca impulsada por la Caja de Ahorros Popular de Valladolid (luego CajaEspaña y ahora Unicaja), con la que organizaba mensualmente ciclos dedicados a los grandes maestros del cine. Ciclos que iban acompañados de la publicación de un cuadernillo teórico, los Escritos. Alrededor de 200 se publicaron a lo largo de más de 20 años de actividad que se acompañaron de la organización de cursos orientados a aprender a ver el cine dirigidos a niños, jóvenes y adultos. La merecida fama cinéfila de Valladolid tiene en Martín Arias a uno de sus mayores culpables y muñidores.

En esa línea hay que añadir que fue profesor de la Cátedra de Cine de la Universidad, en sus cursos de verano, en los que se ocupaba de la etapa precinematográfica y de los pioneros del cine, con especial mención a los hermanos Lumiere y Mèlies. Y, asimismo, colaboró durante varias etapas con la Semana Internacional de Cine de Valladolid.

Su infatigable labor cultural encontró en la Asociación Cultural Trama y Fondo, fundada por su amigo y maestro Jesús González Requena, un vehículo adecuado y fructífero, territorio abonado para la práctica del análisis del texto, la base principal de su método de trabajo. Fue vicepresidente durante casi 20 años, hasta 2018, y uno de sus miembros más relevantes, colaborador habitual en su revista y sus congresos. En el último, celebrado pocos días antes de su muerte, presentó la que sería su última conferencia, dedicada a reflexionar sobre el matrimonio homosexual.

En la última década encontró en el materialismo filosófico de Gustavo Bueno un estímulo para complementar su trabajo desde el terreno de la filosofía y se convirtió en un colaborador habitual de la Fundación Gustavo Bueno.

Su actividad le llevó a ser un conferenciante habitual por toda España, y también en otros países. Y aunque su nombre no sea popular ni conocido, las personas que han sido influidas por su labor cultural se cuentan probablemente por miles. Algunos de ellos le han rendido merecido homenaje estos días, recordando el impacto que tuvo en sus vidas.

En lo personal era un extraordinario amigo de sus amigos, una de esas personas que sabían estar a tu lado sin resultar nunca invasivos. Amante de la discusión, la vivía un poco como esas peleas joviales que protagonizan los héroes de las películas de John Ford, que nunca son motivo para el odio, y que terminan reforzando la amistad de los personajes. En Luis Martín Arias la discusión intelectual cumplía en gran medida ese papel, y es sorprendente la cantidad de personas que discrepaban de sus ideas y le apreciaban como amigo.

Su compromiso con la religión, con el catolicismo, estaba enraizado en una convicción antropológica profunda que le llevaba a apreciar y reivindicar el valor de los ritos como elementos estructurantes del ser humano. Creía, además, en el valor esencial de la familia natural, formada por padre, madre e hijos, y se entregó con devoción al cultivo y cuidado de la suya. Hay que decir que la vida le recompensó porque era extraordinariamente querido por su mujer y sus hijas (Adela y Elisa) que a buen seguro encontrarán en su recuerdo y en su ejemplo vital la fuerza para superar su trágica pérdida.

Más ideas