Al PSOE se le cae otra sigla, la Q

Lo queer entraba en flagrante contradicción con el ideario feminista que hoy día vertebra al partido-régimen

Hace unos días el PSOE organizó su 41º Congreso Federal en Sevilla y dentro de la ponencia que marcaba su ruta ideológica en los próximos cuatro años el cambio doctrinal más polémico y significativo ha sido la caída de Q+ del lobby LGTB, es decir, «la gente del alfabeto, aquellos que tomaron el 20% de las letras para sí mismos», según aquella definición del humorista Dave Chappelle. Así están las cosas. Por su parte Sumar y Podemos mostraron su rechazo de inmediato ante tal transcendental decisión, con Irene Montero sacando el espantajo de la «transfobia»; mientras cargos dentro del propio partido expresaron igualmente su oposición, desde su portavoz en el Ayuntamiento de Madrid hasta el mismísimo secretario del PSOE de políticas LGTBI, lo que viene a ser como el Consejo de Guardianes de la ortodoxia chiita en Irán.  

Para cualquiera que haya prestado atención estos últimos años no es, sin embargo, algo que deba cogernos por sorpresa. En primer lugar, lo Queer entraba en flagrante contradicción con el ideario feminista que hoy día vertebra al partido-régimen en sustitución de cualquier otra causa: desde aquellos hombres que pasaban a cambiarse de sexo en el DNI para acceder a competiciones deportivas, cuotas de género en ciertas oposiciones o aquellos otros que —¡suprema blasfemia!— esquivaban las leyes VioGen y sus tribunales de excepción para hombres arguyendo que ahora eran mujeres. Semejante conglomerado político-cultural-legal-chiringuitero-charil que deja pequeños a los tinglados separatistas no es algo de lo que el PSOE pueda deshacerse tras dos décadas, así como así, de tal manera que, si requiere tirar a los travestis por la ventana, ea, hágase. Uno no puede avivar una guerra de los sexos como Dios manda si no sabemos siquiera definir a los contendientes.

Hay también otro elemento fundamental en la ecuación. Tiene que ver con la esencia última del PSOE, algo que ciertos análisis a veces no alcanzan a entender en profundidad. Este partido es básicamente una máquina de controlar el poder, de conectar lo local con agendas e intereses internacionales y llevarse su comisión por el camino. Su naturaleza tentacular, flexible y capaz de cambiar de color como un pulpo le dota de capacidad para adaptarse a los tiempos y lugares (por eso manda, mientras Sumar y Podemos son apéndices ya en su ocaso) aunque tal indefinición tenga como contrapartida que los votantes con el tiempo terminasen dándole la espalda. Para evitarlo, moviendo constantemente la portería y redefiniendo los términos de debate está su aparato mediático-cultural, al que riega y protege con mimo… ¿Alguien puede argumentar con un mínimo de honradez que Almudena Grandes alcanzó tal mérito literario como para renombrar la Estación de Atocha?

De manera que, teniendo en cuenta lo anterior, no podía sorprendernos, decía, que el PSOE proclame ahora que va a soltar el lastre Queer, dado que el zeitgeist está cambiando rápidamente. En Estados Unidos, país en torno al que orbitamos, el viento sopla con fuerza en otra dirección y se ha visto en el resultado electoral, pero también en la interpretación de este que ahora empiezan a hacer los demócratas (se suceden las autocríticas sobre lo woke), en decisiones que toman ciertas corporaciones y empresarios influyentes…

Cuando pasa una moda parece como si se rompiera el hechizo, todo el mundo entonces entre el bochorno propio y la burla a los demás se pregunta cómo podían llevarse hasta ayer semejantes peinados, vestimentas y maneras. Ahora bien, el agravante en torno a la cuestión Queer es que los travestis, drag queens y demás fauna en ningún momento dejaron de parecer estrafalarios, ni cuando estaban en la cresta de la ola. Los debates que abrieron resultaron siempre ridículos (¿Qué a qué baño debían entrar? que salgan con las necesidades hechas de casa), los hombretones que arrasaban en competiciones femeninas en toda ocasión fueron farsantes a ojos de cualquiera, y del conjunto del ideario progre seguramente no ha habido nada más degenerado, dañino y moralmente condenable que lo trans aplicado a la infancia. Era muy sospechosa esa afición de los activistas Queer por visitar guarderías y escuelas, nunca asilos —¡a los ancianos también les podían leer cuentos!—, resultando la cosa atroz cuando personas tan fácilmente influenciables como los menores acaban creyendo haber nacido en un cuerpo equivocado, sometiéndose a aberrantes e irreversibles procesos de hormonación y mutilación.

¿Pero cómo empezó todo? En el libro de Logan Lancing titulado The Queering of the American Child, podemos leer una definición de la teoría Queer que merece la pena citar con extensión: «adopta la idea de que las normas culturales y la ciencia, como institución que incluye la biología, la medicina y la psiquiatría, son utilizadas por las clases dominantes para determinar qué es un hombre ‘normal’, una mujer ‘normal’ y una sexualidad ‘normal’. Estas clases dominantes se definen a sí mismas como normales, situándose en oposición a aquellos que han catalogado como anormales y desviados. (…) Según la Teoría Queer, la ‘ideología heteronormativa’ se refiere a la creencia de que existen dos géneros separados y opuestos con roles naturales asociados que corresponden a su sexo asignado, y que la heterosexualidad es algo dado por sentado (…) El mensaje externaliza implacablemente la vergüenza y la alienación que crea en sus víctimas, señalando a la sociedad ‘opresiva’ y culpando a las personas normales y a la normalidad en sí misma de causar esos sentimientos. (…) Los seguidores de este culto señalan su lealtad con una bandera que se encuentra en constante revolución: una cascada interminable de colores, barras y símbolos adicionales que se cosen en su peculiar tela. ‘Día del Orgullo Agénero’, ‘Día Internacional de la Asexualidad’, ‘Semana de la Conciencia Bisexual’, ‘Semana de la Visibilidad de Género Fluido’, ‘Día del Drag’, ‘Día de la Memoria Intersexual’, ‘Día de las Personas No Binarias’, ‘Mes de la Concienciación Trans’, ‘Día de la Conciencia Pansexual y Panromántica’ y ‘Mes del Orgullo’ marcan nuestros calendarios con celebraciones del culto».

Para aquellos con cierta formación filosófica no resulta difícil rastrear los orígenes de esta doctrina centrada en la deconstrucción de la normalidad, donde ya no hay realidad sino discurso y este es impuesto desde el poder. Su antecedente más manifiesto es, sin duda, Simone de Beauvoir, quien en su obra de 1949 El segundo sexo dejó escrita aquella célebre afirmación de que «no se nace mujer, se llega a serlo». Las mujeres, decía la mujer de Sartre, «son el Otro, que no es el ser ni el sujeto, sino el objeto, porque ellas no se definen; los hombres las definen». Su llamamiento, por tanto, era a que las mujeres se definieran a sí mismas, en sus propios términos, lo que lleva necesariamente a considerar el concepto «mujer» como una categoría vacía… ¿Por qué no daría alguien entonces el siguiente paso de incluir ahí a hombres autodefinidos mujeres? Al fin y al cabo, no se nace mujer…

Otro autor fundamental de la teoría Queer, también francés, fue Michel Foucault. Unos años antes de morir de sida firmó un manifiesto reclamando la legalización de la pedofilia, de la que era conocido practicante. Pero más allá de que nunca aparecerá en ninguna colección de Vidas Ejemplares de Santos lo que nos interesa aquí es su obra, que también ha engendrado monstruos. Para él verdad y poder eran inseparables, lo cual allanaba el camino a las teorías posteriores acerca de que no hay una condición masculina y femenina que puedan definirse mediante la ciencia o la simple observación cotidiana y el sentido común, sino condiciones puramente subjetivas, nacidas del mero deseo y sentir personal… que sin embargo han de obligar a todos los demás a ser partícipes de la charada. Además, Foucault sostuvo que las disciplinas científicas han recurrido a la sexualidad como un mecanismo de control humano: la heterosexualidad no era otra cosa sino una ideología, una que busca oprimir a la gente.

Tenemos por tanto hasta ahora que tanto el sexo como la orientación sexual son significantes vacíos sujetos a relaciones de poder. Solo faltaba que llegase a ponerle guinda al pastel Judith Butler, ganadora del XXXIII Premio Internacional Cataluña (tal para cual). Su tesis es que el género es una performance, parafraseando en Gender Trouble a Beauvoir dice que las personas «no tienen un género, se convierten en un género». Reivindica a los drags queens porque con su caricatura permite cuestionar y trascender las distinciones entre hombres y mujeres: «cuando tales categorías se ponen en cuestión, la realidad del género también entra en crisis: se vuelve incierto cómo distinguir lo real de lo irreal. Y esta es la ocasión en la que llegamos a entender que lo que tomamos como ‘real’, lo que invocamos como el conocimiento naturalizado del género, es, de hecho, una realidad cambiante y revisable».

Finalmente, llegamos a otro gran teórico Queer, David M. Halperin, quien enseña en la Universidad de Michigan la asignatura Cómo ser gay: iniciación a la homosexualidad masculina (nos queda la duda de si tendrá ejercicios prácticos). Una vez cuestionados y trascendido los límites, definición e identidad del sexo, de la orientación sexual y del género, donde ya nada es real y todo es interpretación, la propia definición de lo Queer no podía ser menos inasible, nos dice: «A diferencia de la identidad gay, que, aunque proclamada deliberadamente en un acto de afirmación, está sin embargo fundamentada en el hecho positivo de la elección del objeto homosexual, la identidad queer no necesita estar fundamentada en ninguna verdad positiva ni en ninguna realidad estable. Como implica la propia palabra, ‘queer’ no nombra un tipo natural ni hace referencia a un objeto determinado; adquiere su significado a partir de su relación opositiva con la norma. Queer es, por definición, todo lo que está en desacuerdo con lo normal, lo legítimo, lo dominante. No hay nada en particular a lo que necesariamente se refiera. Es una identidad sin esencia».

Lo Queer es, en definitiva, la nada que nadea. Por ello se ha desvanecido, yéndose tan fugazmente como llegó. Un pedo que se lleva el viento. Y otra cosa no, pero olfato y oportunismo es algo de lo que el PSOE va bien servido, así que podemos ir dando por finiquitado todo este esperpento. Sin olvidar, eso sí, a las víctimas que ha dejado a su paso: todos esos niños y adolescentes a los que, con sus maneras de culto sectario, aprovechándose de su vulnerabilidad, distanció de sus padres prometiendo una nueva identidad y aceptación en un camino hacia ninguna parte.

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

Más ideas