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Arabia Saudí cambia a EEUU por Irán

Gracias a las gestiones de Pekín los gobiernos iraní y saudí se han reconciliado. La reapertura de las embajadas se produjo la segunda semana de junio

En los últimos meses de su presidencia, Donald Trump consiguió que dos estados árabes, Emiratos Árabes Unidos y Baréin (donde se encuentra el cuartel de la Quinta Flota de EEUU) firmasen sendos acuerdos de paz con Israel. De esa manera, a finales de septiembre de 2020, cuatro países árabes habían reconocido a Israel: los dos citados, más Egipto y Jordania.

Si Trump pretendía captar el electorado judío en las elecciones de noviembre siguiente, fracasó, pues más de un 75% de ese grupo social optó por su rival Joe Biden. A los votantes estadounidenses que se identifican como judíos les preocupaban entonces mucho más el COVID, el cambio climático, o la asistencia sanitaria.

Ese movimiento diplomático, que incluyó el reconocimiento por la Casa Blanca y por Israel de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, pareció llevar calma a una región convulsa (guerras civiles en el Yemen y Siria, inestabilidad en Irak y Líbano), cuya importancia radica en que dispone de las mayores reservas de petróleo y gas natural del mundo.

En los años de Barack Obama (2009-2017), promotor de las fracasadas primaveras árabes, habían estallado las guerras civiles en Siria y Yemen, azuzadas con mercenarios, consultores y armamento. Este presidente consiguió irritar a su aliado más antiguo en la región, Arabia Saudí, que lo es desde 1945, antes de la fundación de Israel en 1948. De acuerdo con el principio tan habitual del Departamento de Estado de abandonar a los aliados para abrazar a los enemigos de éstos, Washington había firmado en 2015 un acuerdo nuclear con Irán, enemigo de EEUU y de Israel desde el triunfo de la revolución islámica. El malestar de la clase dirigente saudí con las acciones del gobierno de Obama en Oriente Próximo era tal que en 2013 rechazó un asiento temporal en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Otros aliados de EEUU en la región, como Egipto, Emiratos Árabes y hasta Israel, también estaban descontentos y perplejos con la política de Obama.

El supuestamente belicista e ignorante Donald Trump reconstruyó esas relaciones. Su primer viaje al extranjero fue a Arabia Saudí y más tarde retiró a EEUU del acuerdo nuclear con Irán. Ordenó el asesinato en Irak del general iraní Qasem Soleimani, jefe de Quds, fuerza élite de la Guardia Revolucionaria. Y su yerno, Jared Kushner, estableció una relación personal con el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman.

En cambio, Joe Biden, al que los creadores de opinión apellidaron el pacificador y el unificador, comenzó su presidencia en enero de 2021 como un elefante en una cacharrería. En marzo de ese año acusó a Vladímir Putin de «asesino» y aseguró que le haría pagar por haber interferido en las elecciones presidenciales de 2016 y 2020 en favor de Trump. Y en agosto ordenó la retirada precipitada de Afganistán, que supuso entregar el país a los talibanes, después de una intervención que duró veinte años y en la que su país tuvo unos 2.500 muertos y malgastó en torno a dos billones de dólares. Washington volvía a provocar desconcierto en sus aliados, como en los años posteriores al abandono de Vietnam del Sur.

La invasión de Ucrania por Rusia ha cerrado definitivamente el período pacífico de la presidencia de Trump y, en consecuencia, ha acelerado los cambios de alianzas en Asia. Y no se trata de que la India compre petróleo a Rusia y lo revenda a Occidente ya refinado, sino de la ruptura de los bloques diplomáticos y la formación de otros nuevos.

Sea la guerra de Ucrania excusa o causa, lo cierto es que, desde el comienzo de ésta, Arabia Saudí se ha ido desvinculando de EEUU y acercándose a gobiernos enfrentados con Washington. En marzo de 2022, pocas semanas después de la agresión rusa, Arabia Saudí y China comunicaron que el primer país aceptaría cobrar el petróleo que vendiese al segundo en yuanes, en vez de en dólares. Y después de haber pactado Riad con Moscú la disminución de extracción de petróleo para aumentar los precios de la materia prima, Biden declaró en octubre pasado que “reconsideraría” el vínculo con la monarquía árabe.

Pero esta advertencia no ha detenido la nueva diplomacia de la casa de Saud. Gracias a las gestiones de Pekín los gobiernos iraní y saudí se han reconciliado. Riad y Teherán rompieron relaciones diplomáticas hace siete años, cuando en 2016 el régimen saudí (difusor de la versión sunita del islam) ejecutó a un imán chiita bajo la acusación de terrorismo y el iraní permitió el asalto por una turba de la embajada árabe. La reapertura de las embajadas se produjo la segunda semana de junio.

En esos mismos días, se anunció la formación de una fuerza naval conjunta entre las armadas de Irán, Arabia Saudí, Omán y Emiratos Árabes Unidos para vigilar el golfo Pérsico, con ofrecimiento de adhesión a India y Pakistán. Inmediatamente, China apoyó el proyecto, que podría conducir a la expulsión de los buques de guerra de EEUU de la zona. Una consecuencia será la pérdida de importancia del Foro del Néguev, formado en 2022 por Israel, EEUU, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Egipto y Baréin.

Arabia Saudí e Irán, con gobiernos religiosos, se han enfrentado durante décadas por el control del mundo musulmán y, también, por el territorial del golfo Pérsico/Arábigo. En febrero pasado, el Consejo de Cooperación del Golfo y EEUU emitieron un comunicado culpando a Teherán de tratar de desestabilizar a los países de la península arábiga. Sin embargo, el realismo político y la aparición de mayores amenazas han convertido a estos dos enemigos enconados en amigos.

Quizás la nueva relación conduzca a la paz en Yemen, donde los muertos a causa de la guerra civil se calculan en medio millón de personas, y en Irak. De mantenerse, la asociación de Arabia Saudí y de Irán bajo la protección de China sin duda atraerá a países menores y podría convertir el Asia ribereña del Índico en hostil para Occidente. ¡Qué paradoja que en los años 70 del siglo pasado el último sha de Irán propusiera una política de autonomía regional indo-persa-árabe muy parecida a ésta, incluso con la participación de China, y medio siglo más tarde la trate de aplicar el régimen islamista que lo derrocó!

Aunque un portavoz militar de EEUU ha asegurado que la amistad entre Riad y Teherán «desafía a la razón«, la historia rebosa de ejemplos de pactos entre enemigos existenciales, como la colaboración entre el rey cristianísimo Francisco I y el sultán otomano contra el emperador Carlos V; la alianza entre la Monarquía Hispánica y las Provincias Unidas escindidas contra el expansionismo de Luis XIV; la entente de la Francia republicana y la Rusia zarista contra Alemania; o el tratado de no agresión entre la URSS y el III Reich. El inconveniente de desconocer el pasado —y de ningunear a los aliados— es que un día el presente te arrolla y te encuentras sin amigos.

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