Últimamente leo alusiones frecuentes al «pendulazo» y no puedo dejar a sentir cierta suspicacia al respecto, pues llevados por el entusiasmo a veces queremos ver jugadas de peligro en cruzar el medio campo con el balón. Entiéndase por tal término, pendulazo, un cambio de rumbo político-cultural en dirección opuesta a lo que hemos presenciado en los últimos años, décadas… ¿Quizá siglos? Los más acérrimos ven el inicio del declive occidental en la Revolución Francesa, otros prefieren remontarse al origen de la herejía luteranay según Sánchez Dragó todos ellos siguen siendo demasiado modernos: «El siglo VI antes de Cristo es el siglo de Buda, de Confucio, de Lao-Tsé, de Zaratustra, de los movimientos órficos, de Pitágoras, los presocráticos… Ese es el mejor momento de la Historia universal. Todo lo que sabemos se dijo en ese siglo y desde entonces el mundo está en continua decadencia». Pero ateniéndonos a una escala más acorde a nuestra peripecia biográfica el pendulazo sería el momento en que por fin empezaríamos a desembarazarnos de la agenda progresista y esa incesante ingeniería social, iniciada en buena medida en los años 90, por la que se pretende que el sentido común es prejuicio anticuado, lo popular es opresivo y lo minoritario debe ser la norma.
¿Es entonces 2025 año de pendulazo? No mencionaré a Trump ni a encuestas electorales en diversos países europeos, centrémonos en lo que realmente importa: Blancanieves. El mes que viene se estrenará la nueva versión rodada por Disney, desenlace de un intrincado periplo de polémicas completamente innecesarias y decisiones artísticas a la altura de sus protagonistas. Como muchos de ustedes recordarán, la cosa comenzó con el actor de juego de tronos, Peter Dinklage, criticando el proyecto cuando apenas había sido puesto en marcha bajo el plúmbeo enfoque de la corrección política. Disney reaccionó «consultando con miembros de la comunidad de enanismo» (uno imagina a la compañía enviando una delegación a las Montañas Azules) y decidió que aquello que podría haber sido el papel de su vida para siete actores bajitos fuera sustituido por un nuevo reparto, con un enano y otros seis de estatura convencional, pero de ambos sexos y diferentes razas, que pasaban a ser descritos como «criaturas mágicas». Las imágenes se filtraron a los medios y redes y ante la reacción generalizada terminó replanteando la producción de tal forma que pasaran a ser de nuevo enanos, pero recreados digitalmente como si de criaturas mitológicas se tratase. Mientras tanto la actriz protagonista explicaba a los medios que estaba orgullosa de representar a una «princesa latina» y que «la versión animada estaba muy centrada en que ella encontrara el amor verdadero, y en realidad ni siquiera está en su mente ahora en esta película, está en convertirse en la líder y en cómo lograr su propia autonomía». Las escenas promocionales que fueron sucediéndose mostraban, por otra parte, que su personaje ya no limpiaba el hogar de los enanitos donde encontró lecho y comida —esa muestra elemental de respeto a tus anfitriones es indigna de una mujer emancipada—, ahora se encargaba de repartir las tareas dándole la escoba a uno y el trapo a otro. Ya no hace ni el huevo. Para rematar la faena, las posiciones públicas radicalmente opuestas de ambas actrices protagonistas respecto al conflicto de Oriente Medio han provocado el llamamiento al boicot tanto de simpatizantes proisraelíes como propalestinos.
En vista de todo lo anterior ya solo cabe ponerse del lado de la manzana envenenada y, según podemos ver aquí, con cuarenta mil «me gustas» y más de un millón de «no me gusta» se ha convertido en el tráilerde un estreno con la peor acogida de la historia del cine. Teniendo en cuenta que deberá recaudar más de 800 millones de dólares para ser rentable, el descalabro económico podría ser legendario, y ya vamos viendo unos cuantos. Señoras, señores y señoros, el pendulazo definitivamente es real y está entre nosotros (ahora muchos que antes no estaban se subirán a él, lo veremos, ¡y gritarán más fuerte que el resto!).
Así que frente a un Hollywood de ruinas humeantes ante nuestra vista es momento de recapacitar sobre lo visto estos años, qué promovieron y qué alienó al público. Me inclino a pensar que aquello de que la nueva Blancanieves no busque el amor sino el empoderamiento es un aspecto clave. Porque viene siendo un mensaje recurrente ya en otras grandes producciones. Se diría que quedan apenas historias de chico-conoce-a-chica y lo que parece abundar, de ser masculinos los protagonistas, son personajes solitarios que las sustituyen por meras fantasías masturbatorias, como en Her, Blade Runner 2049 o The Joker.
Si son mujeres entonces sus relaciones con los hombres son asfixiantes y la narración en la que las acompañaremos será una historia de emancipación, véase Barbie, Pobres Criaturas o La acompañante. En esta última, por ejemplo, nos encontramos con una pareja aparentemente ideal donde en realidad ella es un robot a la que veremos tomar conciencia de sí misma para romper su relación y huir de su pareja. Está programada para enamorarse… ¡pero eso es una trampa! Solo será libre y feliz volviendo sola a casa (no necesariamente borracha). Un planteamiento muy similar a Las mujeres perfectas, donde los hombres solo pueden ver realizada su heterosexualidad creando robots que los sirvan: el matrimonio sería esclavitud para una mujer. Mensaje que también bajo los ropajes de la ciencia ficción cuentan la serie El cuento de la criada, Mad Max: Fury Road (a su manera remake distópico de otra película de carretera: Thelma y Louise) y la versión de 2020 de El hombre invisible donde el personaje adquiere tal poder sobrenatural… sin más fin que poder seguir maltratando a su pareja. Ya lo decían en Zardoz, otro clásico de la ciencia ficción: «¡el pene es el Mal!».
Naturalmente el cine desde sus orígenes ha retratado relaciones tormentosas y rupturas porque toda narración exige conflicto. No hay problema en ello y sería muy aburrido si siempre acabara todo en boda. El problema de este zeitgeist cultural está en su capacidad para arruinar premisas inicialmente prometedoras e impidiendo que los personajes puedan moverse fuera del carril asignado para cada sexo en la actualidad: ellas fuertes e independientes y ellos malos o débiles. Fijémonos en el caso de No hables con extraños, adaptación estadounidense de una cinta danesa dos años anterior. Un matrimonio acompañado de su hija se enfrenta a una situación de tensión creciente —muy bien dosificada, hay ahí maestría cinematográfica— acosados por un psicópata durante unas vacaciones. Una premisa característica de muchos thrillers, que nos resultará familiar, donde ella evoluciona como personaje, supera sus miedos y resuelve la papeleta al final. Mientras tanto, su marido, que ha sufrido la misma situación, ha afrontado los mismos miedos, no ha logrado aprender nada. Sigue mostrando al final la misma debilidad del comienzo, así que la última escena consiste en ella pidiéndole el divorcio.El hombre es un lastre para que la mujer pueda ascender.
Pero no vayamos a pensar que la única fuente de opresión y frustración de las mujeres es el matrimonio: la maternidad también es una carga. Canina es un film de reciente estreno sobre una mujer que abandona su carrera artística para poder cuidar a su hijo, al encontrarse en el supermercado con una antigua compañera esta le pregunta si es feliz siempre en casa: «Sí, bueno, esa es una buena pregunta ¿Sabes? Pero es complicado, porque me encantaría sentirme satisfecha. Pero en cambio me siento como si estuviera atrapada en una cárcel que he creado yo misma, donde me atormento hasta que me pego un atracón de galletas a medianoche para no llorar. Y siento que las normas sociales y las expectativas de género e incluso la biología me han obligado a convertirme en alguien que no reconozco y estoy siempre enfadada, y me encantaría dirigir parte de mi arte hacia una crítica de los sistemas actuales que articulan todo esto, pero mi cerebro ya no funciona como antes de tener al bebé, ahora soy tonta. Y además me da mucho miedo no volver a ser lista, feliz o delgada como era antes». Como podemos ver su problema es que no hay quien la aguante, y los espectadores no son la excepción. Bodrio a evitar. Al igual que la producción española Salve María, sobre la madre de un recién nacido que se obsesiona con la noticia de una infanticida porque en la escena cumbre, que llega después de hora y media sin que haya pasado nada mínimamente interesante, reconoce que a veces le gustaría que su hijo muriera o que nunca hubiera nacido. Una obra «desmitificadora de la maternidad», nos cuentan, que lleva ganados varios premios.
Por último, en relación con lo anterior, nos encontramos en este curioso artículo un enfoque no cualitativo sino cuantitativo sobre un apreciable declive en el número de encuentros sexuales que han venido mostrado las grandes producciones cinematográficas en los últimos 25 años. No así la violencia, el lenguaje malsonante y el consumo de drogas, cuya representación de acuerdo con tales estadísticas se mantiene en términos comparables (y añadiríamos el número de desayunos). Hay que tener en cuenta que en ese periodo el acceso a contenido sexual ha crecido de forma ingente en internet, lo que tal vez haya vuelto superfluas estas escenas a ojos de muchos y que, admitámoslo, siempre resultaron un tanto incómodas. Frente a la magia de las elipsis, que pasaban del primer beso a ambos ya satisfechos y convenientemente tapados por las sábanas, otras veces debíamos enfrentarnos en una película que estuviéramos viendo con nuestra madre o abuela al lado a un largo minuto de planos, a veces con cámara lenta y música de fondo, de arrebatados suspiros y forcejeos sensuales que hemos terminado constatando que se corresponden tanto con la realidad como las coreografías de peleas.