Breve historia de la Europa de las regiones

Las regiones ricas han descubierto un fuerte interés en asociarse unas con otras

Si echamos la vista atrás a ese, en perspectiva, apacible 2017, donde lo que parecía romperse era España y no todo el planeta, causan aún más extrañeza que entonces todos aquellos personajes pintorescos, hiperventilados aspirantes a Padres de la Patria catalana en lo que, finalmente, quedó en un parto de los montes. Ahora bien, si un incendio puede sobresaltarnos, lo que definitivamente nos llevaría al pánico es advertir que quien llega a apagarlo es el bombero torero equipado con un flus flus (o flis flis, que lo llaman otros).  

¿Qué es lo que había frente al separatismo? Un presidente que parecía no reaccionar a los acontecimientos al haber alcanzado la imperturbabilidad de un maestro zen —algo así nos decían—, aunque su posterior desalojo del poder terminara haciéndonos sospechar que lo suyo era más bien abulia. Junto a él, adjunto, un discurso mayoritario que alertaba de que si se rompía España entonces eso podía acabar afectando a nociones más importantes como «democracia», «ciudadanía», «Constitución» y «Unión Europea», pues uno de los argumentos más repetidos entonces, recordemos, es que una Cataluña separada de España acabaría saliéndose también de la UE, ¡y eso ya sí que no! Políticos como Borrell tenían el santo cuajo de afear a los manifestantes sus gritos de «Puigdemont a prisión», mientras se aclamaba como heroína a Cayetana Álvarez de Toledo, que había adquirido la nacionalidad española apenas una década antes y tronaba contra la «masiva agresión a la democracia» que suponía una Cataluña independiente. En esas estábamos, queda claro que la nostalgia es incompatible con la buena memoria…

También fue el momento de esplendor de Cs, partido con hechuras de evento de coaching para ejecutivos y lemas extraídos de libros de autoayuda como «imposible es solo una opinión», que por entonces difundió en sus actos y manifestaciones un logo con forma de corazón que contenía las banderas de la UE, Cataluña y España. Centrémonos en esto. Se pone a la enseña nacional en pie de igualdad con las otras dos y ya solo puede ocupar un tercio del corazoncito, en franca minoría frente a la autonómica y la europea que en realidad se complementan, tal como veremos. Así que esta era la alternativa, la oferta del poli bueno: frente a la ruptura separatista inmediata, la profundización en un sistema de disolución nacional aplazado y gradual.

La ignota sexualidad vasca

La cesión de competencias a las autonomías y a Bruselas es parte de un mismo proceso en el que ambos extremos buscan puentear a los Estados-nación a los que se aspira a dejar obsoletos: la Europa de las regiones. Hemos podido constatarlo una vez más en el reciente episodio a cuenta de la oficialidad del euskera, el catalán y el gallego en las instituciones de la UE. Promesa del Gobierno a sus socios para mantener su apoyo, no supone inconveniente alguno para el PSOE, plenamente europeísta, mientras el PP se pone de perfil, con un Feijóo que expresó su «apoyo al catalán», su defensa del «bilingüismo cordial» y la aclaración, importantísima, de que «como presidente de la Xunta de Galicia hablaba esa lengua casi todo el tiempo». El Partido Popular de Galicia, por su parte, está a favor de dicha oficialidad.  

Con esas lenguas regionales adquiriendo el mismo estatus que el español se daría un paso más en la relación directa de las autonomías con Bruselas, sueño largamente acariciado por los nacionalismos periféricos. Tal como podemos leer en el documento Europa de las regiones y el futuro federal de Europa, editado por la asociación EuroBasque, dependiente del Gobierno Vasco: «Queremos una Europa que otorgue un protagonismo real, tanto a las personas, como a las comunidades naturales que, como Euskadi conforman esa realidad plural y diversa que es Europa». Véase ese «comunidades naturales», que sigue la senda de Sabino Arana cuando acuño el término «Euskadi» como un «bosque de vascos». Quizá eso explique el comentario tan recurrente de que por esas latitudes escasea el sexo, quizá es que los vascos se reproducen por esporas…

Una federación de microestados

En cualquier caso, Mikel Antón Zarragoitía, Director de Asuntos Europeos del Gobierno Vasco (sí, hay un cargo para eso y la Comunidad de Madrid tiene otro igual, por cierto) señala que «aproximadamente el 45% de la población de la UE depende de los gobiernos regionales para el desarrollo y distribución de las prestaciones económicas, sociales y medioambientales que proporciona la UE» de forma que «para que las regiones puedan cumplir con sus obligaciones constitucionales, éstas necesitan estar implicadas directamente en el proceso legislativo». Ea, y por al camino queda disuelta España, perdiendo ya ese tercio de nuestros corazoncitos que le quedaba. Ahora bien, en tal proceso el lado «europeo» pone gustoso su parte, no es todo una quimera fruto de nuestro desbarajuste autonómico.  

La idea viene de lejos y cabe recordar al economista y teórico político Leopold Kohr, austríaco de origen judío, como uno de sus principales artífices. Curiosamente empezó a barruntar tales cavilaciones durante su estancia en España, cuando ejercía de corresponsal en la Guerra Civil y forjaba su amistad con George Orwell y Hemingway. Le impresionaron las comunas anarquistas y la independencia del gobierno catalán así que su primera obra, publicada en 1941, fue Desunión ahora: Un llamamiento a una sociedad fundada en pequeñas unidades autónomas, donde abogaba por una Europa federal articulada en viarios cientos de pequeños estados. Más adelante en La ruptura de las naciones, continuó la reflexión: «Aragón, Valencia, Cataluña, Castilla, Galicia, Varsovia, Bohemia, Moravia, Eslovaquia, Ruthenia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Macedonia, Transilvania, Moldavia, Valaquia, Besarabia, y así sucesivamente. De esta extensa lista, un hecho emerge de inmediato. No hay nada artificial en este nuevo mapa. Es, de hecho, el paisaje natural y originario de Europa. Ni un solo nombre debe ser inventado. Están todos allí aún y, como muestran los numerosos movimientos autonomistas de macedonios, sicilianos, vascos, catalanes, escoceses, bávaros, galeses, eslovacos o normandos, están todavía vivos. Los grandes poderes son los que forman estructuras artificiales y los que, por ser artificiales, necesitan realizar grandes esfuerzos para mantenerse a sí mismos». Ahí tenemos de nuevo las dichosas «comunidades naturales» como si, pongamos, los gallegos fueran musgo que brota del Macizo Galaico y los andaluces florecillas a las orillas del Guadalquivir.

La ilusión europea

La primera materialización institucional de tal planteamiento fue el Consejo de las Regiones o Comité Europeo de las Regiones (CdR) creado en 1994 por medio del Tratado de Maastricht. Más adelante ampliado en el de Niza y luego en el de Lisboa en 2007, donde el CdR adquirió el derecho a apelar ante el Tribunal de Justicia europeo, reforzando así su papel político. Respecto al aspecto económico que juegan las regiones europeas, merece la pena recordar ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa, libro extraordinariamente presciente del historiador Tony Judt, que ya supo ver en 1996 unas dinámicas que el tiempo ha agravado hasta resultar clamorosas en nuestros días.

Decía entonces nuestro autor: «la Europa actual presenta otro rasgo curiosamente premoderno. La mayoría de sus ‘ganadores’, aquellas personas y lugares a los que les ha ido mejor desde el principio de esta unión y que asocian su prosperidad a una identidad enfáticamente europea, pueden describirse mejor no como naciones-Estado, sino como regiones. El historial más exitoso de la Europa contemporánea lo tienen Baden-Württemberg, en el suroeste de Alemania, la región Ródano-Alpes en Francia, Lombardía y Cataluña. Todas salvo una de estas superregiones (ninguna de las cuales alberga la capital nacional de su país) se agrupan en torno a Suiza, como si quisieran poder desembarazarse de las restricciones que les supone su asociación con las áreas más pobres de Italia, Alemania y Francia». Un afán muy presente también en el separatismo catalán, cabe añadir, como el tiempo demostraría. Luego continúa Judt: «las regiones ricas de Europa occidental han descubierto un fuerte interés en asociarse unas con otras, bien directamente o a través de las instituciones europeas. Y, como es lógico, es un interés que las enfrenta todavía más a la vieja nación-Estado de las que siguen formando parte (…) El rasgo común de la reivindicación separatista en estos casos es que `nosotros’ somos ‘europeos’ —ciudadanos del norte modernos, prósperos, que pagamos impuestos, mejor formados, lingüística y/o culturalmente diferentes— mientras que ‘ellos’ —el rural, atrasado, perezoso, mediterráneo y subvencionado ‘sur’— de alguna forma lo son menos. (…) el atractivo de la Unión europea en estas circunstancias es el de la modernidad cosmopolita frente a las anticuadas, restrictivas (y, también se sugiere, artificiales e impuestas) limitaciones nacionales. Esto a su vez puede explicar la especial atracción de ‘Europa’ para gran parte de la intelligentsia más joven de estos países».

La UE sería, nos explica, el último heredero del despotismo ilustrado, un ideal de gobierno eficiente, racional, legal, universal, carente de particularismos —masonería, vaya—, para rematar con una conclusión notablemente aguda (en mitad de los 90, insisto): «Pero hay un precio que pagar por esta reorientación de Europa, este nuevo polo magnético para sus integrantes de más éxito. Si ‘Europa’ representa a los ganadores, a las regiones y subregiones más prósperas de los actuales Estados, ¿quién hablará en nombre de los perdedores, el sur, los pobres europeos lingüística, educativa y culturalmente desaventajados o menospreciados que no viven en triángulos de oro entre fronteras desaparecidas y para quienes Bruselas es, en el mejor de los casos, una abstracción administrativa, y en el peor, un objeto políticamente manejado de temor y odio? El riesgo es que lo que queda para estos europeos sea la nación, o más exactamente, el nacionalismo». Impecable, solo cambiaría riesgo por oportunidad.

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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