En esta entrevista de hace ya unos años contaba Fritz Lang su reunión con Goebbels en 1933, el día anterior a su huida del país. Era ya por entonces un director aclamado, autor de clásicos que aún perduran como Metrópolis y M, el vampiro de Düsseldorf, así que el ministro de Propaganda quería ficharlo para ponerlo al frente de la industria cinematográfica alemana. Lang rechazó el ofrecimiento aclarando que tenía familiares judíos por parte de madre, objeción que su interlocutor desdeñó con indiferencia: «nosotros decidimos quién es ario y quién no». Podríamos pensar que esas categorías serían inflexibles para un régimen tan obsesivo respecto a la retórica racial, ¡una ciencia a sus ojos!, pero entonces perderíamos de vista la cuestión esencial: lo importante es dejar claro quién manda, y eso se consigue sustituyendo el qué y el cómo por el quién, las reglas comunes para todos por las bulas discrecionales.
Lo hemos visto también en diferentes épocas y lugares. Lo que en unos casos es inadmisible en otros se tolera; la declaración, el gesto o el comportamiento de aquel será motivo de escándalo y santa indignación, pero la de este otro afín al poder, «uno de los nuestros», pasará desapercibida ¿Les suena? Nos pasamos la vida denunciando las dobles varas de medir, quizá sin percatarnos de que la distancia entre ambas es, en realidad, la medida de la vara de mando de quien ostenta el poder: «mira cómo hago lo que a ti te prohíbo». En este mundo en el que unos cavan y otros tienen el revólver, el efecto añadido de todo esto es que termina volviendo neurótico perdido respecto a dichas normas tan elásticas a quienes están en entre los primeros. Lo hemos visto en buena parte de la derecha sociológica y la plebe desde hace años: decidida a sortear ese campo de minas interioriza todo aquello que le han dicho que está mal, desde usar ciertas palabras ahora inapropiadas a cómo referirse, por ejemplo, a las mujeres, hasta el punto de parecer reprimida y atemorizada («¿estaré cometiendo manspreading?, ¿y mansplaining?, ¿qué era aquello que no se podía decir delante de una mujer gorda?»). En contraste, contemplamos la alegre desvergüenza con que otros, los que mandan, celebran mientras tanto fiestas en prostíbulos. Por eso, también, si queremos ver tías buenas mostrando escote y cómicos contando chistes de mariquitas y gitanos al estilo de Arévalo, más nos valdrá conectar La Sexta. Normal que conquisten audiencias.
Pues bien, valga todo lo anterior como introducción al asunto que realmente quería abordar, el nuevo vídeo de Katy Perry. Sí, habrá quien diga que «solo es una canción», pero quienes apreciamos la cultura popular sabemos que encierra significados y moldea las sociedades. Aquí la tienen:
Recordemos en primer lugar que durante las elecciones de 2016 esta cantante apoyó abiertamente a Hillary Clinton frente a Trump, a quien tiempo después criticó en varias ocasiones ¿Así que tiene bula, no? Para ella sí, de ahí la audacia desplegada, pero no necesariamente para su canción. Un tema, como podemos ver, que orbita desde el principio hasta el último segundo en torno al feminismo… la cuestión es si a favor o en contra. Escuchemos en ese sentido la voz de los Supertacañones de El País en este artículo que recoge diversas declaraciones en torno a este videoclip y termina torciendo el gesto. Lo que para otros sería el fin de su carrera aquí «no ha sido un paso adecuado» y «casi nadie parece haberla entendido», concediéndole que la intención habrá sido buena, pero se ha expresado mal la chica… Ea, suerte para la próxima y circulen que no hay nada más que mirar.
Pocas cosas hay en este mundo más molestas e innecesarias que un artista analizando su propia obra; quien debe explicar un chiste después de contarlo es porque ha fracasado en el empeño. Déjennos a los espectadores esa tarea, pues el arte es por definición interpretable, sugerente y evocador, no de significado unívoco. Intentando acallar las críticas la cantante quiso aclarar días después de su publicación que el vídeo era en realidad «una sátira de la mirada masculina». Claro, esa misma a la que busca complacer con sus escotes y movimientos sensuales, seguro que sí. Lo que la mayoría de la gente, incluyendo servidor, ve aquí es una sátira, sí, pero del feminismo.
La protagonista emula ese icono del movimiento que es «Rosie, la remachadora» para hacer de ella una figura sexy y cándida en una sucesión de escenas en las que se muestra lo cómico que resulta que las mujeres intenten hacer cosas imposibles como tirar a mano de un Monster-truck, repostar gasolina por un agujero en el costado de su cadera o tener trabajos y comportamientos típicamente masculinos. De la misma manera que los hombres que en carnavales se disfrazan de mujeres no son transexuales sino que enfatizan lo absurdo de tal pretensión, o aquellos resúmenes del No-Do no pretendían precisamente reivindicar el fútbol femenino, el componente paródico que hay en el vídeo no se puede soslayar y ha molestado a muchas feministas. Para rematar la faena además nos muestran el caos en el que caería un mundo de mujeres, reivindica la maternidad como uno de los grandes logros femeninos (en Barbie, recordemos, esta solo representaba opresión) y finaliza con la cantante arrebatándole el protagonismo a una mujer negra en nombre de la causa feminista, todo ello aderezado con imágenes de atractivas chicas semidesnudas realizando movimientos inspiradores como este. Excelente, si además hubiera sonado bien y fuera pegadiza estaríamos ante un clásico inmediato, pero en cualquier caso ojalá cunda el ejemplo.
Lo cual nos lleva al último punto ¿Estamos ante un caso aislado? Teniendo en cuenta lo anterior no estamos ante otra dosis de soma sino ante el principio de la curva, hubiera sido difícil de imaginar en años previos a 2024. Una vez ha tenido lugar el boicot a Bud Light, el regreso mesiánico de Trump… Aunque, si hay un hecho que refleja el hartazgo público, es el repetido fracaso de series y películas con heroínas femeninas. El último ejemplo, Furiosa. Tal vez no tenga una particular carga de progresismo, incluso en comparación con la previa, ni la protagonista sea una Mary Sue (un personaje femenino inmaculado), pero ha pagado el pato por la sobreabundancia de todo ello en los últimos años.
Al fin y al cabo, por fantásticas que sean las historias que nos cuenten han de tener un mínimo de verosimilitud interna, de credibilidad en el comportamiento de sus personajes. Ocurre que los hombres tienen más aptitudes físicas y psicológicas para las tareas peligrosas como atestigua tozudamente la realidad: los deportes de riesgo, las profesiones de alta siniestralidad y los escenarios bélicos han estado, están y estarán siempre copados por seres XY ¡No pasa nada por ello! Es absurdo enfrentar a sexos que no son rivales sino dos variantes de la misma especie, aliados fundamentales ante la vida, así que este hecho no debe ser esto motivo de orgullo ni de vergüenza. Simplemente es así. Recordemos lo que decía aquella canción de James Brown a la que tanto se le reprochó su chovinismo masculino y en la que esta de Katy Perry se ha inspirado: «This is a man’s world/ But it would mean nothing/ Nothing without a woman…»