China, el país sin inmigrantes ilegales

Como España, se trata de una sociedad envejecida, pero carece de inmigración masiva. Su gran interrogante será interno, si adopta o no el giro occidental

Pasé estas Navidades en China, invitado, en una mansión en las afueras de Pekín, rodeada de otras mansiones llenas de millonarios chinos. Lo que más me llamó la atención del lugar es que la hierba de todos esos jardines de lujo está en mal estado, porque en China no hay inmigrantes ilegales.

Mi casa en España está en una urbanización de clase media, y tiene un jardincito que cuido yo mismo porque soy pobre (periodista, qué les voy a contar) y porque es verdad que la jardinería, al menos en pequeña escala, relaja. Pero debo ser el único de todos mis vecinos que no contrata a jardineros, todos ellos marroquíes o hispanoamericanos cuyo estado legal exacto y procedimiento de pagos prefiero no conocer.

El resultado es que mi jardín está en un estado bastante decente, pero algunos de los jardines de mis vecinos están listos para que cualquier día se acerque la revista Hola a hacer un reportaje. Hay tanto árbol frondoso y tanta planta exótica que las podas por aquí son constantes: hasta el punto de que tienen que repartirse circulares para recordar a los vecinos que sus jardineros no pueden dejar el ramaje junto a los contenedores, sino que hay que llamar al ayuntamiento para que las recoja. Éste es el nivel.

La mansión pequinesa en la que me alojé cuesta al menos el quíntuple que mi chalet, si no más. La urbanización está rodeada de muros más imponentes que los del Complejo Presidencial de la Moncloa, y tiene casi el mismo número de guardias uniformados 24 horas al día. Todos están en atención y te saludan militarmente, mano en la gorra, cada vez que pasas por delante.

Uno de los cuatro coches de la mansión de enfrente, me informaron, es un Rolls Royce de serie exclusiva que cuesta aproximadamente lo que mi chalet: y les doy fe que, en dos semanas allí, y con un clima muy frío que dejaba los lagos dentro de la urbanización (hay varios, para mejorar el paisaje) completamente congelados todo el día, el Rolls no lo metieron en el garaje ni una vez. Supongo que, si se estropea por el frío, se compran otro y listo.

Pasear por mi urbanización española cualquier mañana entre semana es verse rodeado por repartidores, manitas y obreros diversos, asistentas y jardineros que andan por aquí y por allá, casi todos los cuales son extranjeros con varios estatus de inmigración. Pasear por la urbanización de Pekín es no ver nunca a nadie, salvo a alguien que entra o sale de su casa y los guardias firmes como palos.

Los repartidores que llevan todo son todos chinos. Si los ancianos quieren acompañante, tienen que buscarse a un pariente o un bastón. Nadie arregla los jardines ni privados ni de las zonas comunes.

En China, al no haber inmigrantes ilegales, ni siquiera los millonarios pueden permitirse tener oleadas de empleados eventuales que se ocupan de todo. En España, mis vecinos de clase media pueden pagarle sueldos bajos a los jardineros y las asistentas, porque los inmigrantes frecuentemente no pagan impuestos y luego viven en pisos compartidos. En China, tienes que pagar un sueldo decente si quieres que alguien se trague el tráfico desde Pekín hasta las afueras para cuidarte el césped, con lo que los millonarios (que allí como aquí suelen ser mucho más tacaños que la gente de clase media) prefieren tragar con céspedes machacados, al menos durante el invierno.

Esto se lo cuento por si alguna vez se preguntaron por el motivo del entusiasmo de las élites occidentales y la gran empresa por la inmigración ilegal. Ahora mismo, el 95% de los puestos de trabajo que se crean en España son ocupados por personas no nacidas en el país, según datos recopilados en 2023 por el Observatorio Demográfico de la Universidad CEU-San Pablo “La inmigración en el mercado laboral en España” con microdatos de la Encuesta de Población Activa (EPA).

De ésos, como sé yo, sabe usted, y sabe el gobierno, una enorme cantidad son ilegales: camareros que tienen jornadas de 15 horas durante el verano, taxistas de recambio que cubren los peores horarios, cuidadores, limpiadoras, albañiles, recogedores de fruta…

Nadie puede pensar que China es un paraíso, aunque sí es ejemplar para muchas cosas, sobre todo cuando lo comparamos con la distopía sanchista que es España en 2025. Y una de las cosas en las que China es ejemplar es que allí todavía se defiende ese antiguo principio anticuado y pasado de moda en occidente, de que la misión de los gobernantes, al menos en teoría, es ayudar a sus conciudadanos. No a la humanidad, o a la gente de otros continentes que puede un día recibir un pasaporte español. A sus conciudadanos de ahora y a sus hijos.

China sigue siendo un país opresivo gobernado por un partido único que mantiene su poder gracias a un férreo control de los medios y todos los sistemas de propaganda. Un poco como España con el PSOE y su vehículo de sustitución, el PP. La diferencia es que China viene de un periodo de extraordinario crecimiento y aumento de su poder internacional, y está ahora mismo entrando en un punto de inflexión clave que definirá su futuro como potencia.

Desde hace tres décadas, los expertos en China han discutido cuándo llegaría la desaceleración de la demencial tasa de crecimiento económico del país y el final de una era de construcción desenfrenada de obras públicas y viviendas. Ese momento ha llegado.

Más allá de los datos económicos (en China siempre un poco sospechosos, aunque menos últimamente), es obvio que hay menos grúas de construcción en Pekín de las que vi nunca. Hay algunas obras en las carreteras, pero definitivamente no tantas como en los 2010s, cuando el tráfico era un desastre, siendo un atasco permanente de punta a punta.

Si la población no crece, no tiene sentido tanto desarrollismo. Como España, China es una sociedad envejecida; pero China hasta ahora carece de inmigración masiva. En España, más del 17% de residentes son nacidos en el extranjero. En China no llegan al 0,1% incluso incluyendo a los chinos con pasaporte extranjero (estadounidenses, malasios, indonesios) que viven en el país.

En Occidente, en el punto de desarrollo económico en que se encuentra ahora China se llegó a un gran acuerdo entre la gran empresa y la izquierda, que llevó a que se abrieran las compuertas de la inmigración ilegal para rebajar los costes laborales.

Las élites empezaron a tener chachas filipinas y jardineros marroquíes, los hoteles camareros hispanoamericanos; y la izquierda un nuevo lumpenproletariado del que pronto empezarían a salir nuevos votantes cautivos, dependientes de paguitas del estado. Ahora mismo, ningún partido de izquierdas de occidente podría ganar elección alguna, a nada en ningún sitio, si solo contaran los votos de la gente que no tiene ningún padre inmigrante. Y lo saben.

Muchos piensan que las grandes incertidumbres sobre China se centran en su política exterior, Taiwán, el mercado internacional de los chips o las bases en la Luna. Yo creo que la gran incertidumbre de China va a ser ese debate interno, cuyo resultado cambió las sociedades occidentales, y las sigue cambiando, para siempre.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

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