‘Cinco lobitos’, tres heridas

Como la literatura, el cine español está viviendo un auge de la biografía y el diarismo. Y todavía podríamos concretar más. Especialmente muchas jóvenes creadoras se acercan al mundo de su familia y de la maternidad. Es un indicador de la falta que hace. En literatura, Ana Iris Simón (Feria) y en cine Carla Simón (Verano 1993 y Alcarrás) son los casos más paradigmáticos. Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978) no debería quedarse atrás en ningún recuento ni en ninguna jerarquía. En Cinco lobitos, su primera película, transfigura en cine sus propias experiencias como madre primeriza. El resultado, además de un suponemos que terapéutico ejercicio de introspección, es una magnífica película. Que nos interpela personalmente, más allá de la curiosidad por las vidas ajenas o del interés por cómo viven la paternidad las parejas de ahora. Habla también de nuestras vidas, y va a lo hondo.

En Cinco lobitos (…), Ruiz de Azúa transfigura en cine sus propias experiencias como madre primeriza. El resultado (…) es una magnífica película

El mejor resumen de la película sería el famoso poema de Miguel Hernández con el que la película coincide hasta en las distintas variaciones de los mismos temas. «Llegó con tres heridas:/ la del amor,/ la de la muerte,/ la de la vida.// Con tres heridas viene:/ la de la vida,/ la del amor,/ la de la muerte.// Con tres heridas yo:/ la de la vida,/ la de la muerte,/ la del amor».

Lo que no quiere decir que la cinta no derroche humor. Uno finísimo, que no interfiere con el mensaje de fondo, sino que lo potencia. Nada más empezar, la suegra le comenta al yerno que su trabajo es «bonito, muy inestable, pero bonito». Se juntan en la primera carcajada la dificultad de la relación con la familia política y la tensión constante entre la familia y el trabajo. En esas coordenadas se moverá la película.

Parece y es un diario del primer año de maternidad, pero despliega, con naturalidad, todo el simbolismo de un guion muy trabajado

Los actores pasan de la vis comica a la dramática, y vuelta, sin pestañear. Aunque no sé si esta frase hecha es la más oportuna: hay un fotograma bellísimo en que Laia Costa baja las pestañas a cámara lenta, y transmite un mundo de sentimientos encontrados. Los actores hacen un trabajo sobresaliente.

Aunque la película es sencilla, no es simple. Parece y es un diario del primer año de maternidad, pero despliega, con naturalidad, todo el simbolismo de un guion muy trabajado. Como muestra, una bellísima imagen: la del pasillo del hospital y los dos carritos paralelos, el de la bebé y el de la silla de ruedas de la abuela. Tiran los puntos al principio y al final, los de la recién parida y los de la recién operada. Las malas noches de crianza y las de convalecencia se superponen, como las heridas de la vida y de la muerte, mientras que el amor se las ve canutas para ir sanando unas y otras.

La película es un canto a la familia, ni ingenuo ni rencoroso. La directora y guionista deja claro que no todas las dificultades de la maternidad son por la conciliación o por la vida moderna. También hay carencias sentimentales que se arrastran; aunque se superan y se perdonan. Casi siempre (como buenos vascos) con muy pocas palabras.

Es también un canto a la felicidad oculta. Cuando la joven hija se queja de las complicaciones de la maternidad: «Qué puta mierda de vida…», su madre le responde: «Y yo que me cambiaba por ti ahora mismo…». Pero esa misma señora mayor, cuando más tarde le pregunten qué le haría ilusión hacer y no hizo nunca, contesta sin embargo: «Yo sólo quiero estar aquí, quejarme, reñir a tu padre…». Y todavía hay más. Tras ver la cinta de las viejas películas domésticas, resumen: «A veces una es feliz y no lo sabe». 

Guarda una cuidadosa asepsia política (…), pero la defensa de la familia y de la herencia es firme y beligerante por dentro

Que el tema subterráneo es la felicidad si salimos sabiéndolo nosotros. Se subraya en la exigencia casi desesperada de la joven madre a su hija: «¡Tienes que ser feliz, tienes que ser feliz…!» Imposible no recordar en esa escena a Jorge Luis Borges: «Mis padres me engendraron para el juego/ arriesgado y hermoso de la vida,/ para la tierra, el agua, el aire, el fuego./ Les defraudé. No fui feliz».

En esta película nadie se resigna a defraudar a nadie, aunque se roza el desastre. He leído una crítica que sugería que era una cinta reaccionaria. Guarda una cuidadosa asepsia política —no dice ni mu ni del nacionalismo ni del terrorismo siquiera, cuando casi toda la historia sucede en el País Vasco y se tira de la memoria—; pero la defensa de la familia y de la herencia es firme y beligerante por dentro. 

No he visto todas las películas que concurrieron, pero estoy seguro de que el premio es justo

También se ha escrito que deja a los hombres en un lugar secundario o menor, girando alrededor del eje que forman abuela, madre y nieta. Qué va. El papel del padre, Javi, aunque aparezca menos en el metraje, es esencial, por la seguridad que aporta. La última frase de la película: «Ya nos vamos a casa», es esencial, por supuesto; pero todavía lo es más la dedicatoria de la directora autobiográfica: «A Daniel, por encontrarnos». Hay tres heridas, pero el amor es el secreto.

Cinco lobitos ganó en el Festival de Málaga cinco premios, el de mejor película y el de guion, entre ellos. Yo no he visto todas las películas que concurrieron, pero estoy seguro de que el premio es justo.

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