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Clásicos revisitados: Atraco perfecto

Me temo que con los años se estropee, como nos estandarizamos todos, pero por ahora tengo una profunda y creciente admiración por mi hijo Enrique, de once años, y su sensibilidad. Por su sensibilidad estética y por la moral, si son distintas. Le encanta ver películas clásicas conmigo y las prefiere en blanco y negro. Con esa disposición vintage, empezamos a ver Atraco perfecto, de Stanley Kubrick, de 1956.

Lo tenía todo para entusiasmarnos: el susodicho blanco y negro, la planificación minuciosa del golpe, la ejecución milimétrica, los microfallos de última hora y el suspense continuo. Nos las hacíamos felices. Además, frente a otros delitos de sangre o de traición, en los atracos el espectador siente cierta empatía con el delincuente. Y como aquí se roba la caja de apuestas de un hipódromo, miel sobre hojuelas: «Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón», y vámonos que nos vamos. Decía Paul Valéry la semana pasada que «un ladrón sólo perjudica a los demás ciudadanos en lo que tienen de más vil. Quizá en lo que tienen de conforme con el ladrón y el robo. Un hombre que impone o quiere imponer sus opiniones, por mucho que alegue su fe o su convicción, perjudica a los ciudadanos en lo que tienen de más puro». O sea, que es mucho peor un intolerante, un manipulador o un demagogo que un bandolero. Está bien visto.

La película, en realidad, está haciendo un retrato del mal, aunque uno —si no es mi hijo Enrique— no se da cuenta hasta la escena final

Sin embargo, a poco de empezar la película, mi hijo sintió una desazón muy grande y determinó tajantemente que esa película no era para niños, y que él se iba a la cama. Me sorprendió bastante… hasta que terminé de verla y tuve que admirarme por la finura de su olfato ético.

A partir de aquí empiezan los destripes, comúnmente llamados spoilers. Los hago sin gran cargo de conciencia, pues en los 69 años que han pasado desde su estreno, tiempo han tenido de ver Atraco perfecto. Y también porque pueden dejar de leerme, verla (está en Filmin) y venir después, si quieren, a terminar el cinefórum.

La película, en realidad, bajo la mano maestra de un Stanley Kubrick que se las sabe todas, está haciendo un retrato del mal, aunque uno —si no es mi hijo Enrique— no se da cuenta hasta la escena final. Y eso que Kubrick siembra la cinta de pistas. Sterling Hayden borda su papel protagonista. Lo tiene todo para ser un galán, pero algo falla en su interior, que se trasluce en sus gestos. Luego están las traiciones en la historia de amor de uno de los cómplices (que fue lo que levantó a mi hijo). Después amistades y amores que se subordinan al fin principal, que es el atraco.

De una manera muy sibilina, la trama enreda moralmente al espectador

Pero tanto la banda de atracadores como Kubrick llevan al espectador tan pendiente del hilo del argumento que no cae en la cuenta de tantísimas pistas. Todo está muy bien planeado, de forma inquietante —la máscara de cerdo del ladrón resulta un toque maestro que no han superado tantos payasos y jokers posteriores—, pero hay pequeños fallos que, sin embargo, no terminan de frustrar el atraco. Hay muertes… que el guión sabiamente te vende como necesarias. El espectador, en algún momento, tiende a pensar que son «daños colaterales» o «medios que justifican el fin», esto es, el botín. De una manera muy sibilina, la trama enreda moralmente al espectador (no a mi hijo, que ya llevaba una hora durmiendo).

Cuando todo parece que va a salir bien (ya ha salido fatal y uno ha perdido la cuenta de las víctimas que hemos dejado atrás, pero el espectador va encelado en la fuga y no se para a pensarlo), llega el final. Y Kubrick, con un pulso maestro, en una escena antológica, impresionante, que yo, tan partidario de Dante, no dudo en calificar de dantesca, filma la banalidad del mal.

Parece difícil salir de esta película sin preguntarse si merece la pena el botín que estemos planeando ganar en la vida

El botín sale volando como en el torbellino de un círculo infernal y, en menos de un minuto, no ha quedado nada de nada de lo que había sido todo hasta entonces. El efecto es deslumbrante, como una venda que cae de los ojos. Kubrick, sin embargo, no afloja y da otra vuelta de tuerca. El protagonista todavía tiene a su lado a su amada, una bellísima y entregada Coleen Gray, con la que resultaría relativamente fácil darse a la fuga y ser felices. Pero ha perdido el botín y ya el amor no tiene sentido para él. El atraco no fue perfecto, pero sí la metáfora.

Parece difícil salir de esta película sin preguntarse si merece la pena el botín que estemos planeando ganar en la vida. No será ilegal, pero si anteponemos la amistad, el amor y la paz por él, en el último momento veremos que se esfuma y quedaremos completamente vacíos. Puede que usted, como mi hijo, no necesite esta lección, pero muchos (honrados ciudadanos) sí la necesitamos.

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