El mayor problema que afronta la humanidad es la espectacular infertilidad de la parte del mundo más rica y desarrollada, y este problema no deja de empeorar, así que es necesario contemplar ideas radicales para solucionarlo.
Una de las más radicales que he escuchado últimamente ha sido presentada por el filósofo estadounidense Robin Hanson, y se resume en un concepto muy simple que podría funcionar para incrementar muy significativamente la natalidad, y al mismo tiempo evitar lo que ahora parece un inevitable colapso de los sistemas occidentales (y orientales) de Seguridad Social.
La idea es simple, y se resume en permitir que los padres reclamen una parte de los impuestos que pagan sus hijos.
El mecanismo eventualmente sustituiría a la Seguridad Social durante varias décadas en un proceso de transición gradual, en el que los jubilados tendrán derecho a sus prestaciones, con reducciones progresivas en las cantidades a las que tienen derecho aquéllos que se vayan jubilando más tarde: algo que, por cierto, va a suceder de todos modos y de hecho ya está sucediendo dado el retraso sistemático de la edad a la que todos los actualmente no jubilados podremos empezar a percibir prestaciones.
El Plan Hanson, poco a poco, sustituiría entonces el actual sistema de pagos con uno en el que los padres son compensados con porcentajes de los impuestos desembolsados por sus propios hijos, de por vida y sin límites. Esto tiene el efecto de incrementar, al mismo tiempo, los incentivos a la natalidad (más niños pagando equivalen a más ingresos) y al cuidado y educación de los hijos (los hijos con mayor productividad y mayores ingresos podrían, quieran o no ellos y sus cónyuges, hacer que sus padres jubilados ingresen más en su otoño vital de lo que ingresaban en el pico de su vida laboral).
Al final, se genera una carrera para tener más hijos, sí, pero no una carrera que puedan ganar aquéllos que buscan abusar del sistema al producir grandes cantidades de ni-ni: si tu hijo no paga impuestos porque no llega al mínimo imputable, tus ingresos de esa fuente son cero. Las familias seguirán tenido todo el interés en tener hijos bien educados y productivos, por el propio egoísmo de los padres.
Hay que tener en cuenta que este sistema, al fin y al cabo, es profundamente conservador hasta el punto de ser reaccionario: toda la historia de la humanidad ha funcionado con variantes del Plan Hanson, porque la Seguridad Social es un invento del siglo XIX, muy propio de la era socialista, que socializó lo que antes era un proceso familiar.
Durante generaciones, lo padres contaban con que sus hijos les ayudarían a sobrevivir sus años finales en los que no podrían trabajar, lo que hacía que mucha gente se cuidara bien de tener un gran número de hijos. En el momento en el que el estado se hizo cargo de este proceso, adoptando lo que es un sistema piramidal que se presenta como un sistema de contribuciones (todos sabemos que nuestras pensiones no se pagan con nuestras contribuciones, que el gobierno se funde según llegan, sino con las de la siguiente generación de pringados) se generó un incentivo al egoísmo intergeneracional.
Es verdad que es genial pasarte la treintena y la cuarentena durmiendo cuando quieras, saliendo cuando quieras y sin mancharte las manos de caca de bebé. Es fantástico, sobre todo cuando estás pensando que cuando tengas ochenta años y no puedas salir de casa irá una cuidadora social, pagada con los impuestos a mis hijos y no a los que nunca tuviste, a cambiarte el pañal de adulto.
Al final, el Plan Hanson se alinea con el valor familiar clave de que es mejor tener más hijos y es mejor criarlos en lugar de descuidarlos o abandonarlos; y que es mejor ayudarles a que se labren un futuro próspero y no se queden en casa jugando a la PlayStation, lo que redunda en pérdidas masivas (presentes y futuras) para sus progenitores.
Es fácil olvidarse de que no tener hijos es decisión de muy pocos. Hablamos mucho de los factores culturales, que son importantes, de la influencia de un zeitgeist occidental que es destructivo e incluso suicida, pero los factores económicos acaban siendo más importantes. El estado logra lo que subvenciona, y si lo que subvenciona es hijos tendrá más hijos: igual no tantos como desearíamos, pero desde luego muchos más de lo que habríamos tenido de otro modo, como demuestra el ejemplo francés.
En España, en particular, es sangrante que estemos en una situación en la que prácticamente todo el mundo quiere tener más hijos de los que tiene. Según datos del CIS de septiembre de 2024 analizados por Funcas, más de la mitad de los hombres que a los cuarenta años no habían tenido hijos (el 56%) confiesa haberlos querido tener, proporción algo superior a la correspondiente a las mujeres (45%); y solo el 8% de los hombres y el 7% de las mujeres de 40 años o más no tiene hijos y afirma no haberlos querido tener.
En total, el 77% de los hombres con 40 años o más y el 86% de las mujeres de la misma edad tiene hijos, y casi todos querrían haber tenido más. El 28% de los encuestados declararon que su número ideal de hijos es (o habría sido) tres o más. Entre las personas con estas preferencias, son las mujeres con educación universitaria las que más frecuentemente declaran haber tenido un solo hijo a pesar de haber deseado al menos tres (21%). Es absolutamente escandaloso que nos encontremos con que haya un 8% de mujeres universitarias que deseaban tener tres hijos y hayan acabado no teniendo ninguno.
Estas cifras son una vergüenza y un fracaso social en un país donde se lleva décadas hablando de lo importante que es lo social y apoyar todo con paguitas y dar la razón en todo lo que quieran a las mujeres, y muestra de que los gobiernos occidentales son los mayores cómplices en la aniquilación no ya espiritual, sino física, de Occidente.