Francia tiene problemas. Qué les voy a contar. Un presidente que es la versión finolis de nuestro Pedro Sánchez, un parlamento bloqueado por podemitas vociferantes, una economía comatosa, y el gran Michel Houellebecq tiene tal pinta de vividor terminal que dudo que llegue al final de esta década.
Sin embargo, Francia tiene también importantes ventajas. Houellebecq sigue vivo (toquemos madera), el país mantiene un tejido productivo sólido, un ejército que no depende de bases extranjeras para defender su propio territorio, y es además el país de Europa Occidental con la mayor tasa de fertilidad (TFR), en 1,68 hijos por mujer, muy por encima del 1,20 de España y la media de la Unión Europea.
Es cierto que la TFR de Francia no es para tirar cohetes, y está por debajo del nivel de reemplazo (en 2,1) y del de países más exitosos en la promoción de la natalidad, como Georgia. Con todo, la verdad es que las mujeres francesas tienen más hijos que las de cualquier otro país europeo gracias a una política gubernamental intencionada que facilitó la creación y el nacimiento de una familia. Y, como ello ocurre desde hace décadas, ha redundado en la existencia de millones y millones más de franceses hoy en día de los que habría de otro modo.
No es ninguna casualidad que Francia haya sido el mayor laboratorio europeo para probar medidas de apoyo a la natalidad. En el siglo XVIII, Francia era la China de Europa, con una población muy superior a la de Italia, Alemania o España, y el triple de habitantes que el Reino Unido. Según los cálculos de varios historiadores, en 1700 casi 1 de cada 25 habitantes de la Tierra, y uno de cada cinco de Europa, era francés.
El frenazo brutal del crecimiento de la población francesa a partir de este punto, debido casi enteramente a un declive de la fertilidad sin paralelo en el planeta hasta el siglo XX, ha llamado la atención de muchos. Inglaterra, que en 1700 tenía cinco millones de habitantes, tiene ahora 56 millones, casi igual que Francia (67 millones) y el Reino Unido en su conjunto supera claramente a Francia a pesar de que ya no incluye a Irlanda.
Hay que tener en cuenta que, si la población de Francia hubiera aumentado al mismo ritmo que la de Inglaterra desde 1760, hoy en día habría más de 250 millones de ciudadanos franceses, lo que simplemente significaría que Francia igualaría a Japón en densidad de población. Los motivos por los que la fertilidad francesa bajó más rápido y después ha rebotado con mayor fuerza siguen siendo debatidos por los historiadores y demógrafos locales.
Como resultado, en Francia existe una mayor preocupación histórica respecto al problema de la natalidad. En un reciente estudio sobre el tema, los expertos de Boom Campaign concluyeron que nuestro país vecino se ha beneficiado de una serie de medidas políticas a favor de las familias con hijos, principalmente implementadas vía fiscalidad y seguridad social.
El programa de seguridad social familiar de Francia comenzó en la década de 1920, pero se amplió enormemente después de la Segunda Guerra Mundial, con reformas similares a las implementadas en la España franquista. Ello hace que hoy en día Francia sea el país que más gasta en prestaciones familiares en la OCDE.
Estas medidas de seguridad social relacionadas con la familia se dividen en cuatro categorías principales. En primer lugar, prestaciones para apoyar a las familias después del nacimiento de un hijo y en sus primeros años. En segundo lugar, prestaciones de manutención para ayudar a los padres a mantener a los hijos dependientes. En tercer lugar, pagos para familias en circunstancias especiales. Y en cuarto lugar, lo que en mi opinión es de extraordinaria importancia, están las prestaciones de vivienda.
Hay cinco formas fáciles de impulsar la tasa de fertilidad: pagar a la gente por tener hijos, incentivarles para casarse, facilitar que aquéllos que quieran dedicarse a tiempo completo a cuidar a sus hijos puedan hacerlo y promover la fertilidad entre jóvenes son las cuatro primeras. Hacer que la vivienda sea asequible es algo que en estos tiempos de burbuja inmobiliaria alimentada por la inmigración ilegal es fundamental: ninguna mujer, ninguna, va a tener un bebé si no tiene un domicilio donde puede vivir con éste.
Las ayudas para vivienda en Francia incluyen una bonificación por mudanza para aquéllos con al menos tres hijos a cargo que se muden de casa antes de que el hijo más pequeño cumpla los dos años, y un subsidio de vivienda familiar para parejas que alquilan y que han estado casadas durante menos de cinco años y tienen o están esperando un hijo.
Con todo, del caso francés llama la atención (más allá de las muy generosas desgravaciones fiscales para familias) particularmente el número de medidas que se aplican para fomentar la natalidad: hay beneficios por nacimiento y primeros años, subsidios en efectivo por nacimiento o adopción sujeto a prueba de recursos, asignación mensual básica sujeta a prueba de recursos desde el nacimiento hasta que el niño cumple tres años y ayudas para la crianza de los hijos para apoyar a los padres que desean dejar de trabajar o reducir sus horas de trabajo para cuidar a un niño menor de tres años.
Y seguimos: también un suplemento para el cuidado de los hijos para padres que trabajan con niños menores de seis años, prestaciones de manutención, asignación por hijo para aquéllos con dos hijos a cargo, otra asignación para aquéllos con al menos tres hijos a cargo, suplementos de ingresos sujeto a prueba de recursos para familias con al menos tres hijos de entre tres y 21 años y una asignación pagada para complementar una pensión alimenticia baja, o para niños que no reciben ninguna ayuda de uno de los padres, o de ambos padres, en cuyo caso la asignación se paga a la persona que cría al niño, etc.
Todo esto es un montón de programas estatales, un montón de papeleos a rellenar, un montón de burocracia y mucha pérdida de tiempo y energía. Es obvio que, en conjunto, la política francesa ha funcionado, pero uno se queda la impresión de que funcionaría mucho mejor con medidas más simples y asequibles para cualquiera sin tener que presentar diez fotocopias compulsadas en cada paso.
La estrategia francesa va en la dirección correcta, pero está desperdiciando recursos y podría lograr aún mejores resultados dado el gasto anual en que se incurre. Mi propuesta, en lugar de esta maraña de programas y condiciones y asignaciones, sería volver a la simplicidad del cheque bebé español que José Luis Rodríguez Zapatero impuso en 2007 y luego quitó en 2010, justo a tiempo para que mis dos hijos lo recibieran: los padres reciben un pago de 5.000 euros por hijo nacido (en los tiempos de ZP eran 3.000 euros), sin preguntas ni condiciones ni fotocopias compulsadas; y luego otro dos pagos como regalo de cumpleaños del estado cuando cumplen 5 años y 10 años.
De esta forma, nadie podría acusarle a uno de exagerar cuando dice que los hijos nacen con pan debajo del brazo.
(Ilustración: María Antonieta y sus hijos, de Élisabeth Vigée Le Brun)