La conciliación tiene un recorrido milenario en el derecho. Desde Grecia hasta hoy, su celebración se ha entendido no solo como deseable sino como preceptiva con anterioridad a los juicios, toda vez que el acuerdo entre las partes siempre es mejor que el litigio y porque, en el fondo, anhelamos la concordia antes que el conflicto. Conciliar consiste en componer lo que está opuesto, en armonizar tras un desajuste.
Lo que hoy llamamos conciliación entre la vida familiar y laboral es algo relativamente nuevo
No obstante, lo que hoy llamamos conciliación entre la vida familiar y laboral es algo relativamente nuevo (nuestra ley vigente tiene algo más de veinte años). Estoy convencido de que nuestro atento lector pensará que, en este sentido, conciliación vendría a coincidir con una preocupación por un desajuste en el tiempo del que se dispone. “Oye, tengo una familia y no puedo salir a las once de la noche del despacho”; “el crío es pequeño y me gustaría poder teletrabajar”; “sería conveniente poder ajustar mi jornada laboral para llevar a los chavales al colegio”. Estas cosas.
Pues no. Si lo entiende así, es que el lector es poco sujeto revolucionario. En nuestro ordenamiento jurídico esta materia se ha confeccionado en clave de igualdad, o sea, sobre la base de “la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres”. Es el relato demiúrgico de la equiparación formal de derechos y responsabilidades que garantizaría una igualdad plena y pura en el desarrollo profesional de ambos sexos como respuesta al proceso de incorporación de la mujer a lo que hoy llaman mercado de trabajo.
Muy comunista lo de que el Estado crie al niño, pero ¿y lo de olvidar el servicio que se le presta a las empresas que explotan a sus trabajadores?
Esto explica que Juan Lobato inaugurase su etapa como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid por el Partido Socialista con aquella medida estrella de conciliación bajo el brazo: abrir los colegios de siete a siete. También que la semana pasada Angela Rodríguez, la secretaria de Estado de Igualdad, repitiera como una muletilla algo que están empeñándose en dispensar como un nuevo “derecho”: el derecho al cuidado (a estos efectos quieren volver a destinar otros 200 millones de euros de los Presupuestos Generales del Estado al Plan Corresponsables, que consiste, para que me entiendan, en crear un cuerpo estatal de niñeras). No salen del Estado. Muy comunista lo de que el Estado crie al niño, pero ¿y lo de olvidar el servicio que se le presta a las empresas que explotan a sus trabajadores?
Si, como dijera Aristóteles, trabajamos para tener ocio, pareciera como si hubiéramos sido incapacitados para reconocer la belleza de nuestras tareas vitales fuera de las tareas profesionales
No hay duda de que estas medidas son operativas para el programa de lo que Josef Pieper denominó el mundo laboral totalitario. Si, como dijera Aristóteles, trabajamos (negotium) para tener ocio (otium), es decir, con vistas al descanso, la inactividad, el sosiego y la contemplación, pareciera como si hoy el ocio no fuera más que el no-trabajo, o que hubiéramos sido incapacitados para el propio ocio, para reconocer la belleza de nuestras tareas vitales fuera de las tareas profesionales: ¿qué vida, qué descanso, a qué casa a la que volver es con la que quiero conciliar el trabajo?
Y es que quizás no solo sea necesario conciliar la vida familiar y laboral, sino también reconciliarnos con la vida entera
Tom Rath, el protagonista de El hombre del traje gris, la célebre novela de Sloan Wilson llevada al cine por Nunnally Johnson (que, en parte, es una historia sobre la conciliación), decía de sí mismo que era un “9 to 5 guy” (un tipo de nueve a cinco), que es una expresión que a algunos les sonará por la canción de Dolly Parton (“Working 9 to 5, what a way to make a living / Barely getting by, it’s all taking and no giving / They just use your mind, and they never give you credit / It’s enough to drive you crazy if you let it”). Él decide no progresar laboralmente para pasar más tiempo con su familia, ¡y eso que su mujer no trabajaba!
En la literatura y el cine del conformismo-inconformismo o la melancolía de las clases medias estadounidenses, donde destacan los cuentos de John Cheever o películas como El Apartamento (1960) o American Beauty (1999), la realidad es que tienen tiempo, claro que lo tienen. Y tienen esa casa que deseamos.
Y es que quizás no solo sea necesario conciliar la vida familiar y laboral -que pasa necesariamente por la humanización del tiempo de trabajo y de descanso-, sino también reconciliarnos con la vida entera, con todas sus rutinas y sus tiempos.