Demócrito de Abdera –en cierto sentido como su contemporáneo Platón– buscó un criterio para precisar y definir el bien para los hombres independiente de los intereses particulares y sociales de la coyuntura histórica, situando así al hombre en un más allá de la sociedad, y fundamentado por una realidad anterior a ésta. En ese sentido el cristianismo tiene algo de democriteo en cuanto que emplaza la verdadera realidad del hombre más allá de este mundo o, al menos, fuera de él. Demócrito vincula la naturaleza del hombre no con la actualidad social sino con la eternidad cósmica. La naturaleza del hombre es cósmica y su comportamiento correcto deviene precisamente de leyes cósmicas.
Pues bien, la presente revolución woke-globalista-ecológica viene con ecos de un democriteísmo ramplón y zafio y, como tal, completamente falso. El objetivo de esta colaboración es analizar el verdadero atomismo político, ajeno a esa chabacana y demencial versión. Las exhortaciones que el atomista da al hombre para que ejerza la prudencia y el autocontrol y alcance la autosuficiencia se basan en una comprensión de la naturaleza atómica del hombre, su naturaleza como hombre, no su identidad social. Demócrito se nos presenta como un buen “kardiognosta”, que sabe muy bien diagnosticar el corazón del hombre, adjetivo que también aparece en los Hechos de los Apóstoles, para calificar a Jesús. Las limitaciones impuestas por el atomismo no son limitaciones sociales, y la capacidad de juicio que exige no está fundamentalmente determinada por la interacción social; la eficacia de la teoría en sí no depende del funcionamiento de la sociedad: apela directamente a la comprensión del individuo de las fuentes de su propio bienestar. El enfoque de Demócrito de la caracterización del orden social marca un alejamiento significativo de la comprensión esencialmente política de la naturaleza y los intereses humanos manifestada por Protágoras, Tucídides y Pericles. La visión atomista supone que los fines del hombre están especificados antes de su participación en la sociedad. Esto tiene un cierto parecido a la antropología de Hume y, en general, a la ilustración. A diferencia de los teóricos políticos atomistas o contractualistas modernos, Demócrito no está ofreciendo una teoría centrada en la noción de derechos. Los derechos con que los pensadores woke pretenden alcanzar la definición de lo humano no constituyen el fundamento del hombre para Demócrito, y menos representan la verdadera teoría atomista. Aunque se puede demostrar que el teórico de los derechos está haciendo suposiciones implícitas sobre aquellas cualidades en los seres humanos que los hacen dignos de respeto, representa una teoría fundada aparentemente en la atribución de derechos a todos los seres humanos simplemente por ser humanos, cuando, en realidad los derechos son más hijos de la coyuntura histórica que de la propia naturaleza humana. Demócrito articula explícitamente una concepción de una vida propiamente humana, así como las cualidades y el carácter requeridos para el cumplimiento del potencial humano. Para Demócrito la capacidad distintiva del hombre de elegir cómo vivir constituye un exigente criterio de libertad, que obliga a que los hombres promuevan activamente su propia autonomía mediante la comprensión y la crítica de sí mismos y de su condición. Todo hombre, por lo tanto, tiene motivos para desarrollar ciertas cualidades que, de otro modo, permanecerían latentes. Pero Demócrito no se preocupa por afirmar que estas cualidades solo puedan desarrollarse dentro de un tipo particular de sociedad, que la capacidad de autonomía sea en sí misma un producto de la toma de decisiones y la responsabilidad políticas, o que debamos promover el desarrollo de las cualidades típicamente humanas tanto en los demás como en nosotros mismos. Puede que sea deseable que lo hagamos y organicemos la sociedad en consecuencia, pero, en última instancia, las exigencias que se nos imponen como seres sociales son condicionales y deben evaluarse en función de nuestra responsabilidad incondicional de promover nuestro propio bienestar.
Según Demócrito, aunque el bienestar del hombre se ve fortificado por la existencia de una sociedad ordenada, no se constituye por ella; la razón del hombre para acatar las leyes de la sociedad construida por el hombre no es, como podría argumentar un teórico moderno, que haya acordado hacerlo, o que se le obligue a hacerlo, o incluso que tenga una razón instrumental para hacerlo, sino que el bienestar físico y psicológico del hombre en su condición de hombre individual que vive entre los hombres se basa precisamente en aquellas características de comportamiento que promueven el orden político. Si para Protágoras es la existencia de la sociedad la que hace posible el bienestar del hombre, para Demócrito es el poder del alma. El objetivo de ocupar un cargo, según Demócrito, es gestionar los asuntos de la ciudad con competencia, no ganarse una reputación ilustre. Los hombres, observa, “recuerdan más las faltas de uno que sus logros. Esto es justo; pues así como los que devuelven un depósito no merecen alabanza; mientras que los que no lo hacen merecen culpa y castigo, así sucede con el gobernante: fue elegido no para hacer las cosas mal, sino bien” (fragmento 265 de los extractos de Estobeo). Para el abderita la situación mejor del ciudadano es la de controlar el poder sin inmiscuirse en él; una especie de participación indirecta. Su experiencia de la política le hace aconsejar a sus seguidores no estar muy metidos en ella.
«Para los hombres de bien no es ventajoso que descuiden sus propios asuntos para hacer otras cosas; porque sus asuntos privados sufren. Pero si un hombre se desentiende de los asuntos públicos (es decir, no participa en la vida política) adquiere mala reputación, aunque no haya robado nada ni hecho nada injusto. Y si no es negligente (es decir, participa) y obra mal, corre el peligro no sólo de que se hable mal de él, sino también de sufrir algún daño. Cometer errores es inevitable, pero no es fácil para los hombres perdonar»(fragmento 253). Por otro lado, el bienestar personal no depende de la interacción política. El tipo de libertad y voluntarismo previsto por el gran padre del atomismo puede unir a los hombres más estrechamente que los lazos políticos, porque están unidos como hombres, no como ciudadanos.
«La pobreza en una democracia», declara Demócrito, «es tan preferible a la llamada prosperidad (eudaimoníê) en una oligarquía (dynasteía) como la libertad a la esclavitud» (B 251). El bienestar no es una función del estatus social o de los recursos materiales; la libertad característica de la democracia hace posible la búsqueda y el logro de la prosperidad genuina. Según Plutarco, Demócrito culpaba al alma de toda infelicidad o desgracia y utilizaba una metáfora política para ilustrar su punto de vista: «Si el cuerpo presentara una demanda contra el alma en relación con el dolor y los malos tratos que había sufrido a lo largo de la vida, y él mismo, Demócrito, fuera el juez de la acusación, condenaría gustoso al alma alegando que destruyó el cuerpo por negligencia y… lo estropeó y lo desgarró por amor al placer (B 159)». El uso por Demócrito de una metáfora política para analizar la relación entre el cuerpo, el alma y el bienestar humano revela a la vez su compromiso con un sistema político que respete la autonomía humana y responda por el cumplimiento de los intereses humanos, y su enfoque fundamentalmente apolítico de la comprensión de estos fines.
La extrapolación de la visión democritea del yo a las relaciones políticas sugeriría que es el gobierno de una élite sin escrúpulos, hombres con mentes mal formadas, lo que constituye la esclavitud, mientras que la interacción del cuerpo del pueblo con aquellos hombres que a través del esfuerzo, no de los dones de la fortuna, están bien ordenados, constituye la libertad y el orden. El cuerpo, afirma, tiene requisitos simples, fácilmente satisfechos sin angustia ni dificultad (B 223). No es el cuerpo sino la mente mal formada la que desea incesante e imprudentemente, haciendo la vida difícil y eventualmente arruinando la salud de toda la configuración, el yo. Demócrito ataca con frecuencia a aquellos que buscan riqueza y todos sus locos deseos no restringidos por falta de una comprensión educada (B 185); están esclavizados por estos deseos, que los llevan a la injusticia (B 5) y que, dice, son mucho más onerosos que la peor pobreza. En un mundo sin orden trascendente, los determinantes de la condición del hombre, para bien o para mal, residen en el interior del hombre. Las cualidades características del hombre, su imaginación, sus recursos personales, su capacidad de reflexión, constituyen el peligro, pero también el remedio.
Demócrito representa la capacidad del hombre para elaborar sus necesidades y deseos y modelar el mundo para satisfacerlos como su excelencia característica, un rasgo constitutivo de la potencia del alma. Sin embargo, el mundo que el hombre crea y que hace posible tanto la gloria como la seguridad (véanse los fragmentos 252 y 157 de la colección estobea) también aumenta la exposición del hombre a la fortuna (tychê) y su correspondiente vulnerabilidad a la pasión (orgê). Así, el poder del alma debe dirigirse al mantenimiento de un estricto autocontrol interno y a la moderación en las relaciones con otros miembros de la pólis para preservar el bienestar del yo y la integridad del mundo que ha creado. La apelación de Demócrito a una norma objetiva estable fuera de la sociedad, pero compatible con la autonomía individual (de hecho, una confirmación de ésta), es un intento de vincular el orden social a un criterio del bien común aplicable a cada individuo como hombre, sean cuales sean sus circunstancias: ser un buen hombre, es decir, realizar los propios intereses reales y desarrollar el propio potencial, es suficiente para ser un buen ciudadano. Y ser un buen hombre está motivado simplemente por llegar a comprender la naturaleza del cosmos y el lugar que uno ocupa en él. Los mejores hombres se mueven por fines fuera y más allá de la sociedad. No se realizan políticamente; están atados por fuerzas más vinculantes que las que se considera que animan a los hombres dentro de la sociedad política. Debemos, finalmente, combatir el hecho de que todo lo que el hombre haga o padezca esté necesariamente programado por la sociedad a la cual pertenece, desiderátum del globalismo woke.
(Ilustración: Demócrito, por José de Ribera)