En la acera de los impares de la calle Alcalá de Madrid, entre Cibeles y la Puerta de Alcalá, hay dos establecimientos de los que nos arrepentiremos toda la vida de su transformación: el Café Lion y la Cervecería Correos. El primero era un lugar espacioso, oscuro y tenebrista, de gusto moderno y que llegó a ocupar dos locales comunicados entre sí, que se correspondían con el 57 y el 59. En los sótanos de este último existía un elegante salón alemán, muy novedoso en su época, conocido como «Zum Lustigen Walfisch», La Ballena Alegre. Durante los años previos a la Guerra Civil el Lion –nunca llevó acento–, acogió diversas tertulias literarias y políticas tan variadas que hoy serían de todo punto impensables. Allí, José Bergamín gestó su revista Cruz y Raya y José Antonio Primo de Rivera y su corte literaria escribió el Cara al Sol. Es posible que Miguel Hernández o Federico García Lorca se cruzaran más de una vez con el fundador de la Falange. O que los tres se quedaran estupefactos si hubieran visto a Ramón María del Valle Inclán, otro de los asiduos.
Pegada a la anterior, la Cervecería Correos ocupaba el número 55 y era el lugar de reunión de la camarilla lorquiana de la Residencia de Estudiantes. También sitio de encuentro del poeta granadino con escritores hispanoamericanos como Alejo Carpentier o Pablo Neruda. Cerrada a finales de la década de 1980, fue recuperada temporalmente como cervecería «de culto» en noviembre de 1994. Aunque, ya en el inicio del siglo XX el local cambió de nombre y negocio. Ahora se llama Cervecería Bareto y no tiene nada que ver con sus orígenes. Tampoco el James Joyce, el bar de estilo inglés, como sugiere la Academia que fija y da esplendor, para evitar decir pub, aunque en este caso sería irlandés. El histórico Lion ha sido sustituido por ese mamarracho de franquicia, de los muchos que pueblan España, donde mezclan antigüedades con reproducciones e intentan asemejarse a los bares en el que los irlandeses liban whisky y pintas de cerveza negra con sabor a regaliz mientras sus mujeres pintan cruces en las fichas del bingo.
Fue en la Cervecería Correos cuando en 1984 un grupo de unos quince o veinte jóvenes, casi todos provenientes del mundo azul, nos reunimos con Fernando Sánchez Dragó para que capitaneara como presidente un movimiento en contra de la entrada de España en la Unión Europea. Todos estábamos muy preocupados por las condiciones de cesión de independencia económica y la pérdida de soberanía al entrar en este organismo supranacional dirigido por unos burócratas en Bruselas que poco o nada sabían de la idiosincrasia propia de España y Portugal. Además, creíamos que seríamos más importantes como cabeza de ratón en nuestro papel de puente entre Europa e Iberoamérica, que como cola de león en el club de los 12, que eran los miembros en aquel entonces.
Allí se discutió y mucho hasta crear una asociación que quedó constituida precisamente el 1 de enero de 1986, cuando nos integramos de pleno derecho tras el Tratado de Adhesión el 12 de junio del año anterior. Se elaboró un manifiesto, que no he podido encontrar entre mis papeles ni por san Google, donde básicamente se decía que este acto tan trascendente para España requería de un referéndum previo, como luego se hizo en marzo de 1986 para permanecer en la OTAN. Todos coincidimos en que nuestra Agrupación Ibérica –fue el nombre que ganó por mayoría para incluir a los portugueses–, tenía que llevar a Miguel de Unamuno como estandarte. De todos es conocida la postura del intelectual vasco, que consideraba que el objetivo de España era desempeñar en el contexto occidental del momento un despertar al resto de naciones a una vida espiritual. La que él veía amenazada por una corriente central de pensamiento que se abandonaba únicamente a las seguridades del materialismo y el cientificismo.
Lo que sí he hallado es la cartilla de ahorro con el dinero que conseguimos reunir para nuestro propósito: 1.000 pesetas, el equivalente a seis euros. Está a mi nombre y se abrió en una oficina de la Caja Postal, hoy Correos, en la Plaza de los Sagrados Corazones de Madrid el 4 de enero de 1985, hace ya 40 años. No tiene ningún movimiento y se necesitaba la firma conjunta de tres personas para sacar dinero. Estas eran las de Joaquín Bernadó, secretario del grupo anti UE, hijo del torero del mismo nombre y de la famosa bailaora María Albaicín, escritor heterodoxo, flamencólogo, crítico durante mucho tiempo en ABC y luego en El País, casado con Salomé Pavón, nieta de Manolo Caracol; Javier Onrubia, fundador del grupo literario Poesía que Promete y servidor. Luego, con la asociación ya legalizada se cambió la titularidad a nombre de esta y le dimos un «impulso» económico: 200 pesetas más. Fernando Sánchez Dragó propuso que ese dinero había que gastarlo en imprimir caretas de Unamuno con el nombre de nuestra agrupación y repartirlas a la entrada de una corrida de toros en la Plaza de las Ventas para que se usaran a modo de parasol. Su misión era llamar la atención de los medios cuando salieran fotos de gente con el rostro del escritor y filósofo bilbaíno. Nunca se hizo. Tampoco se cumplieron los objetivos de «agitar» la conciencia de los españoles a través de debates, coloquios y recogida de firmas por las calles.
El manifiesto lo firmaron intelectuales, escritores y artistas entre los que destacaban Rafael García Serrano, Alfonso López Gradolí, María Dolores Pradera, Eduardo Adsuara, Felipe Mellizo, Fernando Arrabal, Alberto Boadella, Arturo López Campillo, Julio Cerón, Rafael Ibáñez Hernández, Rafael Borrás, Antonio D. Olano y María Albaicín.
La cultura de la cancelación no es un invento de nuestros días. Mandamos comunicados a todos los periódicos y el silencio fue absoluto. Ejercer de garbanzo negro en una época donde el puchero general que se cocinaba era que la entrada en la Unión Europea sería el remedio de todos nuestros males fue bastante complicado, por no decir completamente inútil. El único que después de insistir e insistir nos hizo algo de caso fue El Alcázar, dirigido por Antonio Izquierdo; el apellido tenía su aquel. Seguramente fue por intermediación de Rafael García Serrano, firmante del manifiesto y uno de sus mejores columnistas, por no decir el mejor. El artículo salió publicado el 23 de marzo de 1986 y lo firmaba E. Cascos.
El autor de Gárgoris y Habidis exponía en el diario irredento que presentaríamos un recurso de inconstitucionalidad por la forma en que se firmó el tratado, «sin haber consultado previamente al conjunto de la población». También se recogía parte del manifiesto «programático»: «El objetivo es la unión en una tarea común de cuantos, procedentes de cualquier ideología o militancia política, comparten el convencimiento de que el ingreso de España y Portugal en la CEE es un error histórico y se comprometen a iniciar el camino de su rectificación».
Sánchez Dragó destacaba que la iniciativa de promover esta agrupación nació de forma casi espontánea: «Yo manifesté a primeros de año mis opiniones en contra de esta integración, y sin esperarlo comencé a recibir llamadas de personas de España y Portugal que se mostraban de acuerdo con mis planteamientos y que se ofrecían a colaborar de forma activa para que la Península Ibérica saliera de la CEE. El escritor observaba que «hemos sido precisamente los españoles los que hemos creado Europa desde los tiempos de los Reyes Católicos y por eso no teníamos que haber perdido nuestra dignidad suplicando reiteradamente nuestra entrada en algo de lo que nosotros somos los verdaderos fundadores». El presidente no se andaba con chiquitas y dejaba constancia de que «somos un país mestizo, un pueblo síntesis de numerosas culturas, es por eso que no debemos encerrarnos entre cuatro paredes».
Cláusulas leoninas
Dragó fue un adelantado a su tiempo, un visionario. Cuarenta años antes de que el reino alauita haya superado a España en la exportación de tomates a Europa o que sus productos hortofrutícolas perjudiquen a nuestros pequeños y medianos agricultores porque no se les exige la misma seguridad fitosanitaria, ni las mismas condiciones laborales a sus trabajadores, predijo que las cláusulas de adhesión eran «leoninas». «Resulta que los productos marroquíes tienen preferencia sobre los españoles durante cuatro años, y después estaremos al mismo nivel, sin que haya ventajas para España por haber entrado en la Comunidad Europea. También hemos perdido el mercado del sureste asiático«, añadió el autor de más de 40 libros entre novelas y ensayos; y puso como referente que él tenía «mucha relación con personas influyentes de aquellos países y sé que habían pensado en la Península Ibérica como plataforma para introducir sus productos, hecho que hubiera tenido innumerables ventajas para nosotros. Ahora han desistido de la idea», concluía.
La hemeroteca deja también constancia de cuál era su opinión en el plano político: «Es evidente la pérdida de nuestra soberanía nacional cuando existe un Parlamento Europeo que puede derogar leyes creadas en nuestras cámaras legislativas y nos obliga a adoptar las que allí se hacen. Un claro ejemplo de que vamos contra corriente es que por este tema se ha suscitado un referéndum hace pocos días en Dinamarca y las tesis favorables a la Comunidad, defendidas por el Gobierno, han ganado por los pelos». Lo que nunca pudo imaginar, como ha puesto de manifiesto el vicepresidente norteamericano Vance en el discurso histórico en Múnich ante la élite europea, es que también podría anular elecciones, como lo ocurrido recientemente en Rumanía.
Por último, Sánchez Dragó, manifestaba que «tenemos muy presente que nos han sometido a una comida de coco, y que cada vez que los europeos han metido baza en nuestras cosas, desde la época que los romanos invadieron la Península, se han producido numerosos problemas y guerras que ahora pueden volver a hacerse realidad». Esperemos que en esto no acierte, aunque el papel de la UE en Ucrania sea tan discutido y discutible.
Que la insignificante agrupación era una chinita en el zapato del exultante y omnímodo Gobierno de Felipe González, lo demuestra el testimonio de Joaquín Bernadó: «Hace unos días intentamos dar una conferencia en el salón de actos de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, por lo que pedimos los oportunos permisos a las autoridades universitarias. Sin embargo, de una manera misteriosa, se convocó a la misma hora y el mismo lugar un acto del Partido Socialista, por lo que en el último momento nos negaron la autorización. Menos mal –señalaba Bernadó–, que los estudiantes se dieron cuenta de la encerrona y se pusieron de nuestra parte. Los del PSOE tuvieron que irse de allí y meterse en un aula entre las broncas de los alumnos». ¿Les suena el método del boicot a todo lo que no sea su pensamiento político?
El autor de Cuando los dioses nacían en Extremadura, Eugenio o proclamación de la primavera y Diccionario para un macuto, Rafael García Serrano, firmante también del manifiesto, era más pesimista. «Será muy difícil salir de la CEE, pero al menos que conste nuestra protesta. Europa nos quiere como clientes más que como competidores y van a arruinar nuestra industria y nuestra agricultura, por lo que me parece estúpido que hayamos entrado», exponía, para finalizar en coincidencia con Sánchez Dragó, que «nosotros no tenemos nada que agradecer a Europa, porque España ha hecho mucho más por la unidad europea que lo que dicen que han hecho por nosotros los otros países del Mercado Común».
Europa en revisión
Gracias a la hemeroteca y a mi manía de guardarlo todo se ha podido rescatar estas curiosidades, justo en un tiempo en el que el concepto de Unión Europea está en revisión. De la Europa de las «razas» y las regiones, propia del pensamiento hitleriano y del nacionalismo independentista y excluyente (qué casualidad); pasando por el de una socialdemocracia light que incluye también a los populares, para primar los intereses económicos frente a los inmateriales, un nuevo pensamiento –para muchos un «peligroso fantasma»–, recorre este viejo Continente: la de las patrias. La originalidad de este movimiento es que hay que volver a los orígenes, a las bases que fundamentaron este conglomerado de países: la democracia plena, el respeto a las naciones en su integridad y el humanismo cristiano. La imagen de una Europa con líderes sin predicamento, divididos, sin un sentido unitario del bien común, con Gran Bretaña fuera por arte de birlibirloque, una inmigración masiva y más preocupados porque el tapón y la botellita de plástico estén unidos para no dañar el medio ambiente que por la precariedad laboral de nuestros jóvenes, ha hecho que el escepticismo y la apatía imperen.
De todo lo que ocurrió en esos años 80 recuerdo aún a los camareros de Correos con la misma edad que tengo yo ahora, próxima a la jubilación, con algún botón de menos o colgando en esas chaquetas blancas no tan impolutas como requería el prototipo de local modelo de cervecería sevillana de postín. Al fondo de ese semisótano, unas mesas de mármol blanco donde chocaban las jarras blancas de cerámica llenas de esa refrescante bebida alcohólica, aún no había las 0,0 ni otras zarandajas. Ahora paso por el local y se me revuelve el estómago.
Pero no todo se ha perdido. Esa juventud idealista, comprometida e ingenua que pedíamos lo imposible no ha muerto. Ha sido sustituida por otra más audaz con las nuevas redes sociales, que son capaces de organizarse mejor y promover la propaganda. Pienso en los chavales de La Revuelta y el papel que hicieron en la dana de Valencia, ese punto de inflexión donde muchos españoles vieron la inutilidad de las carísimas autonomías e incluso del Estado, ante catástrofes de gran magnitud. También en los de S’ha acabat!, capaces de plantar cara al nacionalismo catalán y en defensa de la democracia y las libertades. O en las cientos de pequeñas asociaciones a las que les une su amor y defensa de su patria que la aman tanto porque no les gusta.
Todavía existen los murales de La Ballena Alegre, hechos por el pintor figurativo Hipólito Hidalgo de Caviedes Gómez (1902-1994), que también realizaría trabajos para el Bar Chicote, La Residencia de Señoritas de la Junta de Ampliación de Estudios (hoy Fundación Ortega y Gasset), el Bar Capitol y Telefónica. Aunque la normativa de incendios del Ayuntamiento de Madrid impide hoy su utilización y ahora se usa como almacén de bebidas y utensilios del pub James Joyce, se restauraron y aún se conservan. Ni tampoco han desaparecido los más de siete euros que juntamos. Habrán pasado al cabo de los 20 años sin ningún apunte a formar parte del patrimonio de esa medio oficina postal medio banco que hoy es Correos; y servido como gotita de agua en el océano para pagar esas nóminas tan astronómicas como inútiles de sus directores generales.
Confieso que nos divertimos mucho.