Dos de las características de los regímenes oligárquicos es la sucesión de dinastías en el gobierno y el bloqueo por parte de éstas al acceso de nuevos personajes, con la excusa de que se trata de desclasados (“¡qué asco!”) o de populistas (“¡qué peligro!”). No sólo sucede en las monarquías absolutistas retratadas por libros de texto, novelas y películas, sino en las prestigiadas repúblicas que se pretenden asociar con la libertad y el capitalismo, como Atenas, Venecia, Génova y Estados Unidos. En definitiva, en las repúblicas de mercaderes.
Por fin, los ricos que controlan el Partido Demócrata han conseguido convencer a Joe Biden para que no se presente a la reelección, aunque, a la vez, aseguran que es uno de los mejores presidentes que ha tenido su país. En su lugar, han colocado a Kamala Harris. Ésta ha anunciado ya el nombre de su compañero de candidatura. Siguiendo las fórmulas de equilibro habituales en el ticket presidencial, a la mujer californiana y de color oscuro (aunque no afroamericana) le acompaña un varón blanco de un estado poco poblado del Medio Oeste; pero ambos, intensamente izquierdistas.
De esta manera, ya conocemos completas las dos candidaturas que importan para las elecciones del 5 de noviembre y con ellas vemos que Donald Trump, que invitó al senador J. D. Vance, un miembro de la cesta de deplorables, prosigue su revolución con la ruptura de la regla tácita de la política de su país respecto a la sucesión de dinastías en la Casa Blanca.
En todas las elecciones presidenciales comprendidas entre la de 1976 y la de 2020, en las candidaturas republicana y demócrata aparecía uno de estos apellidos: Bush (¡seis veces!) y Dole (dos veces) en el ticket rojo; y Clinton (tres veces) y Biden (tres veces) en el ticket azul. Los Bush, padre e hijo; los Clinton, marido y esposa.
Al ampliar el rastreo de nombres hasta 1900, la repetición de apellidos dejará asombrados a muchos. El de Roosevelt se halla ocho veces en otras tantas elecciones, representado por dos primos. Theodore Roosevelt fue candidato a vicepresidente republicano en 1900, candidato a presidente por el mismo partido en 1904 y candidato por el Partido Progresista en 1912. Franklin Roosevelt participó como candidato a vicepresidente en las elecciones de 1920 y luego a la presidencia en 1932. Se presentó a la reelección en 1936, 1940 y 1944. Después de su reinado de doce años, el Congreso y los estados introdujeron la Enmienda Vigésimo Segunda a la Constitución, que limita la reelección a un mandato.
El siguiente apellido es Bush. Los votantes lo encontraron seis veces. El padre, George Herbert Walker Bush, embajador de su país en las Naciones Unidas, presidente del partido republicano y director de la CIA, acompañó a Ronald Reagan en las elecciones de 1980 y 1984; luego, en 1988, como candidato a presidente, y, por último, a la reelección en 1992, que perdió. Su primogénito, George Walker, fue candidato victorioso en 2000 y 2004. Se trata del segundo caso de presidente hijo de otro presidente. John Adams desempeñó la presidencia a continuación de George Washington, de 1797 a 1801, y John Quincy Adams lo hizo entre 1825 y 1829.
El republicano Richard Nixon estuvo cinco veces en las papeletas, igual número que Franklin Roosevelt, pero con mucha menos fortuna. En 1952 y 1956 acompañó al general Dwight Eisenhower en el puesto de vicepresidente. En 1960, ya como candidato a presidente, perdió ante John Kennedy. En 1968 volvió a intentarlo y lo logró por muy poco; y en 1972 obtuvo una enorme victoria, que abortó su dimisión en 1974.
Bill Clinton se presentó dos veces a la presidencia, en 1992 y 1996. Su esposa, Hillary, primero peleó por la nominación del partido demócrata en 2008, pero le venció Barack Obama. Con el respaldo de éste y de su marido, se presentó en 2016 y, de nuevo, cayó derrotada, esta vez por el republicano Trump. El apellido Clinton se repite tres veces.
Por último, Joe Biden, que ingresó en el Senado federal en 1973 y se mantuvo en él hasta 2009, acompañó a Obama como vice en 2008 y 2012. Luego encabezó la candidatura presidencial en 2020. Y el deseo suyo, de su familia y de casi 15 millones de ciudadanos expresado en las primarias demócratas de acudir a la reelección este año, lo frustraron los plutócratas financiadores de su partido cuando se dieron cuenta de su senilidad, después de verle confuso en el debate contra Trump celebrado el 27 de junio.
El ya citado Trump, aparece en las papeletas tres veces: 2016, 2020 y 2024.
Los candidatos de apellido patricio, como Roosevelt y Bush, y del establishment como Biden, Clinton y Nixon (contaron con el respaldo de los financiadores y burócratas de su partido, a diferencia de Trump) aparecen en 24 de las 32 elecciones presidenciales celebradas entre 1900 y 2024. ¡En tres de cada cuatro! Las excepciones fueron las de 1908, 1916, 1924, 1928, 1948, 1964, 1976 y 2024.
¿Estamos ante unas elecciones en una república o ante los árboles genealógicos de los Austrias y los Borbones del siglo XVII?
En los puestos de gobernador estatal y de senador la sucesión de padres e hijos y de cónyuges que se alternan es copiosa. Junto al caso de la familia Roosevelt, encontramos a la Kennedy.
Quizás los Kennedy se habrían convertido dentro del partido demócrata en los nuevos Roosevelt de la segunda mitad del siglo XX, pero los asesinatos de dos de los hermanos, John y Robert, y el homicidio culposo cometido por Edward (la muerte de la joven Mary Jo Kopechne en Chappaquiddick), lo impidieron.
La elección del presidente de Estados Unidos por parte de los ciudadanos estaba (y está) sin duda muy limitada. Para situarse en la carrera final por el despacho más importante del mundo, no sólo se necesita muchísimo dinero, sino, también, un apellido respetable. Por eso, Ronald Reagan, Donald Trump y hasta Bill Clinton al principio representaron una esperanzadora novedad al venir de fuera del pantano (swamp) de Washington. Sin embargo, el demócrata de Arkansas, un gobernador sureño sacado de una caricatura neoyorquina, con sus amantes, sus chanchullos y su esposa ciega a las infidelidades, pronto aceptó ingresar en el exclusivo club de las familias que importan.
Esta tendencia a entronizar dinastías en la primera y más antigua democracia republicana del mundo revela dos realidades disimuladas. La primera, que la concepción monárquica está indisolublemente unida al gobierno verdadero de las sociedades. Y la segunda, que la aparición descarada de tantas dinastías permiten pensar que los lazos familiares y oligárquicos detrás de la cortina del salón del trono (aquí llamado Despacho Oval), en el Deep State, deben de ser mucho más sólidos, poderosos y longevos que en el escenario de la farsa pública.