Edad de voto y mayoría de edad

En el Reino Unido, el gobernante Partido Laborista ha anunciado que los adolescentes de 16 y 17 años pronto podrán votar

Un día cuando estudiaba Periodismo en la Complutense, a mediados de los 1990, la profesora de Derecho se levantó y preguntó a la clase quién sabía cuál es la edad de mayoría legal en España. Como siempre ocurre en estos casos, hubo quien se levantó a responder lo obvio (“¡dieciocho años!”), pero la profesora sacudió la cabeza y respondió:

“La mayoría legal en España se alcanza a los 30 años, que es la edad a la que te permiten adoptar a niños. Ése es el último derecho que te concede la ley, y no te lo concede hasta los 30 años”.

El momento se me quedó grabado en la mente porque ya entonces había oído de las propuestas que salían de la izquierda más marginal y radical para rebajar la edad de voto a 16 años en España, porque bla, bla, bla; en realidad, como todo el mundo sabía, para aumentar sus votos a sabiendas de que, entonces, aunque no tanto ahora, el porcentaje de voto que gana la izquierda entre los jóvenes es mayor que el que gana entre la gente que tiene experiencia con impuestos, hipotecas, y la izquierda en general.

Es inevitable que las peticiones para que se baje la edad de voto vuelven a la primera línea política, y es muy posible que consigan amplio apoyo. Casi todas las vacas sagradas de la izquierda actual, desde el aborto libre y gratuito hasta el transexualismo, eran originalmente propuestas marginales a las que la gente normal no hacía caso, y han acabado convirtiéndose en mantras inevitables y tabúes impasables.

De hecho, en el Reino Unido, el gobernante Partido Laborista ha anunciado que los adolescentes de 16 y 17 años pronto podrán votar, como ya hacen en Austria; en Alemania la edad para votar en las elecciones europeas (que nadie toma en serio, eso es verdad) se redujo el año pasado. Varios otros países han instituido cambios similares.

Este debate es bastante grotesco, primero por los motivos obvios: en muchos países no es solo el derecho a votar lo que se consigue a los dieciocho años, sino muchos como el derecho a conducir, casarse, hacerse una cirugía plástica, formar parte de en un jurado popular, unirse al ejército, etc.

Es importante recordar que el derecho al voto, a lo largo de la historia, ha estado unido al servicio militar. En Grecia y Roma y entre los pueblos celtas, eslavos, germánicos e incluso bereberes, las asambleas populares eran asambleas de guerreros en las que solo participaban aquéllos que habían luchado o que podían ser llamados a luchar, aunque no hubiesen luchado necesariamente. Si se consideraba que eras demasiado joven para luchar, se consideraba que eras demasiado joven para decidir.

La gente con bastante edad y memoria puede recordar los argumentos que se daban en los años 1970 cuando no se permitió el voto de menores de 21 años (la mayoría de edad de la época franquista) en los referenda que llevaron a la creación del estado de la Constitución de 1978. Como repetía la izquierda, y siguió repitiendo años después, no tenía sentido que alguien fuera lo bastante mayor a los dieciocho para ir a la guerra (estaban pensando en la de Vietnam, entonces en las noticias, en la que España no participó) y no para votar.

Ese argumento tiene su valor, y merece la pena retomarlo en 2025. En España no hay servicio militar, así que nadie de 18 años va a ir a la guerra. Y no me vengan con hipotéticos y condicionales, porque en Europa tenemos ahora mismo un ejemplo obvio en Ucrania, país en el que se obliga a todos los hombres (¿y por qué no a las mujeres? ¿Dónde está el feminismo ahí, Europa?) que no puedan alegar algo en contra a unirse al ejército. Y la edad mínima de reclutamiento forzoso es 25 años, no dieciocho.

Esa edad de 25 años tiene su curiosidad. Desde que mi profesora de Derecho nos dejó a todos de piedra con su explicación sobre la auténtica mayoría de edad, la que se alcanza cuando el estado piensa que estás en condiciones de responsabilizarte de un menor que no es tuyo, esa edad mínima de adopción ha sido rebajada en España, y ahora es ésta justamente: 25 años. Ahora mismo ésa es la edad, y ya no 30, en la que se permite la adopción.

Pienso que ésa es también la edad a la que debería recibirse la facultad de votar. Cualquiera que tenga hijos o sea joven o tenga contacto con la juventud actual sabe el nivel de preparación para tomar decisiones transcendentales (como lo son votar en un referéndum, o decidir quién va a gobernar un país) que tienen ahora mismo los chavales y chavalas de 18 años. Yo, personalmente, recuerdo sentirme no muy preparado para tomar mi primera decisión de voto a aquella edad, y aún así ser consciente de estar 10 veces más preparado que la media de mis conocidos coetáneos.

Hay que acabar con la ficción de que los chavales tienen que poder votar a los 18 porque si pueden luchar pueden votar. No. Tenemos un ejército profesional para las malas, que son muchas, pero también para las buenas, como ésta. Cuando la izquierda venga con “vamos a bajar la edad de votar a 16” la respuesta no ha de ser el típico quejido del PP: no, ha de ser un firme “vamos a subir la edad de votar a 25”. Que aprendan de una maldita vez.

La cuerda tiene que empezar a tirar desde el otro lado en algún momento. Y este tipo de cambio no implica cambiar la constitución, que fija en su artículo 12 que “los españoles son mayores de edad a los dieciocho años”. Como ya he explicado, hay muchos derechos que no se adquieren a los dieciocho (los hay que se reciben antes, y otros después), con lo que es perfectamente factible establecer una limitación de voto diferente, que es precisamente lo que argumentará la izquierda para bajar la edad de voto a los 16 años.

Al mismo tiempo, este cambio, en sí revolucionario, puede abrir la puerta a muchos otros que van a ser precisos para salvar el actual régimen constitucional, o siquiera evitar su colapso a corto plazo. Estoy pensando por ejemplo en el Voto Demeny, que daría el derecho a votar en nombre de los menores a sus progenitores, lo que sería un avance inmenso en la promoción y protección de las familias españolas. Todo puede llegar, pero hay que avanzar en la dirección correcta.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

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