Este título es, evidentemente, provocador. Pero hemos de contextualizar el sentido del mismo para que el lector entienda qué queremos decir.
A día de hoy, año 2023, la distinción clásica entre izquierdas y derechas ha perdido su funcionalidad histórica. Ya no sirve para entender el mundo real. Como se sabe, dicha distinción surgió con la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, colocando en la asamblea real de 1789, y a la derecha del rey Luis XVI (del presidente de la asamblea que actuaba en su nombre), a los partidarios del veto real a la futura Constitución francesa, siendo estos normalmente alto clero, nobleza y algunos granburgueses. En la parte derecha de la asamblea francesa, además, se solían colocar personalidades con «honor social». Por su parte, a la izquierda del rey se colocaron los contrarios al veto real a la Constitución. A sí mismos se denominaron «patriotas» y eran, básicamente, los componentes del llamado Tercer Estado. La monarquía absoluta francesa era una sociedad estamental, donde el rey era el soberano, y por debajo de él se encontraba el Primer Estado (la nobleza), el Segundo Estado (el alto clero) y el ya mencionado Tercer Estado, una amalgama de burguesía, terratenientes, bajo clero, campesinos, incipiente proletariado, comerciantes, artesanos, etc. Este Tercer Estado, en el juramento del juego de pelota, realizado en la sala de juego de pelota del Palacio de Versalles, en París, juraron mantenerse unidos hasta dotar a Francia de una nueva Constitución sin veto real. Esta decisión fue votada, por unanimidad, por todos los presentes en aquel lugar. De esta manera, el Tercer Estado se autoproclamó la verdadera Nación Francesa, frente a la «falsa» nación francesa, constituida por el alto clero, la nobleza y, más adelante, el rey, que acabó guillotinado y se proclamó la República. Entre 1789 y 1815, incluyendo aquí las Guerras Napoleónicas, la izquierda jacobina, la primera generación de las izquierdas políticamente definidas, desarrolló un proceso revolucionario que afectó, para siempre, al panorama político europeo y, por extensión, casi global.
La Guerra de Independencia de los EEUU no tuvo este componente antiabsolutista ni estableció una distinción clara entre izquierda (Nación Política francesa de ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes, una igualdad jurídica formal y abstracta que, a la larga, no emborronó la explotación y la opresión de clase, como vio Marx y, antes, los socialistas utópicos y los anarquistas, así como Jean François Babeuf, líder de la Liga de los Justos, la primera organización política comunista de la Historia, y en plena Revolución Francesa) y derecha (partidarios del veto real, del absolutismo, de la unión del Trono y del Altar, de mantener el Antiguo Régimen en todo o en parte). Pero sí asumió luego los parámetros políticamente establecidos en Francia de lucha a muerte entre el futuro republicano nacional y patriota y el pasado absolutista y que da privilegios por «sangre» o por la «gracia de Dios». De esta manera, toda la historia posterior de los EEUU fue una lucha a muerte por expandir y universalizar la república y la unión, no sin sangre, no sin guerras cruentas como la de Secesión contra los confederados del sur, y no sin, al igual que en Francia, mantener una igualdad formal abstracta entre los ciudadanos de EEUU, incorporados los negros que antes eran esclavos, mientras estos seguían teniendo una situación de esclavitud económica sumidos en la pobreza, mientras se proletarizaba la inmigración llegada de Europa (Irlanda, Italia, Alemania, etc.) y mientras se exterminaba a los indios y se los reducía a campos de concentración mal llamados «reservas». Francia, a su vez, al tiempo que expandía la Revolución «a golpe de balloneta» en expresión de Marx en su obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte, negaba a los haitianos la condición de ciudadanos y los mantenía en la esclavitud formal. Estos se rebelaron y proclamaron exitosamente su independencia, pero luego establecieron varias tiranías que, además, invadieron varias veces a la República Dominicana, nación con la que Haití comparte territorio en la isla de La Española.
El liberalismo español e hispano, tanto el que defendió la Constitución de Cádiz como el de los llamados «libertadores» (Bolívar, San Martín, O’Higgins, Mitre, Martí, Juárez, etc.), fue la segunda izquierda políticamente definida tras los liberales. También defendieron la Nación Política frente al veto regio. Es decir, defendieron la soberanía nacional frente a la soberanía unipersonal del rey absoluto, aunque no necesariamente fueron republicanos, sino más bien accidentalistas, y en muchos casos conservaron, como residuo histórico del Antiguo Régimen, la confesionalidad del Estado. No obstante, estas posiciones fueron abandonadas con el tiempo, y el liberalismo desarrolló (ya desde sus inicios) distintas corrientes con posiciones cada vez más laicas, algunas asumiendo tradiciones foráneas como las de los whigs anglosajones, y acabando derivando, en algunos casos, en posiciones anarquistas, las cuales, al coordinarse con un incipiente movimiento obrero, vieron en el Estado moderno el problema a resolver mediante su destrucción. No obstante, la crítica a las posiciones jacobinas, liberales y anarquistas no se realizaron solo desde la reacción anticapitalista del Antiguo Régimen (como la crítica del Papa a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789), sino también, y de manera muy fuerte, desde el marxismo. No obstante, la socialdemocracia abandonó el marxismo a mediados del siglo XX y el comunismo soviético cayó derrotado a finales de dicho siglo, aunque siempre criticó la distinción izquierda/derecha por ser burguesa, partiendo de una distinción capitalismo/comunismo. La izquierda asiática, la maoísta que ha evolucionado hasta los planteamientos del presidente chino actual, Xi Jinping, también parte de la distinción capitalismo/comunismo, si bien se sirve de elementos del primero para fortalecer el segundo, aunque esto pueda sonar contradictorio para quien parte de relacionar capitalismo con «derecha» o «libertad económica» y comunismo con «izquierda» e «intervencionismo estatal».
Pero lo que no se suele decir es que, en el proceso histórico del surgimiento de las izquierdas políticamente definidas según el cómputo de Gustavo Bueno presentado en su obra El mito de la izquierda, la derecha también tuvo su evolución, su desarrollo y, sí, su muerte. Porque la derecha ha muerto. Es ya arqueología, al menos en las democracias liberales burguesas más avanzadas. Salvo grupos muy residuales, ya nadie defiende la soberanía regia, el veto del rey al orden constitucional, la unión del trono y el altar, los «derechos divinos» y los privilegios de sangre (salvo el privilegio de secesión, mal llamado «derecho de autodeterminación» que defiende el separatismo), ni el confesionalismo religioso del Estado. Solo el Islam político defiende esas posiciones, siendo lo único que puede definirse puramente como derecha política realmente existente, bien en sus vertientes islamistas (aunque muchos islamismos son republicanos, algo que no casa con el Antiguo Régimen de los países cristianos), salafistas o yijadistas. Aunque hay países donde, todavía, el Estado es confesional. Es el caso del Reino Unido, donde el rey Carlos III es el cabeza de la Iglesia Anglicana, aunque en su nombre actúa el obispo de Canterbury. Para más inri, todavía en el Reino Unido existe una cámara alta, la de los Lores, que no es elegida por sufragio universal, sino a dedo por el rey y el primer ministro, y en la que se encuentran granburgueses ancianos, «personalidades de prestigio académico» y religiosos anglicanos. El Antiguo Régimen británico sigue presente, combiando en la Cámara de los Comunes con una democracia representativa en base a 650 distritos uninominales y con un fuerte Partido Laborista (de origen socialdemócrata) que acepta esas reglas del juego. ¿Puede decirse entonces que el Reino Unido es pleno Antiguo Régimen? No exactamente. Tras la Revolución Gloriosa de 1688, Inglaterra realizó una operación de clase consistente en ennoblecer a la gran burguesía y aburguesar a su nobleza, lo que permitió asentar un dominio de clase que dirigiera los planes y programas capitalistas de Inglaterra en una sólida dirección que dura hasta hoy, y que les permitió orientar la Revolución Industrial y el colonialismo hasta convertirles en el gran Imperio hegemónico de la mayor parte del siglo XIX y de comienzos del XX, hasta ser superados por EEUU y arrinconados por estos, por la Unión Soviética y por los movimientos de descolonización apoyados tanto por estadounidenses como por soviéticos.
La derecha tuvo tres modulaciones históricas. La primera, y obvia, fue la reaccionaria o tradicionalista, que trató de mantener el mundo tal cual era antes de la Revolución Francesa, del auge de jacobinos y liberales y de antes de la Revolución Industrial y de la implantación global del modo de producción capitalista. La segunda fue el liberalismo, que es tanto de izquierdas como de derecha, y que ha acabado combinando elementos de construcción nacional política (de conformación de un mercado estatal para la dominación burguesa capitalista) con un individualismo extremo que ve en el Estado más un problema que una ayuda. Y, por último, la derecha socialista (llamada así por Bueno, que ya Marx llamó «socialismo reaccionario», clerical o pequeño burgués), que trató de hacer la contrarrevolución desde arriba para evitar la revolución desde abajo, implementando un Estado de bienestar combinado con elementos clericales, aristocráticos en sentido moderno y particularistas. Todos estos proyectos fueron encallando poco a poco en la Historia. Como contestación a ellos, y al tiempo contra las izquierdas definidas, fueron surgiendo formas de «derecha no alienada» con el Antiguo Régimen, que rechazaban el proyecto de la derecha pero que reclamaban el particularismo y el irracionalismo, junto con cierta mística y cierta metafísica. Ahí surgen los fascismos y, también, movimientos extravagantes que buscan destruir la nación política para construir Estados con base étnica, lingüística o religiosa. Bajo estos parámetros, sí, ETA sería derecha.
Hoy por hoy, y también derrotado el fascismo en 1945 (siendo hoy residual), la derecha es mayormente extravagante (indigenismos varios, anarcocapitalismos, separatismos étnicos, etc.), y con muchos vasos comunicantes con las izquierdas políticamente indefinidas, la ideología hegemónica en el capitalismo democrático actual. Esta ya no tiene proyectos políticos definidos, sino que busca que el Estado realice, mediante la ley y la subvención, sus agendas particulares (feminismos, animalismos, queer, veganismos, postmodernismos varios, etc.). Tanto la izquierda indefinida como la derecha extravagante convergen en tres cosas: la primacía de un grupo identitario sobre la nación, la primacía del individuo sobre el colectivo, y la visión ahistórica de una opresión secular sobre individuos o grupos por parte de fuerzas políticas cuyas cosmovisiones del mundo deben ser destruidas. Por eso, la derecha indigenista que reivindica la Pachamama converge con la izquierda extravagante de las ONGs y los movimientos sociales. Por eso, el anarcocapitalismo que reivindica al individuo soberano converge con el movimiento queer en la reivindicación de la subjetividad y del yo frente a las determinaciones objetivas de la persona y del ciudadano. Y por eso el racismo de ETA es apoyado por los grupos de izquierda fundamentalista que han asumido la Leyenda Negra antiespañola como explicación de la «opresión» sobre todo lo que no asumiera una identificación (en realidad falsa) entre la idea de España y una supuesta Castilla seminalmente opresora y explotadora.
Pero todo ello se ha desarrollado íntegramente dentro del modo de producción capitalista, y no en el socialismo marxista ni en el comunismo, que allí donde se ha implantado ha roto con las opresiones precapitalistas, pero ha conservado los elementos culturales que dieran solidez a su proyecto revolucionario. Hasta ese punto es así que dos procesos históricos paralelos y parecidos, la Revolución Cultural en China y el Mayo del 68 francés, tuvieron salidas diferentes. La China posterior a Mao condenó la Revolución Cultural y se reencontró con su pasado milenario, pero las democracias liberales han asumido las reivindicaciones del Mayo francés como propias. ¿Por qué? Porque el capitalismo es de izquierdas. Porque la derecha extravagante puede, y lo ha hecho, asumir las reivindicaciones del 68 francés. Porque el capitalismo no se puede sostener si no revoluciona constantemente la relación del hombre con la naturaleza y las relaciones sociales de los hombres entre sí. Porque para generar una subjetividad objetivada en forma de ideología (liberal-progresista), necesita desvanecer lo sólido, lo tradicional, profanar lo sagrado, acabar con el mundo anterior a sí mismo. Por eso, categorías como familia, mujer, hombre, niño, sexo, fe, religión, espiritualidad, nación, patria, clase, trascendentalidad, ciencia, etc., deben ser constantemente puestas en tela de juicio, porque el capital, como valor que se revaloriza a sí mismo a través del trabajo humano en su transformación del entorno natural, debe reproducirse de manera indefinida e ilimitada para seguir existiendo. Y por eso el mayo francés, no solo rompe con la Revolución Francesa, sino también con todo lo anterior que representó Francia. Y por eso, el capitalismo financiero actual es postmoderno, porque debe romper todas las barreras posibles para seguir reproduciéndose ilimitadamente, y someterlo todo a la fría ley del valor que transforma todo en mercancía, o tiene la potencialidad e hacerlo. El capital debe transformarnos a todos en individuos abstractos indiferenciados dentro de la estructura económica capitalista, que Felipe Martínez Marzoa llama Modernidad, para vivir una apariencia de libertad ilimitada, de una subjetividad sin límites, mientras en realidad somos esclavos de dicha estructura. Y aunque parezca increíble, es hoy la izquierda (indefinida) la que mejor cumple la función política de profundizar en dicho proceso.
La izquierda no ha sido más que, en el marco de las democracias liberales, el ala progresista de la clase dominante y de su proyecto modernista, ya postmodernista. La derecha real, la que reivindicaba el mundo anterior al inicio de este proceso (que hunde sus raíces en la Baja Edad Media, aunque esto da para otro artículo), es, era, incompatible con dicho proyecto. Por eso la derecha ha muerto, porque el capitalismo la ha derrotado, la ha asesinado. Y por eso el capitalismo es de izquierdas y, de distintas maneras, y lo entrecomillo, hoy, en el capitalismo liberal, todos somos «de izquierdas».