Hará algo más de dos décadas, en alguna charla que dio poco antes de fallecer, Mario Onaindia sentenció con acre sarcasmo que la novela policíaca era un imposible metafísico en el País Vascoporque allí el crimen se reivindicaba.Incidía así en una idea ya apuntada unos años antespor Rafael Sánchez Ferlosio: «Siel hombre que cada uno de ellos va a matar se les muere de un rayo unos momentos antes, para el soldado será tan valedero, según su propio fin, el efecto de tal rayo como si a su fusil fuese debido, mientras que el terrorista juzgará que el rayo ha desbaratado su propósito y frustrado su fin». El terrorismo es, en definitiva, un crimen publicitado y por tanto carece de sentido llamar así a otra clase de violencia, como la ocurrida en el ámbito intrafamiliar, mediante expresiones absurdas como «terrorismo machista». El terrorista necesita reivindicar su crimen y asociarlo a un ideario; sus manifiestos y proclamas tras una capucha son tan importantes para él como las balas y bombas-lapa. Todo va indefectiblemente unido. De tal manera su discurso, por alucinado e incoherente que nos pueda resultar, ya no podrá ser tomado a broma: la sangre inocente lo reviste de seriedad, pues trivializarlo sería minusvalorar a sus víctimas, y logra obligarnos a los demás a escuchar con atención sus solemnes bobadas. Por ello los actos terroristas requieren, además de condena moral, condena política. El compromiso para no tolerar que con su chantaje logren imponernos su agenda. Ahí empieza el lío.
Si un sistema político no logra el consentimiento de sus gobernados, si estos no perciben que sus intereses son escuchados y que pueden ser canalizados mediante el juego democrático, irremediablemente aumentará la tentación para muchos de recurrir a otras vías. Mucho de ello es lo que hemos podido ver este mes en la desconcertante reacción popular estadounidense al homicidio perpetrado y luego reivindicado —aunque ya no delante del juez, veremos por qué— por Luigi Mangione. Como recordarán, el pasado 4 de diciembre el CEO de la aseguradora UnitedHealthcare recibió tres disparos antes de acudir a una reunión de inversores en Manhattan. En los casquillos de cada bala estaba escrito, respectivamente, «delay», «deny» y «defend» (demorar, negar, defender). Son las tres palabras que titulaban el libro Demorar, Negar, Defender: Por qué las compañías de seguros no pagan reclamaciones y qué puedes hacer al respecto de Jay M. Feinman. Publicado en 2010, cuenta el caso, entre otros muchos, del proceso judicial «Robinson contra State Farm» en Idaho, cuando una mujer sufrió un accidente de tráfico que le supuso un tratamiento médico posterior con un coste de 11.000 dólares, de los que su aseguradora solo se hizo cargo de 1.600. Ella finalmente venció en los tribunales, pero su ejemplo contribuyó a sacar a la luz un procedimiento sistemático en los seguros de salud por los que se retrasa el pago todo lo posible, se niega la cobertura a la que teóricamente se tiene acceso y finalmente las compañías se defienden mediante abogados. Aquellas que mayores porcentajes logran en estos apartados alcanzan más beneficios, así que sus CEOs son, en definitiva, expertos en abandonar a la gente y traicionar su confianza precisamente en su momento de mayor vulnerabilidad. Claramente no gozan de la simpatía del americano medio.
Pues bien, unos días después de haber cometido el atentado, el mencionado Luigi fue detenido portando un manifiesto en el que reivindicaba su acción. Cabe señalar que no estaba bien escrito, pese a haber asistido a centros educativos de élite y ser el mejor alumno de su clase (valedictorian). En apenas 260 palabras exponía su causa y señalaba que «obviamente, el problema es más complejo, pero no tengo espacio y, francamente, no pretendo ser la persona más cualificada para exponer el argumento completo». ¿Cómo puede alguien, tan fanáticamente imbuido en un ideal como para arrebatarle la vida a otra persona y exponerse a la cadena perpetua, ser tan rematadamente indolente? Más allá del problema crónico en la espalda, con dolores incapacitantes asociados, que le llevó a interesarse por la cuestión sanitaria y alteró su personalidad, hay quien ha señalado que en el periodo que permaneció aislado de su familia en Hawái el año pasado experimentó con drogas psicotrópicas que podrían haberle dejado la cabeza desconfigurada. Por entonces leyó también el manifiesto La sociedad industrial y su futuro de Unabomber, al que calificó con 4 estrellas en sus redes sociales.
Convertido en cierto icono contracultural pese a —o tal vez por— haber matado a 3 personas y herido a otras 23, Ted Kaczynski, que así se llamaba aquel azote del mundo moderno, ha dejado toda una estela de seguidores. Si bien la violencia política es tan vieja como la humanidad, el perfil de terrorista solitario que vive inmerso en su burbuja ideológica parece haber proliferado en los últimos tiempos quizá más en Estados Unidos, pero también fuera. El creciente desarraigo y aislamiento del individuo contemporáneo favorece esa alienación, también es probable que el acceso a internet permita fabricarse una identidad virtual en la que sumergirse y recibir retroalimentación. Veamos, por ejemplo, al joven que mató a 20 personas en un centro comercial de Texas en 2019 que dejó un escrito en el que rechazaba la inmigración de hispanos y tomaba como referente al autor de otra masacre, esta vez de 51 musulmanes en Nueva Zelanda, Brenton Tarrant, convertido de inmediato en figura de culto en algunos ámbitos… el cual a su vez en su respectivo manifiesto expresó su admiración por Breivik, el terrorista que asesinó a 77 personas en Noruega, no sin antes escribir un manifiesto de más de 1.500 páginas justificándose.
En otra línea se encontraba la autora de la matanza en marzo del año pasado en un colegio presbiteriano de Nashville, en cuyo escrito reivindicaba su condición transexual, su repudio del cristianismo y su deseo de aniquilar a unos niños que calificaba como «banda de pequeños maricones con sus privilegios blancos». A mediados de este mismo mes nos encontrábamos con la noticia de otro tiroteo en un colegio, ahora en Wisconsin, cuya autora, una chica de 15 años identificada como transgénero, habría publicado un texto en redes sociales cuya autoría no está confirmada sobre la necesidad de exterminar a todos los hombres para combatir un patriarcado que ha lavado el cerebro de las mujeres.
Ahora bien, respecto al conjunto de casos de los que lo anterior es una escueta selección, hay algo radicalmente distinto en lo que respecta a Luigi Mangione: la masiva reacción de apoyo que ha suscitado, ya no recluida a grupos marginales sino generalizada. El mismo Trump tuvo que expresar públicamente su rechazo a esa reacción popular que lo ha elevado a «santo patrón de la sanidad universal». Comparado en memes con Batman y con Joker, las donaciones para costear su defensa —que al provenir de una familia rica no necesita— llegan casi a los 200.000 dólares, se venden camisetas con el lema «En esta casa Luigi Mangione es un héroe», en su aparición en el juzgado se produjo una manifestación a las puertas reclamando su liberación y está recibiendo cientos de correos de admiradoras (en esto a la simpatía por su causa, hay que añadir hibristofiliay su buena presencia física). Aquí encontramos una selección de 60 humoristas y presentadores de podcasts analizando su figura y defendiéndolo con el mayor desparpajo («condeno ese disparo por la espalda, tenía que haberlo hecho de frente»), aunque personalmente el más elaborado, inteligente y sutil de todos me parece el de Josh Johnson, que le ha dedicado un monólogo de una hora digno de atención. Hay quienes piden a Biden que lo perdone y así se olvidará lo de su hijo, y a estas alturas no sería descabellado que el jurado popular al que se enfrente decida absolverlo, pues ya se hizo en su día con O. J. Simpson pese a las abrumadoras pruebas en su contra. Tal expectativa, en vista de la opinión pública, explicaría su decisión de declararse inocente ante el juez, desdiciéndose.
¿Qué nos indica todo lo anterior? Que el género policiaco, tan emblemáticamente norteamericano, ya va a resultar imposible también en su patria de origen, y que hay un descontento masivo hacia un sistema considerado injusto, junto a la percepción de que no hay cauces democráticos y pacíficos por los que pueda ser corregido. Pero esa es una pendiente extraordinariamente resbaladiza…