Zena Hitz ha escrito Lost in Thought (2020), Pensativos en la afinada traducción de Consuelo del Val, recientemente publicada por Encuentro. Es un libro necesario, para quienes leen libros, sobre todo. Sostiene que el trabajo intelectual, la lectura y la creación son actividades valiosas en sí mismas, que no necesitan legitimarse por una utilidad extrínseca o por el éxito social y que conllevan un servicio callado a la humanidad.
La biografía de la autora otorga una autoridad de testimonio a todo el ensayo
No son pensamientos originales. La defensa del estudio para el bien de la sociedad la clavó C. S. Lewis en su extraordinario sermón (Learning in war time, 1939) a los estudiantes de Oxford que se avergonzaban de no estar luchando en la II Guerra Mundial. Un elogio más útil a los saberes inútiles hizo Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013). Muchos de los consejos que Hitz expone tienen una vieja raigambre estoica.
Como prueba de su defensa de la lectura y el estudio, está trufado de ejemplos brillantes de escritores admirados, ya sean famosos o no
Pensativos, sin embargo, despliega atractivos propios, aparte del precioso prólogo de Daniel Capó a la edición española. Arranca de la encrucijada vital de Hitz: «Los sabelotodo por naturaleza como yo conocemos bien la embriaguez que provoca el sentimiento de saber». La biografía de la autora otorga una autoridad de testimonio a todo el ensayo: profesora prometedora que se ufana de sus éxitos inestables, hasta que se convierte al catolicismo, ingresa en una pequeña comunidad religiosa entregada al cuidado de los pobres y, años después, decide regresar a la docencia como otra forma de entrega a los demás, con todo el bagaje adquirido.
Además de vital y sincero, es un libro muy coherente. Como prueba de su defensa de la lectura y el estudio, está trufado de ejemplos brillantes de escritores admirados, ya sean famosos o no. Sorprende que cite a un autor tan olvidado como nuestro José María Gironella. Se podría hacer un primer barbero por delegación recogiendo muchas de sus mejores citas:
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Últimas palabras de Arquímedes a un soldado invasor, que, sin entender nada, lo mató: «No toques mis círculos».
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San Ambrosio: «[A la Virgen María] le parecía estar menos sola cuando estaba sola. Porque, ¿cómo podía estar sola, que tenía con ella tantos libros, tantos arcángeles, tantos profetas?»
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El matemático André Weil escribe a su mujer desde la cárcel: «Y estoy emocionado por la belleza de mis teoremas».
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Pascal: «No debo buscar mi dignidad sobre la base del espacio, sino de la regulación de mi pensamiento. No tendré más si poseo mundos».
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San Agustín: «La capacidad de amarnos unos a otros depende de nuestra capacidad de aprender unos de otros».
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Simone Weil: «La acción es el fiel de la balanza. No hay que tocar el fiel, sino los pesos».
También recomienda muchos libros interesantes, incesantemente. Y un segundo barbero podría ser el extraído de una pequeña joya que he conocido demasiado tarde (aunque la dicha es buena) gracias a Zena Hitz. Se trata de Cómo vivir con veinticuatro horas de Arnold Bennett, al que debo, entre otros, estos consejos:
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El dinero es mucho más vulgar que el tiempo.
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Estamos constantemente acechados por una soterrada insatisfacción. […] Una vida en que la conducta no se ajuste de algún modo a los principios es una vida tonta.
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La lectura no suple la necesidad de un examen diario.
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La segunda sugerencia es que, además de leer, pienses.
Y por último están las iluminaciones de la propia Zena Hitz, que resulta muy convincente en su pasión por los libros, en su defensa del silencio creador, en su honestidad personal, en su incansable ansia de aprender y en su afán por enseñarnos lo aprendido. El nervio moral que sostiene Pensativos resulta contagioso:
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Se suele acusar de mostrar un sesgo aristocrático a todo aquel que elogio el aprendizaje por sí mismo. [Mejor todavía, digo yo.]
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La vida intelectual es una forma de recuperar nuestro valor real cuando los juegos de poder y los descuidados juicios de la vida social nos lo niegan.
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La Virgen María es una imagen de la vida intelectual como retiro del mundo para cultivar la vida interior.
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Para aquellos de nosotros a los que nos faltan las fuerzas o la perspicacia para elegir por nosotros mismos lugares tan tranquilos y apartados, quizá la ruta más transitada hacia nuestro interior sea el fracaso.
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La vida intelectual resulta ser una especie de ascetismo, dar la espalda a cosas que habitan en nuestro interior.
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El menoscabo de la vida intelectual que causa la «opinización» de todo también envilece a nuestros alumnos.
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[Frente a la entronización del éxito, de la fama, del dinero y la utilidad y el poder, se alza esto:] Seres humanos que se han devanado los sesos buscando mejores, más refinadas y más nobles maneras de vivir.