Antes de formar Gobierno, a Friedrich Merz, que se prevé sea elegido canciller de Alemania por el Bundestag dentro de unas semanas, le están creciendo los enanos.
El país sigue en recesión; la industria automovilística y otros sectores están cerrando fábricas y despidiendo a miles de trabajadores, con lo que el número de desempleados se aproxima a los tres millones. Su compromiso de gastar docenas de miles de millones de euros en el rearme y el cambio climático le ata las manos para bajar los impuestos. Las Fuerzas Armadas no alcanzan sus objetivos de reclutamiento. El Gobierno en funciones sigue trayendo afganos en avión como refugiados. ¡Y Merz se propone despojar a Hungría de su derecho a voto y de financiación dentro de la UE!
La situación en el país y la conducta de Merz, rompiendo todas sus promesas de campaña, están haciendo que el partido AfD suba en las encuestas. La última da a AfD un 25%, casi cinco puntos más que en las elecciones de febreros; y a la CD-CSU un 24%, cuatro puntos menos. ¿Se atreverá Merz a ilegalizarlo?
Los temores a que Alemania dominase Europa después de su reunificación en 1990 se han revelado, como tantos otros pronósticos, desmesurados. Barack Obama, que declaró muchas veces su admiración y respeto por Angela Merkel, no vaciló en autorizar a la Agencia de Seguridad Nacional el espionaje de su teléfono. La voladura del gasoducto Nordstream 2 por ucranianos no provocó ninguna reacción del canciller socialdemócrata Olaf Scholz contra sus ‘aliados’. Y en la guerra de Ucrania, Alemania se está limitando a ser una inmensa base militar operada por Estados Unidos, mientras que Polonia, en cambio, se eleva como la nueva potencia militar del continente europeo.
De acuerdo con un impresionante reportaje de 14.000 palabras que publicó el New York Times el 29 de marzo titulado «La asociación. El papel secreto de Estados Unidos en la guerra de Ucrania», la base de Wiesbaden, en el occidente de Alemania y que acoge el mando del Ejército de Estados Unidos para Europa y África (USAREUR-AF), ha sido una pieza fundamental en la colaboración de la superpotencia con el Gobierno de Zelenski.
Unos dos meses después de comenzada la invasión, dos generales ucranianos, protegidos por comandos británicos, salieron de Kíev y, a través de Polonia, llegaron a Wiesbaden, donde les aguardaban otros generales de EEUU para establecer una alianza discreta contra el enemigo común. Desde entonces, la Casa Blanca, con la autorización del Congreso, ha suministrado armamento por valor de 66.500 millones de dólares. El periódico desvela que la complicidad de EEUU es “mucho más profunda y amplia de lo que se creía. En momentos críticos, esta alianza fue la columna vertebral de las operaciones militares ucranianas”.
En la base de Wiesdaben, donde se incorporó a un grupo de militares ucranianos, se recopilaba la localización de unidades, tanques, puestos de mando y buques rusos, que a continuación se transmitía a las tropas ucranianas para que, por medio de las armas de largo alcance recibidas de los arsenales de los miembros de la OTAN, los destruyesen.
Esas armas fueron primero las baterías de artillería M777; luego los sistemas de cohetes de artillería de alta movilidad (HIMARS), que utilizaban cohetes guiados por satélite para ejecutar ataques a una distancia de hasta 80 kilómetros; los Sistemas de Misiles Tácticos (ATACMS), misiles con alcance de hasta 305 kilómetros, que se han usado para atacar el interior de Rusia; y hasta ojivas de racimo, transportadas en absoluto secreto.
Entre los implicados en Wiesbaden, con permiso de sus Gobiernos, había casi tantos generales como en la corte de Napoleón; aparte de los estadounidenses, el periódico cita a, al menos, un general polaco, un general británico y otro general canadiense. En esa base, se planeó en enero de 2024 una campaña, llama Granizo Lunar, para atacar unos cien objetivos militares rusos en Crimea.
Ahora que se comenta la posible existencia de un botón de bloqueo en los cazas F-35, el New York Times aporta un dato interesante. Para disparar una ojiva, los operadores ucranianos del HIMARS necesitaban una tarjeta electrónica especial que los estadounidenses podían desactivar en cualquier momento. Aliados, sí, pero los ucranianos ponen los muertos y las armas están sujetas a las condiciones y necesidades de EEUU.
A medida que transcurría la guerra y, sobre todo, después del fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023 por causa de las divisiones políticas en Kíev y las rencillas entre el generalato ucraniano, el gobierno de Biden autorizó operaciones clandestinas que previamente había vetado, lo que supuso enviar a varios militares norteamericanos y agentes de la CIA a los frentes.
La sorprendente influencia británica ante Zelenski, sus ministros y sus generales se explica porque el ejército del rey Carlos, “a diferencia de los estadounidenses, había desplegado pequeños equipos de oficiales en el país tras la invasión” y, también a que empezó a entrenar militares ucranianos ya en 2015, junto con EEUU, en la Operación Orbital.
La implicación de Biden (o de la camarilla que tomaba las decisiones por él) era tan profunda que, una vez conocida la reelección de Donald Trump en noviembre, el presidente senil siguió escalando la guerra. Amplió el área de operaciones para permitir los ataques de ATACMS y Storm Shadow británicos contra Rusia y autorizó a los asesores militares de EEUU a trasladarse a puestos de mando más cercanos a los combates. Es decir, pretendió dificultar las negociaciones con Vladímir Putin que Trump había anunciado en la campaña antes de que éste le sustituyese en la Casa Blanca.
El reportaje del diario principal de las élites progresistas del mundo occidental no describe los motivos de la guerra, ni los de Rusia para atacar Ucrania, ni los de la OTAN para enzarzarse en un conflicto en defensa de un Estado no miembro. Pero afirma que las bajas totales rusas rondan las 700.000, frente a 435.000 ucranianas. En la guerra de Afganistán (1979-1989), la URSS sufrió casi 70.000 bajas, la décima parte.
Se comprende que el régimen de Putin quiera poner fin a la nueva guerra con un acuerdo que pueda llamar victoria, tanto más ahora que las medidas arancelarias de Trump han hecho caer la cotización del petróleo y del gas natural, las principales fuentes de ingresos de Rusia. Igualmente se comprende que Moscú tenga un enorme resentimiento contra Estados Unidos y Europa.