‘Aggiornamento’ implica ‘modernización’, ‘estar con la historia’, ‘estar con su tiempo’. (…) Copiar las formas dominantes es padecer la historia, es capitular ante ella, nada más. (…) Los católicos ‘progresistas’ entienden por aggiornamento un replegarse militantemente a la época, un ‘abrirse al mundo’.
Mario Góngora, “Historia y aggiornamento”, 1970.
Introducción: Francisco en Singapur
El pasado 13 de septiembre se celebraba en Singapur el Toghether in Hope. Interreligious Youth with Pope Francis (título en inglés, por supuesto, y no en latín o italiano, como cabría esperar), un encuentro interreligioso para jóvenes organizado conjuntamente por el Ministerio de Cultura, Comunidad y Juventud y la Archidiócesis Católica de Singapur. El acto se desarrolló entre danzas tradicionales, intervenciones institucionales y breves palabras de jóvenes pertenecientes a diferentes credos religiosos. La intervención del Papa fue –como de costumbre– controvertida, puesto que, en una suerte de sincretismo ecuménico, puso aparentemente a todas las religiones en pie de igualdad.
Me he tomado la molestia de seguir el encuentro sin recortes malintencionados ni montajes. ¿Qué quería decir Bergoglio? ¿Cuál es el origen de la confusión? A un mes justo del atentado perpetrado por Hamás contra Israel resulta difícil enjuiciar el encuentro interreligioso protagonizado por el Papa Francisco. Aunque, bien mirado el ataque –bautizado como Sabbat Negro– da también cuenta de la necesidad de un entendimiento civilizatorio…
Mario Góngora: Casandra de nuestro tiempo
Puesto que el tema que nos ocupa es enjundioso, y al que no en balde San Juan Pablo II dedicó su encíclica Ut unum sint (1995), trataré de ver las luces y sombras del encuentro con jóvenes ciñéndome a tres ensayos del historiador chileno Mario Góngora de enorme actualidad y vigencia (pese a ser publicados en la década del 70 del siglo pasado). Me refiero a los textos: “Historia y Aggiornamento”, publicado en la revista Dilemas, el año 1970; “Sobre la descomposición de la conciencia histórica del catolicismo”, publicado nuevamente en la revista Dilemas, tres años más tarde, en 1973 y “Cambio en la religión”, publicado en la revista Vigilia, en 1977. Todos ellos recopilados en una maravillosa selección de artículos titulada Civilización de masas y esperanza (1987). Piezas que constituyen en palabras del autor: “ensayos críticos de toma de posición frente a diversos fenómenos y problemas del mundo presente, desde 1966 a 1980, ensayos que son, sin embargo, tal vez, lo que más he querido de mi obra”. Y escojo a Góngora no por su erudición y su conocimiento de la patrística, de San Eusebio o San Jerónimo, tampoco por sus lúcidas referencias a Joaquín de Fiore, Lutero, Pascal, Leóntiev, Bloy, Bernanos, Weil, de Lubac, von Balthasar, Maritain o Bultmann, sino por su tenaz capacidad de captar proféticamente el espíritu de las cosas. Veamos.
En primer lugar, el Papa Francisco comienza diciendo que había preparado un discurso, pero que prefiere conversar in situ, sobre la marcha. De lo que podemos extraer que las palabras en este foro no son propiamente las del Papa Francisco, sino las opiniones más o menos improvisadas de Bergoglio (no lean, por favor, dobles intenciones en esta afirmación, tan sólo es una observación de contexto).
Cuestión de estilo: pastoralización o evacuación de lo trascendente
Me atrevería a decir que el problema reside, sobre todo, en una cuestión de estilo. La “pastoralización” de la Iglesia postconciliar es un fenómeno anterior al Papa Francisco que su estilo retórico acaba acentuando. Generalmente, sus intervenciones públicas suelen oscurecer más que esclarecer y esto se debe a la continua confusión entre el plano social-inmanente y el teologal-trascendente.
Mario Góngora, en 1973 advertía de un mal que aquejaba al catolicismo de su tiempo y que sigue presente en el nuestro: “Hoy día retrocede el celo por la verdad ante el ademán del diálogo y la búsqueda de la paz ante todo. (…) Se ha abandonado, en aras del diálogo y como supuesto necesario de éste, la oposición tajante Bien-Mal, y desde luego la lucha de Dios con su Adversario, lucha ya no ética, sino cristiana y escatológica. (…) Priman las intenciones abstractas sobre las ideas, y nada tiene de la concreta vida religiosa de la Iglesia. Un cosmopolitismo burocratizado mina casi todas las comunidades religiosas, tendiendo a convertirlas en Moral o en Política. (…) El primado pragmatista de la Pastoral sobre la Verdad tendrá que producir hasta el fin sus amorfos frutos”. Estilo pastoralizador –el de Bergoglio– que no sólo se percibe en numerosas intervenciones públicas en foros sociales como el que aquí nos ocupa o como el sonado caso del programa Amén: Francisco responde (2023) producido por Disney, sino en el signo mismo de su pontificado (huelga recordar que ha dedicado 2 de sus 3 Cartas Encíclicas a temas sociales, a saber, Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), sobre el multiculturalismo, y Laudato si’ (24 de mayo de 2015), sobre el ecologismo).
La Iglesia Católica Apostólica Romana no es una ONG, aunque haya en su seno de facto un desplazamiento torpe y evidente tanto en el estilo como en las preocupaciones (algo que también denunció Mario Góngora en 1977): “Servicios protestantes (y a veces ceremonias de religiones no cristianas) suelen celebrarse en iglesias católicas europeas: al eclecticismo en el culto corresponderá así el sincretismo en las creencias. Sólo una cosa se prohíbe sañudamente: lo que precisamente se opone al sincretismo (…). La tradición es perseguida en la Iglesia. (…) todo lo trascendente (dogmas, ritos, símbolos, mitos) queda evacuado en su íntima significación para dejar lugar, en realidad de verdad, a una moral humanitaria, a una política, a asambleas de culto en que la electrización del grupo humano importa más que el culto de glorificación a Dios. (…) Un mundo de inconmensurable riqueza espiritual se ha ido dilapidando así por obra de una generación del clero deseosa de avenirse a toda costa con los poderes y prestigios de moda. Históricamente, esta constelación es perfectamente comprensible como sumersión por el Espíritu del Tiempo. Pero una Iglesia que se ha pensado siempre a sí misma como el Cuerpo de la Divinidad Encarnada; que vive, por tanto, según sus nociones más recónditas, en un tiempo que trasciende el tiempo histórico-mundial, ¿puede realizar esa sumersión sin apostatar? (…) Un camino que lleva, cuando no a la apostasía dogmática formal, sí a una suerte de apostasía en espíritu, que recién aparece hoy día. Ella consiste en una obediencia formal a los dogmas y a la jerarquía, para poder acomodarse a lo que se diagnostica como ‘el Espíritu del Tiempo’. De aquí ha surgido, en contraposición, el esperar contra toda esperanza”. No habría nada más anticatólico que caer en la desesperanza. La Iglesia no ha claudicado en 2000 años de historia, precisamente porque no es una ONG apegada al Hic et nunc, tiene encomendada una misión clara y distinta: ser contramundo en el mundo.
Permítanme, pues, extractar las confusas palabras del Sumo Pontífice: “Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir –‘mi religión es más importante que la tuya’, ‘La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera’–. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: ‘A la destrucción’]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación: son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. ‘¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!’ ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sijs, otro, musulmán, hindú, cristiano; aunque son caminos diferentes”.
Cuestión de fondo: indiferenciación y sincretismo
Como vemos, no se trata tan sólo de una cuestión de estilo, es asimismo una cuestión de fondo… En 1970 Mario Góngora llamaba la atención del peligro del ecumenismo del instante o del mero sincretismo: “Al negar el catolicismo progresista su identidad con el pasado, rompe toda posibilidad de ecumenismo auténtico, el que parecía ser una de las grandes aspiraciones iniciales del movimiento. Pues no puede haber ecumenismo ‘del instante’, sino de todo lo pasado y del futuro. Para que todo se integre en la Iglesia, la verdad tiene que haber estado siempre presente en ella, de otra suerte se rompe la tradición sacra, privando de toda garantía de autenticidad a la unidad. El ecumenismo no puede ser un consentimiento pactado y perecedero, ni un mero sincretismo”.
El catolicismo no puede convertirse en Nesquik, cacao en polvo dispuesto agónicamente a aceptar su sino: disolverse en la leche; tampoco puede convertirse en Colacao, donde los grumos sobreviven a duras penas como témpanos flotantes del deshielo; el catolicismo debe poder mantener sustancia y forma sin disolverse en la bruma sincrética. El catolicismo es la levadura que fermenta toda la masa del hecho religioso. Por el contrario, el ecumenismo de coyuntura, “del instante”, empuja a las religiones a trocarse en un mejunje homologable e intercambiable. Y como ha denunciado vehementemente Monseñor Athanasius Schneider: “El relativismo ha creado una mentalidad de supermercado: hace creer que todas las religiones son iguales”. En efecto, debe haber una unidad prístina a la que referirse, puesto que el re-conocimiento sólo se puede dar entre unidades reconocibles. El drama es la indiferenciación… Como sugirió la Congregación para la Doctrina de la Fe (cuyo prefecto seguía siendo el Cardenal Ratzinger) en su Declaración Dominus Iesus. Sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (6 de agosto 2000): “El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio). (…) La falta de unidad entre los cristianos es ciertamente una herida para la Iglesia, no en el sentido de quedar privada de su unidad, sino en cuanto obstáculo para la realización plena de su universalidad en la historia”.
Por un ecumenismo auténtico…
Me niego a pensar que el ecumenismo deba aspirar a la neutralización de las diferencias. Más bien todo lo contrario. Siguiendo dicha Declaración: “No siempre tal distinción es tenida en consideración en la reflexión actual, por lo cual a menudo se identifica la fe teologal, que es la acogida de la verdad revelada por Dios Uno y Trino, y la creencia en las otras religiones, que es una experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela. Este es uno de los motivos por los cuales se tiende a reducir, y a veces incluso a anular, las diferencias entre el cristianismo y las otras religiones”. El auténtico diálogo interreligioso es el que vimos con el ayatolá Alí Jamenei saliendo a defender la figura de Jesucristo ante la esperpéntica performance en la apertura de los Juegos Olímpicos de París: “El respeto a Cristo –dijo el líder iraní– es algo incuestionable entre los musulmanes. Esas ofensas que se hacen a las grandes figuras de las religiones divinas, incluido Cristo, merecen a nuestro juicio ser condenadas”. El auténtico diálogo interreligioso no es la aquiescencia cobarde de muchos cristianos para con la laiquísima y modernísima República Francesa, sino el apoyo a los musulmanes en contra de las blasfemas portadas de Charlie Hebdo sobre el profeta Mahoma. En fin, qué sabré yo.
En cuanto vi el fragmento de la intervención del Papa Francisco escribí a un amigo, quien sabiamente me contestó: “Es el pensamiento débil (…) Al Papa le parece a veces que la verdad dificulta el encuentro. Y, hombre, hay algo de verdad en eso. Pero lo que imposibilita el encuentro es la renuncia a la verdad (…) Las religios son caminos hacia Dios, siguiendo las pistas que dejan sus huellas. El cristianismo es el camino de Dios en persona, de ida y vuelta, camina con nosotros”. El “ecumenismo auténtico” nace precisamente del reconocimiento de las ondas verdades que habitan en el corazón del Hombre. La sed de trascendencia, la necesidad de comunidad y la certeza de un Dios creador. Pero no se detiene ahí. El católico no puede aceptar sin más el ineluctable aggiornamento, ni capitular ante el signo de los tiempos. La catolicidad es en sí misma ecuménica, pero nunca sincrética. Para el católico el “ecumenismo auténtico” pasa por el reconocimiento de dichas verdades, sí, pero pasa aún más por el reconocimiento de la Verdad de Cristo, esto es, del escándalo cristiano que no es otro que lo que San Pablo llamó “la necesidad de la Cruz”.
Quizá convenga aceptar que hay términos indefinidos como el de “humanismo cristiano” o peor aún como el de “diálogo interreligioso” que resultan más bien caballos de Troya del catolicismo progresista que se empeña en trepanar la verdad que Cristo trajo al mundo. ¡Amaos los unos a los otros como yo os he amado!