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El liberal apuñalado por la espalda

Revel era apenas nueve años más joven que Jean-Paul Sartre, y doce años mayor que Michel Foucault

En estos tiempos en los que la intelectualidad francesa es representada por el escuálido Bernard-Henri Levy, merece la pena recordar a Jean Francois Revel, a quien le tocó la maldición de ser un intelectual de derechas justo en la generación en que Francia produjo a los intelectuales de izquierdas más inteligentes y retorcidos del mundo.

Revel, nacido hace ahora cien años, era apenas nueve años más joven que Jean-Paul Sartre, y doce años mayor que el monstruoso Michel Foucault, la persona que podría ganar el Oscar a pensador más influyente y al tiempo menos conocido del siglo XX.

En la adolescencia, Revel se topó con la Segunda Guerra Mundial y creció en la Francia de Vichy. Después de que este territorio fuera ocupado por los alemanes, se unió a la Resistencia, donde se topó con los centenares de miles de comunistas que no habían encontrado el momento de rebelarse contra el nazismo hasta que tuvieron claro que el nazismo iba a perder, y a partir de ahí fueron más papistas que el Papa.

Este trauma, y un periodo como profesor de filosofía en la convulsa Argelia en rebelión contra el colonialismo francés, marcaron a Revel. Como la mayor parte de juntaletras de su generación, se agarró a un socialismo tibio mientras pudo, pero el periodo en torno a mayo de 1968, con la contemporánea revuelta de los niños de papá en edad estudiantil, ocupación soviética de Praga y Revolución Cultural en China, fue demasiado para él.

Años después, Revel (en The New Criterion, en 2004) citó una frase del líder comunista Italiano de la época, Giancarlo Pajetta, que explica su particular caída del caballo izquierdista: “Al fin he entendido lo que es el pluralismo, y lo que significa es que montones de gente estén de acuerdo conmigo”.

A partir de los 1970, Revel se convirtió en el escritor de derechas al que sacaban los medios de centro para responder a la extrema izquierda de la época, dividida entre pro-vietnamitas, pro-chinos, pro-albaneses, pro-cubanos y pro-soviéticos, y lo que se le hubiera ocurrido en aquel momento a Sartre, un hombre de pluma genial, cerebro retorcido y menos capacidad para la ética que el demonio. No era un trabajo fácil, y Revel lo hacía fantástico.

En La Grande Parade, un libro del 2000, Revel nos dejó, por ejemplo, esta joya, que podría considerarse la perfecta respuesta liberal-escéptica al socialismo: “Dado que el socialismo fue concebido con la ilusión de que podía resolver todos los problemas, sus partidarios atribuyen la misma presunción a sus contradictores”.

Revel quería que los enemigos de la libertad, la gente que nos quería quitar todo y meternos en un koljós o un campo de reeducación, nos dejaran en paz. Y, a medida que pasaron los años, pareció ir triunfando.

Sn embargo, mientras Revel lidiaba con el enemigo que llegaba de frente, con los melenudos que gritaban consignas marxistas mientras marchaban en manifas anti-nucleares financiadas no tan secretamente por el KGB, un consenso venenoso se iba fraguando a sus espaldas: un entendimiento dirigido por teóricos posmodernos que se abrían paso, medio silenciosamente, en las universidades e instituciones políticas y sociales.

Merece la pena recordar que fue en esta época cuando Foucault desarrolló su teoría de la verdad, la teoría que fundamenta todas las mentiras que les lleva décadas colando la izquierda (en versión española, Pedro Sánchez). La teoría de Foucault puede resumirse en la afirmación de que la verdad o falsedad no es una propiedad directa de un enunciado, como “Revel es liberal”; lo que Foucault promovió exitosamente es que, en diferentes condiciones históricas, los discursos alternativos producen sus propios “efectos de verdad” específicos. En su ensayo Verdad y Poder (incluido en el libro Poder/Conocimiento de 1980), Foucault escribió (la traducción es mía):

“El problema no consiste en trazar la línea entre lo que en el discurso cae bajo la categoría de cientificidad o verdad, y lo que cae bajo alguna otra categoría, sino en ver históricamente cómo se producen efectos de verdad dentro de discursos que no son ni verdaderos ni falsos”.

Lo que Foucault dice aquí es que la frase “Revel es liberal” produce “efectos de verdad” bajo el discurso dominante, porque el discurso dominante así lo acepta. Y, si el discurso dominante decide que “Revel es nazi, aunque luchara contra los nazis en la Resistencia”, eso es, en efecto, verdad también. La verdad, como se han hartado de decir los posmodernos hasta que han convencido incluso a los tertulianos más obtusos de La Sexta, es no solo relativa: depende de lo que diga el Poder y, si el Poder dice que la Amnistía es Democrática, a callar todos.

Revel tuvo su gran momento de triunfo en 2001, cuando defendió la democracia estadounidense, como consumación del liberalismo, frente a los melenudos ya envejecidos que habían celebrado ruidosamente los ataques islamistas del 11 de septiembre. Murió en 2006, en pleno segundo mandato de George W. Bush (ocupación de Irak, burbuja inmobiliaria, explosión de redes sociales) celebrado como triunfador en lo que Karl Popper había denominado como disputa entre la “sociedad abierta y sus enemigos”.

Aquí podríamos incluir una variante del viejo dicho “si XXXX levantara la cabeza”. Sin embargo, pienso que es más útil reflexionar sobre la lucha de Revel: no fue fácil enfrentarse contra la intelectualidad marxista, dominante, agresiva, frecuentemente criminal, y él lo hizo con éxito, habilidad y honradez. Murió convencido de que la derrota y destrucción de la Unión Soviética era algo bueno en sí mismo, un logro que celebrar, y llevaba razón.

Lo que Revel no entendió es que su lucha estaba amañada. La función de gente como Revel fue asegurarse de que Occidente no salvara del colapso a un sistema comunista destruido por su ineficiencia supina y contradicciones internas; y también proclamar que eso suponía una derrota para la izquierda.

Mientras, la izquierda fue por la espalda y ayudó a crear lo que podríamos llamar el “consenso de Davos”: permitir a la nueva nomenklatura corporativa centradita que se forre y maneje, siempre que la izquierda tenga la sartén por el mango en política, medios y todas las instituciones, desde la Universidad de Yale hasta la Peña Deportivista de Cuenca. Revel, que luchó contra nazis y comunistas, bastante hizo y pedirle que también hubiera visto venir esto es demasiado. Esto nos toca ahora a los demás.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

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