El líder de los emboscados

Dalmacio Negro acogió a las variadas facciones de los emboscados para enseñarles con su legendaria sutileza que su antagonismo ideológico carecía de sentido

El reciente fallecimiento de Dalmacio Negro ha provocado una avalancha de obituarios que han puesto el acento en recordarnos su enciclopédico saber y su fructífero magisterio.

Sin embargo, pocos artículos se han referido a un concepto muy querido por él y que ejerció con singular maestría durante la última etapa de su vida: el liderazgo.

El profesor Dalmacio fue un gran líder. En concreto, el de los emboscados.

Siguiendo a Jünger, el emboscado se va “al bosque”, después de haber sido proscrito por la estadística de la mayoría del 51%, para vivir sólo de sus propias fuerzas.

El gran escritor alemán nos advirtió que el emboscado era “no sólo un guerrero, un médico y un juez, sino también un sacerdote”. 

El sacerdote lo es en tanto ministro de un culto, término procedente del latín “cultus”, del que también trae origen la palabra cultura, y que significa “cuidado”, cultivo”, “adoración”.

El culto de Dalmacio Negro consistió en ejercer el ministerio de la historia de las ideas y de las formas políticas para cuidarla y ponerla a disposición de su grey desde su particular emboscadura en la Universidad, primero, y en su seminario, después. 

Como si fuera una ofrenda a su culto de la historia de las ideas, tan repleta de paradojas y contradicciones, el profesor republicano consentía la existencia de una suerte de Corte del rey Dalmacio, donde el parlamento lo constituía un sanedrín donde pensadores de los dos lados del Atlántico interpretaban el pensamiento teológico-político que contiene los arcanos del Poder.

El liderazgo de la “auctoritas”

La dirección del profesor Negro estaba constituida sólo de “auctoritas”.

Si el poder determina las voluntades mediante la coacción, la “auctoritas” las determina mediante el reconocimiento de la superioridad del “auctor”.  

Ahora bien, lejos de lo que tiende a creerse, la “auctoritas” es tan jerárquica como el poder.

En este sentido, la conversión de Dalmacio en algo parecido a una figura pop en sus últimos años de vida (no había patronato o evento político-cultural que no pugnara por que participase) no se debe tanto a que haya convencido a sus seguidores gracias a la lectura de sus textos esenciales, como al hecho de que su trayectoria les mostraba que siempre supo dónde se encontraba la verdad.

Como dejó escrito Manuel García Pelayo en un libro titulado Idea de la política y otros escritos (Centro de Estudios Constitucionales, 1983) “la auctoritas alcanza su más plena expresión cuando se sigue a alguien no tanto por lo “que” dice, sino por “quien” lo dice”.

Me atrevo a decir que los emboscados no hacían nada que no contase con su aprobación por la confianza que les generaba su prestigio de vencedor de estúpidos, más que por el correcto entendimiento de su obra.

En un mundo dominado por la acelerada legislación del poder, él representaba la “auctoritas” del derecho, la autoridad de lo cierto que sólo se encuentra en las fuentes de lo imperecedero (la tradición, los usos, las costumbres). 

La oligarquía es eterna

El pensador de las formas políticas nos enseñó que éstas consistían en darle una forma a lo necesario, la forma adecuada a cada tiempo histórico.

Y en política, lo que nunca perece es la oligarquía, el poder de los pocos, de los amigos; mientras los regímenes políticos se suceden y pasan.

Esta clara diferenciación del profesor entre lo esencial y lo secundario fue lo que le hizo aceptar tácitamente el rol de líder de grupos tan distintos. Acogió a las variadas facciones de los emboscados para enseñarles con su legendaria sutileza que su antagonismo ideológico carecía de sentido.

El profesor atraía a los orgullosos “trevijanistas” que están convencidos de que son los custodios de las tablas de la ley, pero también a los tradicionalistas que viven en sus retiros avisándonos de la inminencia del abismo que hará irremediable el retroceso, y a los libertarios antipolíticos a los que desencantaba asegurándoles que Hayek era una suerte de socialdemócrata. Qué decir de su frecuente trato con los amantes de la república como forma política a los que recomendaba la necesidad de un partido republicano de derechas.

Esta unión de contrarios no era una consecuencia de su talante liberal.

Su liderazgo no estaba basado en el carácter, sino en las lecciones políticas de cada uno de sus gestos.

Si una de las tareas del emboscado consiste en prever los riesgos y proteger a los suyos enseñándoles cómo actuar, el profesor les advertía del peligro de perder el tiempo defendiendo la existencia de un régimen perfecto y, por tanto, siempre deseable; cuestión que consideraba antipolítica y propia de moralistas.

Con su ejemplo de líder de todos, nos demostraba que él no era socialista, ni anarco capitalista, ni un apologeta del Estado, ni siquiera un doctrinario de la democracia, cuestiones todas de menor rango; pero que según fuesen las necesidades del bien común, echaría su cuarto a espadas por el régimen político que mejor se adaptase a éste, sea cual fuere, con excepción de la tiranía a la que consideraba el enemigo siempre latente. 

Por tanto, el bien común representaba lo esencial, lo único digno de ser protegido mediante la forma política que en cada momento se presentase como la más adecuada.  

Si más allá de preferencias electivas todo sistema político es oligárquico y todo Gobierno es gobierno de un solo hombre, la forma política ideal es aquella que logra casar las necesidades del bien común con la oligarquía que mejor las puede servir.

Por tanto, la forma política ideal es aquella que se adapta a las circunstancias y no al revés, pues éstas no se dejan embutir en una única forma política.     

Duro dictado contra el tirano

Apurando hasta la hez su ausencia de prejuicios y de miedos, nada le impedía admitir que la dictadura podría ser un expediente temporal útil en función de la deriva de una situación donde el sentido común se hubiera perdido y fuera necesario recuperar el orden. El fundamento jurídico-político de su tesis se lo otorgaba el Derecho Romano y el Senado republicano que definían de forma elocuente la dictadura como último recurso para frustrar la llegada de la tiranía.  

Negro era un liberal no dogmático, es decir, no defendía el liberalismo como ideología, sino que era liberal por enemistad con la tiranía, ante la que estaba justificado el derecho de resistencia como acción legítima.

El profesor levantaba los velos del terror y podíamos descubrir que, si en el Estado de Derecho la única ley es la voluntad del tirano, la legislación es su arma; que los sátrapas presumen de despreciar las guerras, pero maltratan a sus ciudadanos como vencidos en una de ellas; y aunque aleguen que aman la paz y reduzcan el ejército, la policía política y la policía económica (impuestos) crecen sin obstáculos que se le opongan.

El tirano se presenta como “democrático bipartidista” porque ofrece una alternativa: o la tiranía o la guerra civil. 

El profesor, como auténtico emboscado que sabía que el sueño de las democracias produce déspotas, sólo se limitaba a prescribir venenos (“duro dictado”) contra la tiranía o medicinas para la libertad con el único fin de impedir la malévola dicotomía del autócrata: o él o la batalla cuerpo a cuerpo.

Los emboscados perdieron a su líder y no tienen recambio, aunque disponen del bagaje intelectual que les legó.

En cualquier caso, ellos no se pueden quejar, pues la mayor parte de los españoles jamás conocieron a ninguno.   

Más ideas