El futuro que a menudo plantea la ciencia ficción suele cautivar nuestra imaginación no tanto por ofrecernos un mundo completamente extraño, sino por los elementos reconocibles que encontramos bajo esos nuevos ropajes. Al proyectar en otra época, agigantados, los problemas y conflictos que empiezan a vislumbrarse en la nuestra, esa representación tiene algo de caricatura que exagerando los rasgos de alguien se nos termina pareciendo más a él mismo que su propia foto. Tal como los mitos nos desvelan recovecos de la condición humana, de igual manera las mejores historias de ciencia ficción, con toda su inventiva y espectáculo, nos hablan de aquel «desierto de lo real» al que Morfeo daba la bienvenida. Intente recordar el lector, por ejemplo, cuántas veces durante los últimos años habrá oído mencionar 1984 en cualquier análisis sobre la actualidad.
No es de extrañar entonces que este género fascine a pensadores como John Gray, uno de los grandes intelectuales de nuestro tiempo, por «permitirnos ver más claramente las realidades esquivas». Claro que para alguien que se adscribe a lo que denomina «pesimismo filosófico» y que raramente a lo largo de su trayectoria vital se ha hecho ilusiones sobre el porvenir (curiosamente sus pronósticos políticos, década tras década, han acostumbrado a cumplirse), el tipo de ciencia ficción que le interesa no es la triunfalista que ensalza el progreso técnico, político y moral recreando luminosas utopías donde la humanidad conquista nuevas fronteras en todos los órdenes.
En su planteamiento Asimov encarnaría lo anterior, pues si bien sus obras no están exentas de conflicto —sin él no habría narración— el paradigma que las preside es la ilustración racionalista liberal y la fe en el progreso. En Robbie, por ejemplo, la desconfianza de una madre por el robot al que su hija adora termina siendo superada cuando este salva la vida de la niña. Moraleja: abandonemos nuestros prejuicios anticuados y confiemos en el desarrollo tecno-científico. La razón termina imponiéndose a la superstición y el miedo; recordemos que Asimov llega a especular incluso con fórmulas matemáticas —la «psicohistoria»— que lograrían predecir eventos históricos. En el universo que construye en sus sagas considera las divisiones culturales/nacionales/civilizacionales algo a trascender por una humanidad que, unida y en crecimiento indefinido, ve el espacio como un territorio a conquistar, expandiéndose por millones de planetas; la historia bajo la perspectiva de este autor es una sucesión de etapas hacia estados superiores de conciencia/civilización.
Pues bien, John Gray no es partidario. Cuanto más compleja es una civilización más frágil se vuelve, nos indica, y un buen ejemplo de ello lo vimos en la pandemia. Un mundo globalizado también será uno donde cada nueva plaga se extenderá a toda la especie de inmediato, lo que tarde o temprano terminará siendo fatal. Aunque el progreso tecnológico es innegable, el político/moral podemos verlo desmentido cada día al asomarnos a las noticias, así que interpretar la historia en un sentido hegeliano no se corresponde con la realidad. Ni siquiera tiene sentido hablar de una expansión indefinida de la población que nos llevará a conquistar nuevos mundos, pues el despegue demográfico responde a un periodo muy concreto de la industrialización, que ahora vemos detenerse en todos los países que alcanzan cierto grado de desarrollo.
En lo que respecta a la superación de las fronteras y la cooperación en un planeta unido en su diversidad a la manera de la tripulación del Star Trek, pues bien, en los años 90 Gray fue de los pocos que no sucumbió al entusiasmo generalizado por el triunfo de un liberalismo que se percibía ya hegemónico y que llevó a Fukuyama a pronosticar el final de la historia en un mundo cuyo mayor peligro sería volverse aburrido. Tres décadas después podemos constatar que nuestra actualidad es cualquier cosa menos eso… De hecho, lo que percibe Gray es la decadencia del orden instaurado tras la II Guerra Mundial, donde el mundo estuvo dividido en dos cosmovisiones fruto de la ilustración como fueron el marxismo y el liberalismo.
Lejos el segundo de lograr dominar el globo, contemplamos el ascenso imparable de Estados-civilización que no dan visos de adoptarlo e incluso en los países occidentales, donde se daba por supuesto, comienza a decaer, como detalla en esta entrevista en la que analiza el fin de una serie de consensos sobre la neutralidad institucional, la tolerancia, el pluralismo político y la libertad de expresión. Considera equiparable el miedo actual a ser «cancelado» al existente en los países del bloque del Este que pudo conocer en primera persona en su juventud cuando, según dice, la gente comenzaba a expresarle sus opiniones reales solo tras unos vodkas.
En línea con lo que llevamos expuesto, resulta muy recomendable este debate de hace unos días entre Steven Pinker y John Mearsheimer. Recrean casi al milímetro la disyuntiva planteada, con el primero como nítidamente Asimoviano (no en vano es autor de libros como En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso) frente a un Mearsheimer que se siente en su salsa en el mundo de Mad Max. Como dicen en este encuentro «nuevos mitos surgen para sustituir a los anteriores», lo que niega de base la concepción misma de la idea de progreso, pues sostiene que no hay consenso en torno a los valores fundamentales de la vida y, dado que no somos individuos libremente asociados —según la premisa liberal— sino animales sociales divididos en tribus/naciones, eso hace el conflicto inevitable. Por eso, cree Mearsheimer, la guerra siempre nos acompañará como especie…
Ahora bien, ya nos ha quedado claro que a ninguno de los dos John les interesa Asimov y los planteamientos filosóficos en los que se sustenta… ¿Qué obras sí cuentan con su beneplácito? Para Gray la respuesta aquí es categórica: Dune. Esta saga literaria, de la que dentro de poco veremos estrenada en el cine la segunda parte, nos muestra un universo neofeudal, religioso-chamánico, ambientada en un lejano futuro donde nuevos mitos y ritos sustituyeron a los anteriores, con guerras por el control de los recursos, estrictas jerarquías sociales y linajes privilegiados que, también, imponen duras obligaciones a sus miembros. No hay asomo de un mundo liberal aquí, quizá por eso parece inmune al paso del tiempo pese a que la primera novela se publicó en 1965.
En Dune el futuro tenía ecos del pasado, no hay optimismo ni progreso, la ilustración ha sido dejada atrás o quizá nunca existió… Elementos que constituirían poco más de una década después el nacimiento del ciberpunk. Particularmente si tenemos en mente que su adaptación al cine fue un proyecto frustrado de Ridley Scott entre Alien y Blade Runner. Ya desde su misma estética lo percibimos: frente al futuro ordenado, esterilizado y con pinta de recién estrenado de 2001, ahí veíamos un desangelado entorno fabril de óxido, goteras y escasa iluminación, un paisaje urbano congestionado y tóxico donde los elementos nuevos se acumulan sobre los viejos. Respecto a su argumento, en ambas encontramos grandes corporaciones tienen el poder de Estados y utilizan a los humanos/humanoides como mercancías o propiedades sacrificables; la ciencia y la técnica ahora son amenazadoras y lejos de emancipar, someten (¡qué lejos queda Robbie!), empleadas no al servicio de la humanidad sino al de poderes económicos desenfrenados indiferentes a las grandes bolsas de pobreza y servidumbre que los rodean. Juez Dredd, Neuromante, Robocop o Ghost in the Shell serían sucesivas iteraciones en torno a todos estos elementos.
Pues bien, para concluir citando de nuevo a nuestro filósofo de referencia, en esta otra entrevista a John Gray encontramos que varios de esos elementos serán los dominantes en los próximos años en el nuevo (des)orden social que está configurándose, crecientemente inestable y despótico, una vez que desde Thatcher en los 80, el pacto de posguerra entre socialdemócratas y democristianos para construir unos servicios públicos y una industria nacional quedó desarticulado, primero en el Reino Unido, luego en el resto de países occidentales… ¿Dijimos ya que no es un hombre particularmente optimista?