La democracia directa (Pericles) justifica mejor ante la comunidad la necesidad de patriotismo que la democracia representativa (Lincoln). Y la democracia representativa –acuñación hamiltoniana/benthamiana– justifica mejor esa necesidad de patriotismo ante la misma comunidad que la oligarquía de partidos (Pedro Sánchez). El patriotismo supone el amor más inteligente tanto para defender los intereses privados como los públicos, siendo estos segundos los únicos que garantizan los primeros. Con la democracia directa el interés público era muy superior al interés privado al gestionar los intereses de la patria todos los ciudadanos comprometidos. Con la democracia representativa el interés público es superior al interés privado al gestionar los intereses de la patria los elegidos por el resto de los ciudadanos en su calidad de comitentes. Con la oligarquía de partidos el interés público está al servicio del interés de la casta política, equivaliendo los intereses de la patria a los de los patronos políticos.
Centrémonos ahora en el más alto patriotismo, aquel que emana de un régimen de democracia directa, desde la visión de Tucídides (Guerra del Peloponeso). Los atenienses, argumentaba Pericles tras la guerra arquidámica y el primer año de pandemia, deben reconocer que tienen todavía una buena razón para no tener miedo y deben convencerse por su gnomê (capacidad de juicio) de que son realmente superiores a los espartanos. Sostiene no sólo que es posible que los atenienses triunfen sobre sus dificultades actuales, sino también que es razonable, y prudente, que cada uno de ellos lo intente. Los atenienses están abatidos porque cada uno es consciente de su propio sufrimiento actual; pero Pericles les asegura que se pueden obtener beneficios mirando más allá de los problemas inmediatos y de las preocupaciones privadas.
Pericles muestra a los atenienses que la polis, cuya unidad defiende, plantea exigencias legítimas a todos sus ciudadanos en su conjunto, exigencias que es realmente prudente que cumplan. En el mundo actual, la prudencia exige que el bien común prevalezca sobre el interés personal, aunque ambos parezcan a menudo contrapuestos. Pericles trata de impedir la complacencia de intereses exclusivos y parciales mostrando que tal comportamiento, basado en una perspectiva estrecha, es contrario al bienestar continuado de la polis, y que el interés público encarna realmente los intereses reales de todos los ciudadanos. En su último discurso, Pericles afirma que: “Una polis confiere un mayor beneficio a los individuos cuando en su conjunto tiene éxito que cuando prospera en lo que respecta a cada ciudadano, pero fracasa colectivamente. Porque, aunque un hombre prospere en sus asuntos privados, si su polis se arruina, perecerá igualmente con ella; pero si él tiene mala fortuna y su polis buena, es mucho más probable que salga bien parado. Puesto que, entonces, la polis puede soportar las desgracias de sus ciudadanos privados pero no viceversa, seguramente todos los hombres deberían defenderla, y no hacer lo que vosotros estáis haciendo: proponer sacrificar la seguridad de la comunidad porque estáis consternados por las dificultades domésticas».
Cada individuo podría, especialmente bajo el estrés de la guerra, verse tentado a pensar que su propia prosperidad es una variable independiente y, por lo tanto, al tomar decisiones, incluso como parte de un grupo, tener en cuenta únicamente el estado de su propia fortuna. Sin embargo, insiste Pericles, que, de hecho, la polis en su conjunto es una entidad, aunque esté caracterizada como colectividad: su bienestar como entidad colectiva no consiste en la prosperidad privada de cada uno de sus miembros. Así, cada ciudadano debe «dejar a un lado el dolor por los asuntos privados y dedicarse a la seguridad de la comunidad». No son los recursos materiales los que constituyen el poder, sino la capacidad de actuar colectivamente, como uno solo. En este discurso –y con mayor extensión en la Oración fúnebre— Pericles sostiene que el destino de la polis debe ser la primera prioridad de cada ciudadano, no sólo porque su propia supervivencia dependa directamente de la salvaguarda del conjunto, sino también porque la polis en sí es grande, magnífica, poderosa y merece la pena sufrir por ella. En el Discurso Fúnebre, Pericles elogia a los guerreros muertos que «se comportaron como corresponde a la polis».
Observa que el valor que animaba a estos hombres, y que permite a los atenienses rechazar a sus enemigos, es evidentemente ventajoso para todos. Sin embargo, la ventaja general no es directamente material: consiste en la participación en el poder ateniense. Esto hoy lo llamaríamos “democracia formal”. Pericles exhorta a los atenienses a que fijen su mirada «en el poder de esta polis y se conviertan en amantes (“erastàs”) de la polis». Los patriotas se definen desde la óptica periclea como “hai tês póleôs erastaí” o “los enamorados de la polis”, y alabar la ciudad es alabar a los hombres que la han hecho grande. Cualquier hombre en particular puede fracasar, pero el valor de todos los ciudadanos, la voluntad general de morir por la polis, es ventajosa porque en ella subyace el éxito y la grandeza de Atenas, y esa grandeza inspira a su vez el sacrificio. La actitud propia de un ateniense, sostiene Pericles, es considerar el valor como libertad, y la libertad como bienestar. Los atenienses deberían estar dispuestos a ofrecer sus vidas precisamente porque sus vidas merecen la pena ser vividas: sería una gran diferencia para ellos ofrecer una vida desastrosa de esclavo. Arriesgar la vida hermosa y libre por una polis como Atenas es glorioso y más valorable que el disfrute continuado de la riqueza personal.
Pericles no sólo explica la relación adecuada entre las preocupaciones privadas y el bien público; también interpreta las implicaciones políticas de la libertad que caracteriza la vida ateniense y ofrece criterios particulares –formados por la necesidad de juicio y la prioridad de las preocupaciones públicas sobre las privadas– para la valoración del liderazgo en tales condiciones. En el Discurso Fúnebre, al describir «con qué sistema político y como resultado de qué modo de vida Atenas se hizo grande», Pericles se refiere al “sistema político ateniense como dêmokratía, porque la administración de la polis está en manos, no de unos pocos, sino de muchos”. La clave de esta parte del Discurso Fúnebre es la observación de Pericles de que en Atenas todos hacen política, o se gobiernan libremente. La libertad de la vida en la polis ateniense incluye la libertad de los muchos frente a la dominación de los pocos, y la libertad de los pocos para alcanzar la distinción; libertad frente a la coacción en las relaciones personales: «No sentimos orgê (ira) hacia el prójimo si éste hace lo que quiere», y la auto-contención: «Obedecemos a la autoridad y a las leyes».
El relato de Pericles no es directamente una descripción de la democracia ateniense, sino una interpretación: el valor primordial no es la igualdad, sino la libertad; las desigualdades públicas son la consecuencia legítima de la libre competencia (no de clase ni de riqueza) «para hacer algún bien a la polis». En su último discurso, Pericles dice a los atenienses lo que siempre les ha mostrado con el ejemplo, a saber, qué tipo de liderazgo es apropiado y necesario en tales condiciones de libertad. Enumera sus propias virtudes como líder, que en conjunto describen una dedicación coherente al punto de vista público: «Yo, con quien estáis enfadados, soy tan competente como cualquier hombre, creo, tanto para determinar lo que se requiere como para exponerlo, y tan buen patriota (philópolis) y superior a la influencia del dinero».
Cuidar adecuadamente del bien de la polis, según Pericles, requiere gnômê o capacidad de juicio, capacidad de expresión y persuasión, y devoción a la polis en su conjunto, no contaminada jamás por los mezquinos intereses propios. La gnômê sobre la política cívica está ligada al desinterés personal, al igual que la capacidad de dirigir una polis de acuerdo con la gnômê. No se debe animar a los ciudadanos a creer que la política consiste en la persecución de intereses privados, ya que el compromiso con la persecución de intereses personales estrechos separa y aleja tanto la comprensión del líder como la de la ciudad de las fuentes del bienestar colectivo y su capacidad para actuar en función de dicha comprensión.
Tal como lo describe Tucídides, el último discurso de Pericles fue a la vez un intento (infructuoso a corto plazo, pero eficaz en última instancia) de aplacar la orgê ateniense contra él y un esfuerzo por aumentar la voluntad y la capacidad de los atenienses para soportar la guerra. Pericles logró resistir la ira que había provocado al defender la prioridad del bien público sobre el sufrimiento privado porque, al final, convenció a los atenienses de que su opinión –la opinión pública– era la adecuada y de que el liderazgo que él representaba era el que mejor serviría a las necesidades de la comunidad. Si Pericles gobernaba la colectividad a través de la gnômê, actuando como guía de la interpretación y aguijón del autocontrol, también gobernaba como la gnômê de la polis, concebida como entidad, oponiendo su juicio a la pasión de los ciudadanos. El poder de Pericles para controlar las respuestas de los atenienses se manifiesta también en las intenciones que informan sus discursos, y que son descritas por Tucídides en su valoración retrospectiva del genio pericleo, un genio que enseñó a sus conciudadanos que el patriotismo (philópoli) y la democracia (directa) son complementarias y ellas mismas se retroalimentan.