Las novelas y películas de ciencia ficción distópica, aunque amaguen otra cosa, en realidad siempre nos hablan de los problemas del presente, ahí precisamente radica su valor: muestran algo que por su cercanía a veces ni siquiera vemos y al proyectarlo en el futuro nos da la perspectiva suficiente para que podamos enfocarlo, como el que tiene vista cansada necesita alejar el texto para poder leerlo. Al mismo tiempo, su anclaje en el presente supone la limitación de que entonces raramente logran prever tecnologías venideras. De ahí que el escritor ruso Yevgueni Zamiatin en su obra Nosotros describiera en 1921 un sistema totalitario de vigilancia continua de los ciudadanos que consistía en que las casas fueran de cristal. Desde nuestros días vemos que su percepción de lo que se avecinaba era fundamentalmente correcta, solo que añadiríamos un cambio técnico que él no imaginó: la transparencia de todas las paredes ahora consiste en la ubicuidad de las cámaras con las que podemos ser vigilados.
Todo el mundo puede grabar con su móvil y ser grabado para ser expuesto de forma casi inmediata ante millones de sus conciudadanos. Y decimos «expuesto» y no ensalzado o entronizado, dado que el proceso suele parecerse más a la manera en que los reos eran puestos en la picota a la vergüenza pública, pues no suele ser el mejor momento de cada uno lo que lo lleva a esa repentina celebridad. Ahora bien, en ese sistema de vigilancia y castigo ¿quién hace la criba y bajo qué criterio?
Las redes con su explosiva viralidad aportan lo suyo, pero también son efímeras e inconsistentes y no llegarían muy lejos sin el poder mediático del que a menudo sólo son eco. En los medios llegamos entonces al tuétano. La expresión «cuarto poder» fue acuñada en Inglaterra a finales del siglo XVIII para referirse al periodismo entonces naciente y en efecto es otro poder que somete a la población, aunque al servicio de los otros tres (que suelen ser el mismo). Quizá en otro tiempo haya sido contrapoder, como le gusta verse a sí mismo al gremio —tal como otros se autoperciben mujeres o emperadores—, aunque a ese respecto es muy recomendable por desmitificadora la película francesa Las ilusiones perdidas, basada en la obra homónima de Balzac.
Sea como fuere, los procesos públicos mediático-políticos vienen siendo orquestados con una disciplina, brutalidad y constancia a lo largo de los últimos años que merece la pena detenernos en su análisis y para ello tal vez —como ocurre con las mencionadas distopías con su distanciamiento clarificador— nos resulte más fácil ver sus contornos si alejamos el foco de los inmediatos de España en los que estamos inmersos, para mirar más lejos y desgranar algunos casos particularmente pintorescos en los Estados Unidos.
Empezaremos por el más reciente, en mayo de este año, cuando un mendigo con trastornos mentales que ganaba algunas limosnas imitando el baile de Michael Jackson comenzó a causar alboroto en un vagón del metro de Nueva York, lo que desembocó en una pelea con un joven exmarine que, al intentar reducir al agresor, terminó causándole la muerte por asfixia. Dado que el primero era de raza negra y el segundo blanco, la portavoz de la alcaldía neoyorquina no tardó un momento en dar el enfoque con el que el caso debía ser tratado públicamente: «El racismo que continúa permeando nuestra sociedad permite un nivel de deshumanización que niega a la gente negra ser reconocida como víctimas cuando son sujetos de actos de violencia». Así procedieron los medios estadounidenses en su amplia cobertura del suceso y también lo hizo El País, que suele reproducir fielmente sus marcos mentales y narrativas, de manera que en la descripción de los hechos nos informaba de que lo más importante era el detalle de ser «una víctima negra, a manos de un blanco», este último descrito en términos de cómic como «un justiciero en posesión de la verdad y por tanto de la fuerza, frente a un payaso inofensivo con una historia personal de desgarros».
Conmovedora historia que evocaba inevitablemente el caso de George Floyd, en el que no nos detendremos porque merece un artículo propio que de hecho ya le dedicamos. Como en aquel momento, hubo manifestaciones tanto pacíficas como violentas, vigilias, solemnes declaraciones políticas y actos públicos de contrición que culminaron con la imputación del exmarine con unos cargos que podrían acarrearle 15 años de cárcel. Entre los detalles que fueron filtrándose los días siguientes encontrábamos que la víctima en aquel momento tenía una causa judicial abierta por agresión, había sido arrestado en 42 ocasiones y varias de ellas por atacar a pasajeros del metro y, además, en una ocasión intentó secuestrar a una niña de 7 años. Parece que su descripción por El País como «payaso inofensivo» no era del todo exacta y reducir a alguien tan violento debía exigir un considerable uso de la fuerza tal como pudo verse en el vídeo (lo que, cabe suponer, aumenta el riesgo de un desenlace fatal). No deja de ser curioso que un par de semanas después de aquello, un forcejeo entre un hombre desarmado y un guarda de seguridad (de raza negra) en San Francisco terminó con el primero muerto a tiros y el segundo absuelto por tratarse de defensa propia. También hubo vídeo de ello pero este no tuvo alcance mediático, ni declaraciones políticas, ni manifestación alguna.
Pasamos a otro caso, que también implicó a un joven de raza negra con trastornos mentales y a un militar blanco, esta vez a mediados de abril de 2021 en Carolina del Sur. El primero acosó sexualmente a una mujer en un vecindario —la cual posteriormente le denunció—, molestó a varios más y uno de ellos pidió ayuda al militar, quien intervino recriminándole su comportamiento entre empujones y diciéndole, fatalmente, «estás en el vecindario equivocado» (aquí el vídeo que luego se viralizó). Esa frase quiso entenderse luego como racista por parte de alguien que, supuestamente, no querría negros en su vecindario. Medios como el Washington Post se hicieron eco del asunto y las autoridades policiales declararon que «no vamos a tolerar a la gente que sean acosadores en nuestra comunidad»… ¡refiriéndose al militar! Este fue dado de baja en de su puesto, llevado a juicio y encontrado culpable e incluso tuvo que soportar concentraciones multitudinarias delante de su casa, que tuvo de abandonar. De nuevo un vídeo sin contexto, sin que sepamos lo ocurrido previamente, se hace viral y los medios y autoridades políticas encuentran otra ocasión para realizar un juicio público paralelo encajándolo en la narrativa de la discriminación racial. Cualquier interacción entre particulares que sea grabada en móvil pasa a convertirse en una lucha simbólica que excede ampliamente a ambos… siempre que por cuestiones de raza, sexo u orientación encaje en la agenda.
Pasamos ahora al tercer ejemplo, que tuvo la mala suerte para la protagonista de acontecer el mismo día de la muerte de George Floyd, el 25 de mayo de 2020. El vídeo que se hizo viral y que recogerían también con mucho bombo los principales medios del país muestra a una mujer blanca en mitad de Central Park visiblemente alterada mientras está siendo grabada por un hombre que la está gritando, ella entonces llama a la policía diciendo que se siente amenazada por un hombre afroamericano. Un dato entendemos que descriptivo con el fin de facilitar a los agentes su identificación en caso de que huyera, pero lo repitió en dos ocasiones. Error fatal. Eso fue interpretado como racista, así que la mujer se convirtió en objeto de escarnio público, perdió su empleo e incluso fue obligada a someterse a una terapia psicológica de Teoría Critica Racial. El humorista y presentador de noticias (el equivalente allí a El Intermedio) Trevor Noah, por ejemplo, la acuso de «saber hacer un uso descarado del poder de su blanquitud para amenazar la vida de otro hombre y su negritud».
Pero antes de condenarla al infierno por haber pronunciado dos veces «afroamericano» veamos el vídeo e intentemos entender el contexto que se nos hurta. La escena tuvo lugar a las 7:30 de la mañana en una gran ciudad como Nueva York, un desconocido se acerca a ella en un lugar donde está completamente sola exigiéndole que ponga correa a su perro con una actitud hostil y provocadora, ella le responde que en esa parte no era necesario hacerlo y él le replica «entonces voy a hacer algo que no te va a gustar». Eso, francamente, no es difícil entenderlo como una amenaza ¿tan raro es que ella sintiera un ataque de pánico? ¿Y si había sufrido alguna agresión en el pasado? Nada de eso importó. En Estados Unidos hay que juzgar a las personas en función de su raza (en España según su sexo) y no según su comportamiento, así lo establece la moral progresista mediante su rodillo mediático.
Son muchos los ejemplos que podrían seguir enumerándose, pero concluyamos con uno de final feliz y quizá el más conocido. El 18 de enero de 2019 un adolescente que portaba una gorra MAGA acudió junto a los compañeros de su colegio católico a una marcha en Washington contra el aborto y, durante el acto, en determinado momento se le pudo ver manteniendo una sonrisa frente a un nativo que entonaba cánticos tradicionales. El momento fue grabado, se hizo viral y todos los grandes medios estadounidenses entraron al trapo creyendo haber encontrado algo que encajaba idealmente con la narrativa progresista: un joven blanco seguidor de Trump mostrando desprecio y acosando al miembro de una minoría… ¡rápido, que sea portada! Una vez más otro vídeo sin contexto que servía como símbolo, sin tener en cuenta a las personas de carne y hueso que lo protagonizaban y qué era lo que realmente hacían o eran más allá de su raza. El Washington Post llegó a publicar hasta 33 noticias, reportajes y columnas en torno a un chaval, Nicholas Sandman, que por entonces era menor de edad.
Pocos días después se supo que el grupo de jóvenes había sido acosado por un grupo de los llamados «Black Israelites» —creyentes en que los negros serían el pueblo elegido por Dios— que se acercó a ellos para insultarlos y entre ambos se interpuso el mencionado indígena. La sonrisa descrita como supremacista y llena de odio racial, era en realidad la de un joven que solo intentaba mantener el tipo y mostrarse conciliador en un momento de gran tensión en el que él y sus compañeros eran intimidados. Pero su imagen ya había sido objeto de escarnio mediático, así que su familia interpuso una serie de demandas millonarias contra grandes medios. Perdió algunas, aunque con el Washington Post, la CNN y la NBC alcanzó un acuerdo económico que no se hizo público. Algunos estiman que con el primero de los medios la indemnización se situó por encima del millón de dólares…
Así que, en su desigual batalla contra ciudadanos anónimos el cuarto poder, al menos de vez en cuando, también puede ser derrotado.