Después de sus magníficos, Elcano, viaje a la Historia (Ed. Encuentro, 2020) y Espinosa, el último capitán de la vuelta al mundo(Ed. Encuentro, 2022), Tomás Mazón acaba de publicar, La vuelta al mundo maldita: La expedición de Loaysa (Edaf, 2024). El resultado es el esperado: rigor, pero también emoción, pues nuestro autor no se limita a desgranar escalas y derroteros, instrucciones, fechas y hechos de armas. Mazón es capaz de transmitir los sentimientos y anhelos de unos hombres que buscaban, además de su ascenso social y material, la fama, la trascendencia, cuestiones a menudo intangibles que afloran en los numerosos documentos que ha escrutado don Tomás.
La de Loaysa es la expedición con la que se pretendía consolidar la posición española en el Maluco, archipiélago de la discordia que se disputaban las dos grandes potencias marítimas, España y Portugal, beneficiarias del Tratado de Tordesillas que dividió un mundo de todavía inciertas dimensiones, en dos mitades. Culminada la primera circunnavegación gracias al arrojo de Juan Sebastián Elcano, Carlos I se apresuró a repetir la hazaña y a buscar las riquezas de las que el gran cargamento de clavo traído por el guipuzcoano, daba testimonio, desde un nuevo lugar: la ciudad de La Coruña, en la que instituyó la Casa de la Contratación para la Especiería. Apenas repuesto de su histórico viaje, Elcano pidió hacerse de nuevo a la mar. Sin embargo, el mando de la nueva flota no recayó en el de Guetaria, sino en el personaje que figura en el título, y al que Mazón ha despojado de toda sombra de inmerecida designación debida a su condición social, toda vez que García Jofre de Loaysa acumulaba méritos propios más que suficientes para confiarle tan importante misión.
Es común que personajes históricos cuyas trayectorias corrieron paralelas despierten corrientes que, como vasos comunicantes, den y quiten simpatías. Este es el caso de Elcano y Loaysa. Para el común, Elcano habría sido relegado por una figura mejor situada en el tablero de poder de su época: Loaysa. Sin embargo, en su libro, Mazón, que incluso ha dado pruebas del mutuo afecto entre esos hombres, ha desmontado por completo esta visión maniquea. En efecto, en las páginas del libro queda claro que el comendador de la Orden de San Juan disponía de un magnífico expediente de servicios a Carlos I. Vinculado al duque de Béjar, don García había servido al rey en misiones bélicas, pero también, y esto es clave si de lo que se trata es de desenvolverse en el Maluco, diplomáticas. Antes de embarcarse hacia tan peligroso destino, en calidad de capitán general de la expedición, Loaysa había sido embajador ante el gran turco y había acompañado al joven rey a Bruselas, donde las casas nobiliarias castellanas trataban de ganar el favor regio y de hacerse perdonar, en algunos casos, pasadas deslealtades. En esas circunstancias, la elección de don García no podía deberse a un capricho o a una recomendación. Este, el rescate del verdadero Loaysa, el tornaviaje desde esa zona en sombra en la que ha permanecido ante la figura resplandeciente de Elcano, es uno de los principales logros de la obra de Mazón que, tras bosquejar las semblanzas de ambos hombres, ofrece pruebas del respeto que les unió hasta la muerte en aguas del Pacífico.
La nueva circunnavegación fue tan dura como cabía esperar. Con su habitual minuciosidad, Mazón nos conduce por el peligrosísimo Estrecho, ya de Magallanes, y el lector empequeñece ante los acantilados, percibe el miedo a las tormentas, teme a la oscuridad de las largas noches australes y se siente aliviado al salir a un océano inmenso. Ya en las Molucas, el conflicto entre Portugal y España se hace plenamente visible. Las islas de Ternate y Tidore dividen también a los naturales. La precariedad en la que vive la hueste hispana propicia deserciones pero también actos de profunda lealtad al rey, mientras se anhela la llegada de barcos procedentes de España que, en realidad, lo hicieron, gracias a Hernán Cortés, desde la Nueva España. En ese punto, La vuelta al mundo maldita: La expedición de Loaysa engrana con Espinosa, el último capitán de la vuelta al mundo, pues, al igual que le ocurriera a don Gonzalo, los intentos por regresar al Nuevo Mundo fueron infructuosos. La corriente del Kuro-Shivo tardaría en aparecer, y lo haría, años más tarde, gracias al talento de otro de los protagonistas del libro: Andrés de Urdaneta.
Las huellas de aquellas vidas y un valioso aparato documental, cierran una obra en la que se abre paso la heroicidad de aquellos hombres a los que don Tomás, del quien esperamos se vuelva a echar a la mar, ha dado lo que Hernando de la Torre reclamó al rey, fama tanto para los vivos como para los muertos, publicando «las grandes e hazañosas cosas, ansí en armas como en desventuras que por ellas han pasado, que nunca tan poca gente en ninguna parte del mundo se ha visto otras que sean sus iguales, y a ellos mesmos les parece ser imposible haber pasado por tantas y tan extrañas cosas, y les parecer ser cosa de imaginación».