En la primera democracia, la ateniense, salvo el poder ejecutivo, nombrado por el voto y controlado cuarenta veces al año por el pueblo reunido en Asamblea, los otros dos poderes del Estado, el Poder Legislativo, centrado básicamente en el Parlamento o Boulê, y el Poder Judicial, compuesto por los heliastas o dikastas, eran sacados por las tintineantes balotas de la divina Suerte. Sólo el que tiene fe sincera en la igualdad constitutiva de los hombres prefiere el sorteo al voto. Y los atenienses –y siracusanos– creían sinceramente en esa igualdad. De hecho el voto supone una quiebra palpable de esa fe en la igualdad. El sorteo fundamentó la primera democracia, en tanto que el voto fundamenta la aristocracia y la oligarquía. Pero es que además el sorteo no para de extenderse durante la historia de dos siglos de democracia ateniense como la mejor manera de resolver los problemas de corrupción, pecado inherente a todo poder político. Sorteo, dokimasía o examen de actitud, tiempo efímero en el mando, destitución del mismo en cualquier Asamblea y euthýna o rendición de cuentas al término del mandato son los cinco mecanismos fundamentales para garantizar continuamente la prevalencia de los idiotas, esto es, de los ciudadanos ordinarios.
El viejo Platón, en su polis ideal de 5.040 ciudadanos, que describe en Las Leyes (738a), afirmaba que, si bien el sorteo tiene algún inconveniente, puede conducir, sin embargo, a buenos resultados si la divinidad lo dirige y, además, es la única garantía que se opone al predominio absoluto de las clases altas, que pueden corromper el voto pero no la suerte, y de las clases cultivadas. Y lo que nos debe quedar patente y aerófano es que la elección por sorteo es la metodología básica, fundamental y definitoria de un régimen llamado Democracia. Sobre esto también Montesquieu es absolutamente concluyente: «La elección por sorteo es propia de la democracia; la designación por elección corresponde a la aristocracia. El sorteo es una forma de elección que no ofende a nadie y deja a cada ciudadano una esperanza razonable de servir a su patria (…) Solón dispuso en Atenas que se nombrasen por elección todos los cargos militares, mientras que los senadores y jueces serían elegidos a sorteo (…) Para corregir la suerte estableció la dokimasía» ( examen moral básico que se hacía a los que la Suerte había elegido, y que constaba de preguntas como ‘¿Honras las tumbas de tus ancestros?’,’¿Ayudas a tus padres?’, ‘¿Con quién viven tus padres?’ o ‘¿Quién educa a tus hijos?’), «y que cualquiera pudiese acusarle de indignidad para el cargo (apocheirotonía o propuesta de suspensión a mano alzada en la Asamblea ) durante incluso cualquier momento del mandato. Este sistema participaba a la vez de la suerte ( Democracia sensu stricto ) y de la elección ( Aristocracia sensu stricto ). Cuando acababa el período de la magistratura, debía sufrir el político otro examen sobre su manera de haber procedido» ( euthýna, y si se comprobaba que el político había robado se lanzaba al báratro ). ( Del Espíritu de las Leyes I, 2 ).
Cuando se detectaban casos de corrupción, incluso con el sorteo, los atenienses dificultaban entonces las futuras corrupciones con más sorteos sobre los sorteos previos. Por ejemplo, a finales del siglo V a. C., cuando al almirante espartano Lisandro le faltaba ya poco para dar la puntilla a Atenas en la batalla naval de Egospótamos, y después de haber sufrido el indefinible Alcibíades la derrota de Notion, los atenienses descubrieron que los pritaneîs que presidían la Ekklêsía o Asamblea y, sobre todo, el epistatês pritaneôn, que era su presidente, habían sido sobornados para valorar el número de votos que había recibido un determinado proboúleuma o propuesta de decreto de la Boulê o Parlamento. Y es que los votos reflejados por la mano alzada no se contaban, sino que se valoraban a ojo por los prytaneîs. ¿Quiénes eras los prytaneîs? Los cincuenta bouleutai o diputados elegidos por sorteo de cada una de las diez tribus que componían el cuerpo cívico del Estado ateniense, y que formaban el gobierno de la ciudad una décima parte del año, una pritaneía o 36 días, además de presidir el Parlamento y la Asamblea. Y a fin de que no se volviera a caer en la corrupción citada se instauró la figura de los proedroi, que eran nueve bouleutai sacados por sorteo de entre las otras nueve tribus ( 450 bouleutai ) que no ejercían a la sazón la pritaneía. Y también por sorteo se elegía el epistatês proédrôn, o presidente de la Asamblea. En los días de asamblea, el consejo debía convocarse temprano por la mañana para una breve reunión justo antes de la apertura de la ekklesía con el único propósito de nombrar a los proedroi que debían presidir esta ekklesía o Asamblea. La ley prescribía que un consejero podía servir como proedros solo una vez en una pritanía, y como epistatês tôn proedrôn solo una vez en un año.
Cuando se nombraba la junta de proedroi, el epistatês tôn proedrôn recibía del epistatês tôn prytaneôn la agenda para la ekklêsía o Asamblea, y la junta de proedroi ahora era responsable de la implementación de dicha agenda. Cada vez que se planteaba un nuevo tema, debían presentar el proboúleuma aprobado por el consejo, y las enmiendas o (contra) propuestas redactadas por escrito por los ciudadanos individuales, esto es, los idiotas, debían entregarse a los proedroi. Los proedroi, y en particular sus apistatês, presidían la reunión, y cada vez que se discutía un punto, las propuestas eran sometidas a votación por los proedroi, a quienes también se les encomendaba la valoración de la mayoría. Los proedroi parecen haber tenido amplios poderes. Podían negarse a someter a votación una propuesta y, por el contrario, podían ser sancionados si permitían que se votara una propuesta inconstitucional. La valoración de decidir qué había votado la mayoría era una tarea de mucha responsabilidad ya que, como antes hemos dicho, la votación era a mano alzada y nunca se contaban las manos. Si los proedroi no estaban de acuerdo, pueden haber decidido la cuestión mediante una votación entre ellos. Los proedroi podrían ser acusados de mala conducta en el cargo y llevados a juicio por una acción pública especial, llamada graphê proedrikê. En las fuentes se nos dice que la junta de los antiguos prytaneîs había sido sobornada en varias ocasiones para determinar cuál era la verdadera mayoría.
Paradójicamente, la democracia representativa o indirecta nace como desconfianza de los políticos o philótimoi hacia la masa de ciudadanos particulares o idiotas, a quienes, por el contrario, se les exige que confíen en los políticos o philótimoi. Aunque la participación de todos los ciudadanos al mismo tiempo, en todos los asuntos públicos, no es posible, ello no impide encontrar formas de reducir el número de intervinientes, como el sorteo entre iguales. La participación directa de los idiotas es un derecho fundamental que se contempla en el Artículo 23 de nuestra propia Constitución: «Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal. Asimismo tienen derecho a acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos, con los requisitos que señalan las leyes». ¿Y lo de «tienen derecho a acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos» no es una apelación ético-jurídica al sorteo? Tampoco se puede soslayar el Artículo I.2: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». Ni olvidar el Artículo 14: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». O quizás ya sólo sean pecios o rudimentos oxidados de la vieja libertad política.