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En busca de la prevalencia de los idiotas (VII)

El igualitarismo radical de la Suerte debía estar acompañado con ciertas ayudas estatales

Dentro de dos meses el Parlamento Nacional —redundancia y juego de paradiástole, todo Parlamento representa la Nación—, a espaldas de los ciudadanos ordinarios de España, nombrarán a un Presidente del Gobierno, sin que haya posibilidad para ningún ciudadano particular («idiôtês«) de proponer a otro candidato o de oponerse a los candidatos propuestos. Su nombramiento no sólo será indirecto, sino que incluso puede ser «a traición», con la inclusión posible en su gobierno de quienes tienen como principal objetivo político romper la patria. Esta práctica oligocrática y mafiosa era imposible en los comicios centuriados romanos y mucho más imposible en la Asamblea Ateniense de la radiosa Democracia Clásica. Básicamente aquel gobierno de la Atenas clásica estaba formado por una Junta de diez generales (stratêgoi), uno por cada tribu. Una vez al año se convocaba a la Asamblea a través de un proboúleuma para celebrar las elecciones. Cada tribu proponía a uno de los suyos que tenía que ser ratificado por la mayoría de la Asamblea, en la que estaba presente toda la ciudadanía ática —con un quorum mínimo de 6.000—. Antes de la votación —siempre a mano alzada—, el prostátes tôn prytaneôn, preguntaba si había algún ciudadano —idiôtês— que tuviese otro candidato alternativo de esa misma tribu. Si lo había se hacía una votación para elegir a uno de los dos candidatos. Si no lo había la Asamblea votaba sí o no al candidato propuesto por la tribu, y si lo rechazaba, en el mismo acto, la tribu debería proponer a otro candidato, y el prostátes volvía a preguntar a todos los ciudadanos (politaí) si había algún ciudadano (idiôtes) que tuviese otro candidato alternativo. Y del mismo modo se operaba con la elección de los siguientes candidatos de las nueve tribus restantes. Cuando se han aceptado los diez candidatos, se debe nombrar un nuevo candidato como rival de cada uno de los diez candidatos ya aceptados, y la votación ahora es una elección entre el candidato nuevo y el previamente aceptado. Si el nuevo candidato gana, reemplaza a su rival. Cuando no se propongan más candidatos como rivales de los candidatos aceptados, la elección habrá terminado. Esta Asamblea era de las llamadas kýria —cada pritanía tenía dos asambleas ordinarias o synklêtoi y una kýria o principal—, que se celebraba en la última pritanía anual, y solía durar entre ocho y diez horas. El pueblo comía y bebía durante la misma. Como mínimo dos grandes conclusiones sacamos de este tipo de elecciones:

1ª.- Todo ciudadano ateniense podía proponer el gobierno, con independencia de la propuesta que ya trajese cada tribu. Este procedimiento electoral muestra que incluso las elecciones complicadas pueden realizarse fácilmente mediante una serie de manos alzadas sin un recuento exacto de los votos.

2ª.- Aunque cada tribu proponía a un candidato perteneciente a su tribu, todos los ciudadanos del Ática tenían que ratificarlo, lo que garantizaba una cohesión social y política de los 139 dêmoi con independencia del territorio que ocupase. La patria (ptrís ) era una y común a todos.

3ª.- La votación a mano alzada asegura la coherencia honesta de los votantes, y hace transparentes las animadversiones y manías.

Ahora bien, si analizamos los datos epigráficos del siglo V —hasta la Guerra del Peloponeso— sobre la composición social tanto de la Cámara Representativa (Boulê), o Poder Legislativo, como de la Junta de Generales, o Poder Ejecutivo, observamos que los propietarios estaban mucho más representados en el poder político  que lo que justificaría su cantidad en el cuerpo de ciudadanos. ¿Por qué? La razón más importante se debería a que si la suerte o el voto recaían en un pobre que habitara en un dêmos lejano, éste debería renunciar a su cargo político, dado que no podría dejar el trabajo que le daba para comer y mantener a su familia, ni podría pagarse una residencia durante once meses en la capital en el caso de los bouleutai ( el otro mes se lo pagaba el Estado cuando al bouleutês le tocaba ser prítano, una especie de legislador «de guardia» de Atenas ). Estos ciudadanos que no podían pertenecer a la Boulê ni a la Junta de Generales por falta de recursos necesarios que les permitiera tener tiempo libre eran llamados áporoi. El igualitarismo radical de la Suerte debía estar acompañado con ciertas ayudas estatales que garantizasen que la Diosa Suerte funcionara plenamente.

Diodoro de Sicilia es, quizás, el autor griego que más ve como necesaria cierta igualdad económica ( isomoiría) para que sea plenamente efectiva la isonomía (igualdad de todos ante la ley). «La igualdad ante la ley es vana sin cierta igualdad de la propiedad» (Diodoro de Sicilia, 2. 39). Es por ello que en los primeros años del siglo IV a. C. la Democracia Ateniense introdujo una pequeña compensación económica para que la pobreza no fuera nunca una razón para no participar en política. Esta compensación, que seguidamente vamos a estudiar, no tiene nada que ver con los suculentos sueltos que nuestros representantes de toda laya se llegan a asignar a sí mismos, sin pudor ninguno. Traducido aquel montante a la actualidad aquella paga era aún más pequeña que el estipendio que hoy se da a las tres personas que hoy forman las mesas electorales. Se llamó Ekklesiastikón a la compensación que se pagaba a los ciudadanos por asistir a la Asamblea. Antes del ekklesiastikón, que servía sólo para comprar un kilo de pan, los atenienses aplicaban diversas medidas coercitivas para obligar a los ciudadanos a asistir a la Ekklêsía o Asamblea. Antes de que se abriera una sesión, por ejemplo, una fila de arqueros escitas —el cuerpo de la policía ateniense: ningún ciudadano libre podía ser detenido por otro ciudadano ateniense (esta sensibilidad moral hoy ya no se entendería entre nuestra masa porcina)— cruzaba el Ágora sosteniendo una cuerda teñida de rojo y empujaban con ella a la gente del Ágora hacia la Pnix, la colina en donde se celebraban las asambleas. Un hombre que tenía la túnica manchada de tinte rojo incurría en una pequeña multa (Véanse Los Acarnienses, de Aristófanes, versos 21-22), pero, sin embargo, a pesar de estas pequeñas multas la asistencia era a menudo insatisfactoria. En el siglo IV, los atenienses introdujeron el pago por asistencia, aparentemente con buenos resultados. En la década de 390, Agirrio introdujo por primera vez una tarifa de 1 óbolo, con el que se podía comprar, ya hemos dicho, un kilo de pan; luego Heracleides de Clazomene una tarifa de 2 óbolos; y luego otra vez Agirrio una tarifa de 3 óbolos. En las Ekklêsiazousai, presentadas entre el 393 y el 392, Aristófanes se burla del hecho de que una paga de 3 óbolos hubiera inducido a un gran número de ciudadanos a asistir a la ekklesía (también tenemos esta información en los versos del 329 al 331 del Plutos). Esta asignación era pagada por los thesmothetai, de quienes ya hemos dicho en una de estas entregas que eran una especie de Tribunal Constitucional. En uno de sus discursos Demóstenes menciona asignaciones de 1 dracma y 4 óbolos respectivamente. La referencia puede ser a la paga que se recibía por asistir a las asamblea a mediados del siglo IV; es decir, 1 dracma para una ekklesía kýria y 4 óbolos para el otro tipo de asambleas, las ordinarias (synkletoi). En la primera Pnix no cabían más de 6.000 ciudadanos, y sólo se pagaba hasta que se llegaba a ese número, pero después de la reconstrucción del lugar de reunión en los años 340, el auditorio podía albergar a todos los que se presentasen, y en este período, y a pesar de la derrota helénica en Queronea ante Filipo y un jovencísimo Alejandro mandando la caballería, se siguió  la tarifa a todos los que querían asistir. La tasa ahora había subido a 1 dracma para una ekklêsía normal y dracma y medio para una ekklesía kýria, que probablemente era más larga que las otras reuniones. Suponiendo que 6.000 fuera la asistencia normal, el gasto por ekklesiastikón ascendía a 45/50 talentos por año (6000x30x1 dracma+6000x10x1´5 dracmas). Recordemos que el sistema monetario ateniense se fundaba en el Decreto de Clearco: 6 óbolos=1 dracma; 100 dracmas=1 mina, y 60 minas=1 talento. Esto es, si suponemos que un óbolo viene a ser tres euros (=1 kilo de pan ), el sistema democrático valía a la ciudad de Atenas cinco millones cuatrocientos mil euros cada año. Hoy sería una bagatela para Ayuntamientos de más de treinta mil habitantes, que suponen menos que la décima parte del tamaño de las dimensiones que tenía aquella Atenas ( alrededor de 340.000 habitantes ). El precio de la libertad política no era excesivamente alto. En tiempos de paz, el pago por asistencia a las asambleas debió ser una de las partidas más importantes del presupuesto, junto con los pagos del Theorikón que no se pueden calcular; pero que debieron ser considerables, ya que son descritos por Démades como «el pegamento de la democracia» (Plutarco, Moralia, 1011B). Llamamos Theorikón al dinero que se daba a los pobres para pagar su localidad en el teatro. Y es que los espectáculos de la Atenas Clásica constituían la escuela de la Democracia.

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