Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

ESTANQUEROS DE LIRCAY II

El infierno de una sociedad sin perdón

Una sociedad que sustituye la alianza, el sacramento y la tradición por el contrato o el acuerdo es una sociedad herida de muerte, en disolución. El perdón era la pieza que daba sentido al mosaico del Occidente. El extrañamiento de la culpa ha llevado al autoconvencimiento sartreano de que el infierno son los otros

Santiago de Chile, sábado 8 de junio, primera hora de la tarde. Las nubes han despejado, el ciclón que asediaba la ciudad ha cejado en su empeño por velar la belleza telúrica de Nueva Extremadura. Tras las lluvias, la cordillera se ve espléndida. Se erige imponente contra dos formas de barbarie moderna: la densa bruma del esmog y la grandiosidad artificiosa de los rascacielos. Cuando veo el amasijo de acero y cristal aséptico no puedo dejar de pensar en qué sentirán los arquitectos de esta nueva babilonia del business al comparar sus obras con la majestuosa masa andina. La cordillera se despliega en el horizonte como un escudo gélido que emerge del corazón araucano… Nos observa desde todas partes, vigía de los acontecimientos de esta nación.

Paseo por el acogedor y céntrico Barrio Lastarria (el cual, según cuentan los lugareños, se ha deteriorado mucho en los últimos años). En compañía de mi amigo Emiliano, el anfitrión que cualquiera desearía tener en un país ajeno, vamos de camino a la librería de viejo “El Cid Campeador”. Por cierto, nombre perfectamente escogido para una librería que sobrevive aún con olor a polvo entre pilas y pilas de libros anárquicamente dispuestos contra el escrupuloso orden homogeneizador de las librerías y locales gentrificados de en derredor.

Peripatéticamente, como acostumbran a ser nuestros paseos, hablamos del terrible vacío que ha dejado en nuestra sociedad la ausencia de perdón. La cantidad de daños colaterales, profundas heridas insanables y traumas que genera esta ausencia. El rencor y el ensañamiento que aflora en las parejas cuando no existe la posibilidad de la reconciliación. Las violencias vicarias… Y, sobre todo, el daño que ha ocasionado la lógica liberal-contractualista en las relaciones humanas (puesto que en los contratos siempre hay una cláusula de interrupción o salida): pensemos, por ejemplo, en los contratos —a lo 50 sombras de Grey— del BDSM o en los contratos (acuerdos) de las relaciones poliamorosas, esto es extrapolable hoy día a cualquier relación interpersonal. ¿Cómo puede la visión contractual-carente-de-perdón contraprogramar el ritmo frenético de una sociedad hipersexualizada e hiperhedonista? ¿Acaso no forma parte de su sustrato antropológico disolvente? Esta institución, el “Perdón”, era la dovela central de un arco cuyos sólidos cimientos se aposentaban sobre la alianza, el sacramento y la tradición. La alianza implica un pacto que se sella en presencia de la comunidad; el sacramento implica un pacto que se sella ante la atenta mirada de lo alto; la tradición implica un pacto que se sella y se renueva en presencia de la comunidad de los que nos precedieron. El perdón es vertical y horizontal. Por el contrario, el contrato es horizontal, dos partes (libres e iguales) en presencia de un juez o sacerdote civil.

Como decía, íbamos hablando de estos temas cuando, Emiliano rescató de entre la infinita pila de libros un ensayo de mi admirado Higinio Marín. La obra en cuestión, El Hombre y sus alrededores, fue publicada en 2013. Lo curioso del asunto no es que me encontrara con un libro de Higinio a 10.000 kilómetros de distancia al otro lado del Atlántico, sino que en cuanto me puse a escudriñar en el índice encontré que dedica todo un capítulo entero a la cuestión del perdón (que va precedido de reflexiones en torno a la familia, el matrimonio, la autoridad y el deseo, entre otros temas). Providencial.

En cuanto pasó supe que tenía que escribir al respecto, pese a no haberlo leído aún. Puesto que Higinio no necesita controles de calidad ni credenciales de ningún tipo. Como diría uno de mis mejores amigos: “Es firma seria”. Por ello, estas líneas no son sino un manojo de reflexiones suscitadas por la lectura de dicho capítulo, no tiene la pretensión de ser una reseña al uso, más bien una suerte de pensamientos en voz alta.

La primera idea que me gustaría señalar, siguiendo a Higinio es la del extrañamiento de la culpa y la subsiguiente pulsión de inocencia en nuestra cultura: “desde el inicio de nuestra época, asistimos al intento de extrañar la culpa, es decir, de desentrañar de la interioridad del hombre poniendo sus causas fuera de él: la civilización, la propiedad, la desigualdad, la explotación, la represión, las prefiguraciones genéticas o etológicas. Una vez extrañadas las causas del mal cabe suprimirlas mediante la acción social y política, pedagógica o terapéutica y desarraigar la culpa de la conciencia humana”.

¿Acaso no es esta la operación del progresismo y su retórica victimista? Las ciencias sociales positivas han creado toda una literatura cuyo axioma es este extrañamiento. La culpa no es ya del sujeto volitivo, sino de las estructuras en abstracto. La represión la protagoniza el universal “hombre”. La suma de violencias y agravios deviene patriarcado, machismo… Y el sujeto paciente, la víctima es también universal, la mujer. El móvil, los condicionamientos concretos y el ambiente dan lo mismo, la “violencia de género” es un extrañamiento. La culpa —que antaño era intransferible— se transfiere a las estructuras. Esto guarda estrecha relación con la ausencia de perdón. Puesto que, si existen de antemano víctima y verdugo, la reconciliación no sólo no es posible, sino que se considera injusta (en tanto que prolongación de un mal social primigenio). En palabras del filósofo: “Hay, pues, en la cultura contemporánea una latente pero decisiva pulsión de inocencia, o, si se quiere, una repulsión de la culpa que lo es también en buena medida de las religiones de salvación”. Si hay una predisposición casi genética a la violencia por parte del hombre, lo lógico es establecer mecanismos contractuales de salida de emergencia. Si se dan los condicionantes X, como el mero “carácter incompatible” de la pareja, el contrato concluye.

Esta salida infantil y egoísta exculpatoria colisiona frontalmente con el reconocimiento de la falta o de la culpa: “Al contrario de quien pide disculpas, el que pide perdón confiesa mediante esa misma petición su culpa”. Pero el neopuritanismo se ensaña con quien reconoce el error. Nadie quiere poner su cerviz bajo la guillotina posmoderna. Por otro lado, “perdonar es aceptar esa declaración y suspenderla”. Pero, ¿si se ha externalizado la culpa no deben ser juicios sumarios los que dictaminen sentencia? En esto, el progresismo es consecuente… Si la culpa no pertenece de forma intransferible al sujeto, sino a las estructuras, la condena debe ser pública y disciplinante. Se borra así de un plumazo la imputabilidad de los actos. Pero al mismo tiempo, hay una moral pública del escándalo y si todo lo personal es político, hasta la ruptura amorosa más banal puede —en determinadas circunstancias— convertirse en el escarnio del año. La lógica panóptica del ‘Me too’ acecha a cualquiera (incluso a sus promotores). Con este panorama, ¿quién está dispuesto a practicar el perdón (en uno u otro sentido) si sale más rentable liquidar la relación?

Al mismo tiempo se niega el mal en sí. Una segunda operación es la negación relativista del mal. De modo que: “Esta suma de relativismo moral y determinismo cientificista es la forma consciente de la pulsión de inocencia que caracteriza a nuestras sociedades y que tiene por objeto descargar al ser humano de la culpabilidad que le oprimía y sustituir la acusación ‘religiosa’ de que existe el pecado y la culpabilidad” por una acusación “pararreligiosa” que está construida desde las atalayas de la sociología y la psicología modernas.

Una segunda idea que resulta interesante es el dictum tomista de que la desesperación es el camino allanado para pecar libremente. Puesto que como sugiere Higinio Marín: “En ausencia del perdón la ley se erige en un memorial de la culpa que ella misma genera y cuya erradicación sólo cabe mediante la abolición de la ley misma”. ¿Por qué si no, hay toda una cultura de la infidelidad en la actualidad que trata de naturalizar un comportamiento a todas luces dañino? ¿Cuál es el consejo más habitual entre amigos cuando van mal dadas? “Déjalo tía, hay muchos peces en el mar”; “No vale la pena, bro. Mira por ti”. Porque el contractualismo-carente-de-perdón no puede sostener el vínculo desde la fría letra de la ley. Porque la olla a presión compuesta de sujetos infantilizados (no dispuestos a sufrir por el otro) empuja a la abolición de la ley natural que suponía el anhelo de formar una familia, tener descendencia y envejecer junto al cónyuge.

Si bien considero que la culpa es individual e intransferible, esto no significa que la ausencia de perdón no tenga efectos macrosociales. La fragilidad emocional y espiritual de los jóvenes (causa y efecto) está generando un hummus propicio para la socialización del rencor, está preparando el camino hacia una generación del rencor. Y como bien apunta Higinio Marín: “Si el perdón desaparece de la experiencia espiritual de una conciencia y de una comunidad espiritual que, no obstante, sigue afincada en la culpa, entonces la experiencia de la existencia de la ley se asocia a la de la culpa como su causa, que a su vez se impone como inevitable y condenatoria, es decir, como predestinación funesta”.

Quizá fuera Jean-Paul Sartre el culpable al exclamar rabiosa y autocomplacientemente: “L’enfer, c’est les autres” (El infierno son los otros)…

Más ideas