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Hollywood en el frente: así cambió el cine al nazismo

La industria cinematográfica estadounidense jugó un papel muy relevante durante el propio desarrollo de la guerra

La Segunda Guerra Mundial fue el mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad y sin duda ha sido también el que más veces se ha llevado a la gran pantalla. En los últimos años, sin ir más lejos, nos han llegado títulos como Dunkerque, Jojo Rabbit, Midway o Hasta el último hombre.

La fascinación de Hollywood por este conflicto continúa hasta nuestros días, pero la industria cinematográfica estadounidense jugó un papel muy relevante ya durante el propio desarrollo de la guerra. Para entender esto es clave tener en cuenta que en aquella época unos noventa millones de estadounidenses iban al cine cada semana, por lo que, junto con la radio, la vía más directa a las mentes y a los corazones del público norteamericano eran las películas.

Por tanto, ante el estallido del conflicto, Hollywood puso en marcha una poderosa maquinaria propagandística alentada y seguida de cerca por el Gobierno. Cientos de filmes con el objetivo de convencer a la opinión pública de la necesidad de entrar en guerra y, tras el ataque a Pearl Harbor, de alzar la moral de la población civil.

Hollywood cumplió con creces y respondió a la guerra con el patriotismo esperado. En concreto, aceptó restricciones de financiación, produjo documentales de movilización —poco rentables pero claves para el reclutamiento— y permitió a la Administración que utilizase las salas para exhibir propaganda. Además, los rostros más conocidos del Hollywood de la época prestaron su imagen para recaudar bonos benéficos de guerra, mientras que todos los estudios, con la excepción de Paramount, dejaron que sus guiones fueran leídos y supervisados por representantes del Gobierno antes de rodarse.

Cinco generales con una cámara al hombro

El Gobierno, además, fichó a algunos de los más grandes directores del momento —y, cabe añadir, de la historia— y les encargó la misión de que filmaran películas y documentales en la primera línea del frente. De entre la nómina de realizadores que viajaron a Europa y al Pacífico destacan John Ford, que inmortalizó a la US Navy en La batalla de Midway; Frank Capra, con su serie de documentales Why we fight (por qué luchamos); John Huston, que filmó las victorias aliadas en Túnez e Italia; William Wyler, que contó la guerra desde el cielo a bordo de un bombardero B-17; y George Stevens, que rodó el desembarco de Normandía, la liberación de París y los horrores del campo de concentración de Dachau.

Parte del material filmado por estos directores se presentó como prueba contra los jerarcas nazis en los Juicios de Núremberg. Además, algunas imágenes rodadas por John Ford durante el Día D permanecen hoy en día clasificadas por el Departamento de Defensa.

Pero, además de los filmes de tipo documental, los estudios trataron el desarrollo de la guerra en múltiples películas comerciales. Una de las que tocó de forma particular la conciencia del pueblo norteamericano fue El gran dictador (1940). Charles Chaplin fue de los primeros en verle las orejas al lobo que era Hitler. Esto le llevó a abandonar sus reparos por el cine sonoro (todas sus películas hasta entonces habían sido mudas) e incluir el inmortal discurso final de la película. En aquel momento, el mundo escuchó por primera vez la vibrante voz del genio británico del celuloide llamando a la paz mundial.

El legendario director alemán Ernst Lubitsch siguió la estela de Chaplin con Ser o no ser (1942), una desternillante comedia que con los años se ha convertido en una de las cumbres del género. Cabe mencionar que la protagonista femenina, Carole Lombard, una de las grandes estrellas de la época, no llegó a ver el estreno, ya que murió en un accidente de avión tras haber participado en un acto de promoción de los bonos de guerra impulsados por el Gobierno americano. Lombard fue la primera baja que Hollywood aportó a la causa. Al día siguiente de su entierro, su marido, el mítico actor Clark Gable, se alistó en la Fuerza Aérea.

Antes de viajar al frente para documentar la guerra, el director William Wyler rodó una de las películas que más impacto causó en la postura del pueblo americano ante el conflicto, La señora Miniver (1942). La famosa última escena del sermón en la iglesia constituye un auténtico llamamiento a filas a la población civil.

Por más que no pretenda ser exhaustiva, esta enumeración no puede terminar sin Casablanca (1942). La cinta protagonizada por Humphrey Bogart y Ingrid Bergman iba a ser una más de las muchas películas que la Warner Brothers produjo en aquellos años como propaganda de guerra. En vez de eso, y casi de milagro —ya que el guion fue escribiéndose casi conforme se rodaba—, el filme de Michael Curtiz se ha convertido en una de las películas más queridas de la historia. Y, aunque efectivamente Casablanca haya trascendido el género del cine de propaganda, no puede dejar de mencionarse la archiconocida escena del canto de La Marsellesa en el café de Rick, una perfecta metáfora de cómo el protagonista estadounidense se suma a la rebelión por la libertad de la que ya participaban sus colegas europeos.

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