San Francisco, la muy progresista ciudad estadounidense donde Kamala Harris se fogueó como novia de quien pudiera enchufarla, es en estos tiempos un agujero de criminalidad y drogadicción a la puerta de Silicon Valley, pero en los años 1970 tenía fama internacional.
En diciembre de este año se cumple el 50 aniversario del establecimiento de una pacífica comuna fundada por hippies de San Francisco en Jonestown, un solar lleno de jungla en Guyana. El líder de estos hippies con pelo largo y aficionados a fumar porros y la comida vegetariana orgánica era Jim Jones, un tipo con todo tipo de contactos en la cúpula progresista de San Francisco y toda California.
De hecho, el proyecto recibió todo tipo de bendiciones y alguna que otra subvención política: Jones era, por un lado, el típico predicador estadounidense acostumbrado a pedir fondos y descubrir nuevos pecados; pero, por otro, era un perfecto progresista que se pasaba el día clamando contra el machismo y el racismo y, por ello, tenía una congregación con un gran porcentaje de negros y mujeres. El bueno de Jim era eso que en los 1970 se llamaba de forma entrañable un “cura del pueblo” en versión yanqui, más rojo que Stalin, más salido que un adolescente en una fiesta de Playboy y más destructivo para el cristianismo que una fiesta del Orgullo Gay en el Vaticano.
En muchos sentidos, Jim Jones era paradigmático y, por ello, común. Todos hemos conocidos a uno de estos curas, probablemente rodeado de jóvenes de pelo lacio que cantan canciones religiosas con guitarra hasta que misteriosamente desaparecen de la iglesia para nunca jamás volver, sabe Dios por qué. En otros sentidos, el caso de Jones es único, porque acabó en una de las mayores masacres de la historia estadounidense.
El Día de Acción de Gracias, 18 de noviembre, de 1978, 918 miembros del Templo del Pueblo en Guyana se suicidaron en masa o fueron asesinados por Jones y sus adláteres, finalmente superados por las dificultades que encontraron en Guyana, la escasez de fondos y la certeza de que la justicia estaba a punto de poner fin a su aventura, debido a varias investigaciones sobre abusos de todo tipo en el Templo del Pueblo, además de asesinatos anteriores.
El final de la desventura de Jones es más o menos bien conocida (se han hecho múltiples documentales y alguna película) pero todo lo que vino antes del exilio en Jonestown y, sobre todo, los detalles sobre cómo Jones logró el apoyo político y financiero para llevarse a más de 1.000 personas a la jungla trazan una historia que la izquierda estadounidense lleva años ocultando.
Es importante entender que los fieles del Templo del Pueblo eran utilizados para fines políticos por el Partido Demócrata en San Francisco. Actuaban como voluntarios para protestas o haciendo campaña electoral en nombre de aspirantes progresistas a cargos públicos.
Éste es, en el fondo, el motivo por el que la clase política de San Francisco (la más izquierdista de EEUU) convirtió a Jones en un actor político por derecho propio. Muchos le dieron todo el crédito por la ajustada victoria de George Moscone en la segunda vuelta de las elecciones a la alcaldía de 1975; el cura del pueblo fue nombrado por Moscone director de la Autoridad de Vivienda de San Francisco. Elogiado como un héroe de la justicia social y un cruzado por la igualdad racial, Jones se convirtió en una figura importante en la política demócrata.
Entre los defensores de Jones estaba Harvey Milk, también recién llegado a San Francisco. Milk, activista gay cuyo asesinato (por motivos políticos, no homófobos) días después de la masacre de Jonestown llevó a Hollywood a dedicarle una hagiografía doblemente oscarizada y protagonizada por el entonces famoso Sean Penn, asistió a los servicios en el Templo del Pueblo docenas de veces y escribió cartas efusivas a Jones; incluso después de que la controversia empezar a rodear a Jones en Guyana, Milk dedicó bastante tiempo a escribir al presidente estadounidense, Jimmy Carter, para defender a su cura favorito.
Milk no era el único fan de Jones. Muchas otras figuras poderosas en el Partido Demócrata (como el gobernador Jerry Brown, el columnista Herb Caen y el vicepresidente Walter Mondale) buscaron la bendición de Jones y expresaron admiración por su dedicación a la igualdad racial y a un mundo mejor.
Es curioso ver cómo el ascenso al poder de Moscone, impulsado por Jones, permitió la entrada en la política por la puerta grande de figuras luego muy prominentes en el Partido Demócrata, como Dianne Feinstein y Nancy Pelosi. Más curioso es ver que Willie Brown, quien sucedió a Moscone como alcalde Washington, calificó a Jones como «una combinación de Martin Luther King, Jr., Angela Davis, Albert Einstein y el presidente Mao».
¿Y saben quién fue la joven ambiciosa que se enrolló con el entonces casado Brown y logró impulsar su propia carrera política, llegando a fiscal de distrito en San Francisco? Exacto, Kamala Harris, la mujer que está ahora a un disparo certero contra Trump de llegar a la presidencia estadounidense.
Cuando en 1995 tomé un autocar desde Colorado hasta California, iba pensando en la canción sobre cómo uno debería asegurarse de llevar flores en el pelo cuando llega a San Francisco. Iluso. Debería haber recordado “Helter Skelter”, la canción de los Beatles que inspiró a Charles Manson cuando cometió el horrible asesinato de Sharon Tate en 1969.