Julien Freund y la imaginación del desastre (I)

La Resistencia y las prisiones de la Ocupación fueron las experiencias vitales determinantes de uno de los grandes pensadores políticos del siglo XX

“En política hay que anticipar no lo mejor, sino lo peor, para que eso peor no suceda”. Este es, según Julien Freund, el precepto político fundamental. El aforismo sintetiza con una exactitud absoluta la visión de la política de un linaje de pensadores políticos que arranca convencionalmente –al menos en Occidente– de Tucídides, de nuestro padre Tucídides. Sin embargo, esa actitud se registra igualmente en los grandes escritores políticos de otras civilizaciones: los chinos Han Fei y el príncipe Shang, el indio Kautilya y otros. Esta visión de la política se opone a la divisa contemporánea, de hecho una “autoprofecía utilitaria” al servicio de la pretendida soberanía democrática (partidocrática), según la cual “Nada malo puede suceder”. Ahora bien, la inteligencia política que se alimenta de “la imaginación del desastre” –en mi opinión la quintaesencia del realismo político– tiene trato de “pesimismo”. Es el caso de Julien Freund, sometido a la dura prueba de la guerra (resistencia, partisanismo, campos de prisioneros) y, en la paz, a una suerte de exilio interior. En realidad, contrariamente al estereotipo del reaccionario desencantado, Julien Freund, “un hombre feliz”, ha sabido superar las grandes decepciones de su vida abriéndose a la esperanza, actitud compatible, sin duda, con la dureza de las situaciones a las que nos enfrenta la decadencia. Y siempre bajo la sombra tutelar de Maquiavelo.

En el día de ayer (sábado 29 de marzo) se celebraba en Metz, en el hermoso claustro de los Recoletos y auspiciada por la Société d’Archéologie et Histoire de la Lorraine (SAHL), una jornada de homenaje al gran prensador político francés, lorenés de nación, coincidiendo con los actos del LXXX aniversario de la Liberación de la Lorena. Pero este año se cuentan también sesenta desde la publicación, en 1965, de La esencia de lo político, su obra maestra. Es la ocasión perfecta para recordar y actualizar su pensamiento.

La experiencia, clave de acceso al pensamiento de Julien Freund

En su extraordinario libro dialogado La aventura de lo político (Encuentro 2014), Julien Freund evoca ante el padre Blanchet su encuentro con Günter Maschke en el famoso coloquio internacional de Speyer de 1986, el primero y más importante de los dedicados a Carl Schmitt. Freund recuerda su intervención como una consoladora sacudida intelectual: “Sus palabras me chocaron y consolaron”. Mi amigo Maschke le revela su conversión al realismo político después de su jornada en la Cuba castrista (1968-1969), de donde es expulsado por su amistad con el solyenitzin cubano, el escritor Heberto Padilla, o, según las categorías de ese chocante estalinismo tropical, por su implicación en “actividades contrarrevolucionarias”. El antiguo miembro del grupúsculo comunista Subversive Aktion le hace esta confidencia: “Luchábamos contra un enemigo, pero no sabíamos quién era. Lo veo claro cuando leo a Carl Schmitt”. “Una experiencia como esa”, nos dice Julien Freund, “nos transforma y le da gravedad a las palabras”. Precisamente Maschke, espíritu congenial del autor de La esencia de lo político (CEPC 2018), escribe: “Erfahrung ist das Schlüsselwort Julien Freunds”.

La experiencia es, pues, una de las nociones clave de la obra de Julien Freund y a ello le he dedicado alguna atención en el prefacio a la nueva edición de La décadence (Cerf 2023). “La experiencia, nos dice Freund, es una sabiduría que se adquiere con el tiempo y la acumulación reflexiva de conocimientos”. Freund ha elaborado, como Max Weber, un concepto no empirista de la experiencia, despreciada por Kant y ridiculizada por el intelectualismo postkantiano. Para él, Kant quiere decir “una ruptura entre experiencia y metafísica”. La experiencia de la vida (le vécu, die Erfahrung) es un vivir auténtico, ni intelectualizado ni adulterado; tampoco tipificado: así sucede a su juicio con la Erlebnis (vivencia) de la filosofía moderna, desprovista generalmente de sentido cualitativo, como las series estadísticas. La experiencia humana está hecha de momentos felices y desgraciados, por los que atraviesa sin solución de continuidad el ser de accidentes que es el hombre. Nada nuevo que invite a la desesperanza. Todo lo contrario, Freund manifiesta una esperanza apasionada: “La desesperanza arrastra al hombre”, en cambio, “quien sabe esperar nunca estará desamparado”. Su esperanza, conviene destacarlo, no solo se alimenta de la experiencia del tiempo, sino también de la fe en la trascendencia: “Tengo conciencia de que soy un ser profundamente religioso”.

En punto a la condición humana, Freund, a su modo, manifiesta el mismo sentir que Montaigne: es caótica la vida, una sucesión interminable de discontinuidades, oscilaciones y fluctuaciones. Para el discreto filósofo girondino no hay ser como el hombre: “¡Cómo es el hombre! Extraordinariamente vano, diverso y fluctuante”. Lo hubiera escrito también Vilfredo Pareto, una de las afinidades electivas de Freund: los asuntos humanos trazan siempre una línea ondulante que lo mismo sube que baja. “Mi experiencia personal es la base de una reflexión teórica y científica”, escribe Freund. No es una mera opinión aproblemática, sino la cifra desafiante de su veracidad intelectual y el corolario biográfico de su antropología metafísica: el hombre es naturaleza con historia. “La naturaleza humana se expresa en la historia”, escribe Freund en otro lugar, de modo que enfrentarlas constituye un error.

Meditar la experiencia

La experiencia no es en sí misma conocimiento indeterminado o espontáneo, no es un “puro saber”. No hay hechos en sí inmediatamente registrados en la memoria por la sensibilidad o transformados en pensamiento, de modo automático, por el entendimiento. La experiencia necesita ser meditada. Requiere por ello tiempo y silencio: “Una concentración persistente en el tiempo, en la durée”. No en vano, Freund vive muchos años retirado en sus soledades de Villé, el pueblo de su mujer, liberado de preocupaciones materiales y de solicitaciones administrativas y lejos de las intrigas y las ambiciones mezquinas del planeta universitario. “La meditación invita naturalmente al silencio y, siquiera relativamente, también a la soledad”. Por eso, tal vez, le gusta tanto citar a Descartes en la biblioteca de su casa, en el Camino de la Schrann: “Me pasaba todo el día encerrado en mi cambra, entreteniendo mis ocios con mis pensamientos” (Discurso del método). En la misma “apacible soledad” cartesiana, el alma de Freund se explaya y se distancia de los sucesos. Como explica Carlo Gambescia, Freund es “un centinela y un guardián de los hechos”. De un modo u otro, todos los realistas lo son, pues viven siempre atentos, custodios de la realidad (stare a guardia dei fatti). Incluso Schmitt ha hablado del magnífico aislamiento de Freund en su fortaleza de Villé.

La meditación es distanciamiento, “la fuerza del espíritu que vela para poner orden en las cosas y en las ideas y se aparta de los propios impulsos”. Una intimidad de la conciencia consigo misma que constituye la vía clásica de la metafísica. Además de la “libertad de presupuestos”, condición esencial de la filosofía, el pensativo necesita también del coraje para sacar conclusiones. No es fácil apostarse a contracorriente. Su atrevimiento es una gallardía natural, pero también es sinónimo de una fidelidad a lo real a prueba de decepciones. Tal actitud determina que su teoría política tenga realidad y que se haga finalmente verdad intrínseca, pues a ella llega el autor comprometiendo la propia vida en un esfuerzo ordenador. Quien medita observa la sustancia de las cosas, no su idea a priori. Solo así se manifiesta en la meditación lo que toda experiencia, particularmente la experiencia política, tiene de relativo o de absoluto y constante. En el fondo, meditar es una manera de reintegrar la experiencia.

La decepción del resistente

La Segunda Guerra Mundial cambia el destino de Julien Freund. En apenas seis años vive casi todas las vidas posibles para un francés de la moribunda III República, menos la del encuadramiento regular en un ejército cuya desbandada de mayo y junio del 40 consterna al piloto Saint-Exupéry o al mismo general Charles de Gaulle, profeta de la guerra mecánica que empieza el 10 de mayo. Rehén del invasor, refugiado, clandestino, terrorista, prisionero, evadido, maquis, periodista y político. El cursus honorum digno de un compagnon de la Libération o de un diputado de izquierdas de la Asamblea Nacional de la IV República…

Freund conspira en Clermont Ferrand y prepara su diploma de estudios superiores con una disertación sobre “El papel práctico de las ideas en Kant”. Constituido en Clermont-Ferrand el movimiento Combat, son los llamados gergoviotas sus primeros adherentes, integrantes de un grupo de choque: Groupe Franc de Combat. Freund es uno de ellos. Pasa Freund a la acción y pasará también por varias prisiones antes de su reclusión en la fortaleza de Sisteron. ¿Qué hacer en la cárcel, además de intentar escapar? Reconstruir el mundo sin las determinaciones concretas del espacio y el tiempo, prescindiendo de la experiencia política general, sin cuidarse de la pluralidad y la divergencia de opiniones, sin atender a otros dictados que los de la razón abstracta o de una de sus formas atenuadas, la razón jurídica normativa. Freund completa un cuaderno con un minucioso plan para la reforma de la sociedad. En él está ausente, a buen seguro, el problema capital del poder y su conquista. Sufre, dirá más tarde, de una “doble ilusión”: cree en la transformación de la sustancia de la política y en la edificación de una sociedad inédita, mejor que todas las anteriores. “Estaba convencido, como la mayoría de resistentes, que íbamos a ser capaces de inaugurar una política absolutamente inocente y construir una sociedad que definitivamente superaría la historia pasada. No creíamos revolucionarios y l’homme révolté de Albert Camus era nuestro modelo”. Rebeldes, inconformistas metafísicos que reniegan de la condición humana y aun de la creación entera, según Camus.

Freund escapa de Sisteron y se encuadra en una partida de la resistencia de los Francs-Tireurs et Parstisans de France (FTPF), de estricta observancia comunista. Aparentemente, Freund escoge la esclavitud y recibe cada día su dosis de marxismo-leninismo. En realidad es inscrito forzosamente en el Partido Comunista Francés. Conoce desde dentro las maniobras comunistas y no le gusta lo que ve, empezando por la lucha entre los FTPF y la no comunista Armée Secrète, que disuelve la sagrada unión patriótica de la propaganda. Comparada con esa guerra civil atenuada, la Resistencia anterior a 1943 que él ha conocido no era sino “una estéril agitación intelectual”.

La Resistencia ha sido para Freund su experiencia vital determinante. La experiencia de su vida. Su escuela de vida. Ha aprendido. Puede decir que su concepto del mundo ya es el del hombre maduro o experimentado. Retrospectivamente reconoce que es en ese momento cuando empieza a sentir y pensar de un modo con el que ya se identifica: “Con experiencia de la vida, serenidad, determinación e ironía”. Así lo cuenta en un libro colectivo de experiencia personales decisivas publicado en Alemania en la década de los 70. Esos años difíciles le han enseñado que nadie puede comprometerse hasta el fondo en política y salir con las manos limpias, siniestra fantasía del intelectual político o del intelectual que politiquea. “Mis manos están manchadas, lo admito, pero no me jacto de ello”, confiesa Freund en una estación de radio alemana en 1975: “No soy de la cofradía de Jean-Paul Sartre”, prototipo del intelectual de izquierdas, quien confunde interesadamente el problema de la violencia política y la moraliza… “tal vez porque él no fue nunca un verdadero resistente”. Freund tampoco quiere justificarse con la pureza de su intención, pues “eso sería indigno por [su] parte”. Quien canta la palinodia suele ocultar sus intenciones mediatas. Los descargos de conciencia desinteresados son muy raros en la política. ¿Lo haría de nuevo? “Solo un pedante se juzgaría a sí mismo en estos términos”. Partisano, guerrillero o chuán, sería cobarde acusarse por combatir una tiranía. Ello no quita que, desde un punto de vista jurídico, su actividad fuera ilegal y contraria a las leyes de la guerra, es decir, “terrorismo”.

Pequeña digresión sobre un equívoco: ¿partisano, perturbador del orden o terrorista?

En sentido estricto Freund no ha sido partisano (Partisan) ni perturbador (Störer), sino terrorista (Terrorist), al menos durante su actuación en Combat. “Wir waren echte Terroristen”, es decir, “terroristas genuinos”, independientes de Londres y cuya única finalidad es atentar: he ahí la respuesta de Julien Freund a Rüdiger Altmann en el simposio schmittiano de Speyer. Ahora bien, sus acciones eran la expresión de un “terrorismo de ocasión”, no “de principio”. Una afirmación difícil de asumir, en cualquier caso, para quien considera la realidad de la guerra según categorías ideológicas y toma a los partisanos-terroristas como “hijos de los ángeles”. Por ejemplo, para uno de sus interlocutores en Speyer, el juspublicista Reinhard Mußgnug, quien se muestra casi ofendido porque, en su concepto, un adversario de Hitler y Vichy, en suma, un “antifascista” como Freund, no puede ser lo que él entiende, vagamente, por terrorista: un “ser en la bohemia de la criminalidad” y sin nobles ideales.

El intercambio, que reproduzco por su interés, es revelador de dos mentalidades políticas irreconciliables. “R. Mußgnug: […] La denominación “terrorista” no le hace a usted justicia, Sr. Freund. J. Freund: Fuimos terroristas hasta el final de la guerra […]. R. Mußgnug: Sigo pensando que usted no era ningún terrorista. H. Quaritsch: Reconozcámosle al señor Freund el derecho a elaborar una teoría [sobre el terrorismo] y a encuadrarse en ella”. Debo decir que conozco también, por tradición oral, la versión de Günter Maschke, quien aplaude la determinación de Freund y contempla divertido el desconcierto de algunos profesores pacifistas… Tan vívido y entusiasta fue para mí el testimonio de visu de Maschkiavelli (G. Maschke) que creo que yo también he asistido a esa Aussprache de Speyer.

Superar la decepción: ¿Qué es la política?

En una carta de la mujer de Julien Freund, Marie France Kuder, fechada el 6 de febrero de 1998 y que conservo en mis archivos personales, me apunta lo siguiente: “Desde muy joven, una vida azarosa ha enfrentado a Julien a situaciones en las que se ha conocido a sí mismo y a los demás, intentando integrar los comportamientos de la gente en su propia experiencia. En suma, su educación política y humana la ha recibido en el tajo”. Terminada la guerra, la escuela política de Julien Freund se traslada del theatrum belli a la redacción de un periódico, L’Avenir Lorrain, y a los burós regionales de los partidos políticos. Parece un premio de consolación para quien, a pesar de los cargos políticos departamentales que ostenta, no alcanza a tiempo la mayor edad del sufragio pasivo. En todo caso, las maniobras para la confección de las listas electorales de su partido, momento político decisivo en un régimen partidocrático como el de la constitución francesa de 1946, le desazonan.

Meses antes, a finales de 1944, ha abandonado su militancia postiza en el partido comunista. El exclusivismo comunista no se detiene ante nada. Freund “sabe demasiado” y le acosan. “Al terminar la guerra abandono el maquis y dejo Alpes Marítimos a la primera ocasión. El Partido, en el que milito forzado, me busca. Había visto y comprendido muchas cosas y ellos lo sabían”. A excomunista que estorba, celada. Lo cuentan todos. Su amigo Günter Maschke, decepcionado del castrismo, ha relatado una historia rocambolesca. Una mañana se presenta en su apartamento la policía política castrista. Le llevan detenido al aeropuerto para ejecutar su expulsión… a la España de Franco, a juicio del expulsado ¡»un país seguro para un joven comunista alemán en 1969”! Los policías le explican que sabe demasiado de la Revolución: “Chico, du hast viel von Cuba verstanden!”.

Hastiado y decepcionado, se retira a Henridorff a meditar una decisión. ¿Qué camino seguir? El día 7 de julio de 1946 dimite de la secretaría política de la Union Démocratique et Socialiste de la Résistance (UDSR) y se resuelve a preparar la oposición de profesor de filosofía y a escribir una tesis doctoral, cuya idea rectora ya columbra: “Was ist Politik?”. “¿Qué es la política?”. Curiosamente, Freund recuerda con precisión el día de su resolución. La política geométrica de los campos de prisioneros no se vislumbra en medio de tanta maniobra. La generosidad y el sacrificio ceden la vez a una lucha sin cuartel por el poder. La solidaridad de la rebeldía de la que habla Albert Camus no existe. De modo que, por motivos políticos, la división y la enemistad se introdujeron en la Resistencia. Esto no es memoria histórica: se trata, una vez más, de la propia experiencia de Freund engastada en las páginas de su ontología de lo político. Aquello que se había figurado aislado en la cárcel o en el teatro de operaciones de la guerra es una política fantástica o angélica que no tiene en cuenta la realidad. “Mi decepción fue amarga, pero en modo alguno desesperada”. Merece la pena que reproduzca nuevamente el fragmento de una carta de su esposa del 17 de mayo de 1998: “La esencia de lo político no es solo un trabajo de erudición y pensamiento. Nace en las prisiones de la Ocupación, en un mundo deshecho. ¿Cómo no se va a inclinar a ponerle remedio un espíritu joven y apasionado? Las reacciones agresivas o idealistas de un primer momento las encauza después en una atmósfera de reflexión y rigor”.

Pero Freund abandona la actividad política porque tal vez no ha descubierto en sí mismo lo que llama “pasión de la política”, el hambre de poder y éxito que impulsa al político que, según la distinción de Weber, vive para la política, no al politicastro que aspira a vivir de ella. Este último es un aficionado, aquel un político verdadero que sirve una causa y actúa con pasión, no por pasión. Manejar hombres no es lo mismo que manejar conceptos: al hombre de Estado le apasiona el poder, al amateur las ideas, no más que la “efigie del poder” y su relumbre. El amateur ve con los anteojos de lo mejor, el político con los de lo peor. Freund no desea vivir de la política, pero tampoco vivir para ella. Tiene más de escéptico y de paradójico que de político. “Espectador irónico de las disensiones”, Freund aspira a comprender lo que no cambia, como uno de sus maestros, Raymond Aron, el “espectador comprometido” (spectateur engagé): las antinomias del poder. A Freund le alcanza la pasión de lo político, como a Maquiavelo, según su convicción.

Doctor en Derecho (Complutense) y Filosofía (Coímbra) y profesor de Política Social (Murcia). Autor de varios libros en torno al realismo político y autores como Carl Schmitt, Julien Freund, Gaston Bouthoul y Raymond Aron.

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